martes, 5 de junio de 2012

EL PRÓCER DE LA PAZ

Cuando alguien fallece no somos creyentes de afirmar pérdidas irreparables, pues implican por lo menos dos cosas: que la muerte pone fin a la existencia de un individuo, espiritual por naturaleza, y la indispensabilidad que a alguien pudiese atribuírsele.

Hoy, los guatemaltecos sentimos la partida, hacia otro plano,  superior, del Cardenal Rodolfo Quezada Toruño; ese ser especial, amigo de todos, que tanto esfuerzo le dio a la patria dentro del proceso por detener el derramamiento absurdo de sangre en un conflicto armado interno que duró poco más de 36 años.

Su carrera sacerdotal data del año en que nacimos, es decir, una larga carrera, pero además, provechosa, y las muestras de cariño de su grey son, hoy, la mejor muestra del reconocimiento a un hombre de bien dedicado a los asuntos de Dios que pareció nunca desprender los pies de la tierra e irradiar bondad y sabiduría.

Sereno, ingenioso, instruido e inteligente, la última vez que pudimos conversar con él, hace cosa de mes y medio, en el vestíbulo de un Banco, pudimos, junto con un sobrino suyo y amigo nuestro de la infancia que también apareció por ahí, pasar un rato ameno y hasta jocoso, disfrutando de su buen humor y de su agudo análisis de la actualidad.

¡Tanto estudiar a los Próceres de la Independencia, y hasta interpretarlos en obras alusivas infantiles, cuando pudimos convivir con él de viva voz, Prócer de la Paz.!

Su pérdida no lo es; es tránsito hacia otros sitiales desde los cuales, liberado su espíritu, seguirá velando por su rebaño como buen pastor que fue y que seguirá siendo.  Es lo menos que podemos pensar de alguien que siempre predicó las bondades del Más Allá.  Su partida, más que irreparable, es la oportunidad para que otros brillen, demostrando que monseñor Quezada Toruño dejó escuela y que su paso fructífero por esta etapa terrenal ha iniciado otro ciclo menos visible que, en la medida de su esfuerzo en esta vida, también le pertenece en su ausencia aparente.

Vayan para él los más sonoros aplausos de admiración por su hombría de bien, por su trayectoria de vida ejemplar, y para toda su familia consanguínea y su grey espiritual, nuestros sentimientos de solidaridad y de confraternidad en estos momentos duros ante su partida terrenal.

¡Viva nuestro Prócer de la Paz!