Vivir en nuestros países no es fácil. Con bellezas naturales impresionantes y
gentes sencillas y de una gran belleza espiritual, nos toca convivir, también,
con verdaderos engendros del mal, de esos que no tienen el menor aprecio por la
vida, que no entienden del respeto por los demás y que, embrutecidos, encima, se ganan el
sustento y el de sus seres allegados y hasta queridos, que los han de tener,
con la sangre de seres inocentes.
Dentro de esa dificultad de entorno, no creo que haya
registro en la familia de un solo miembro, en cientos de años, que haya sido
blanco y víctima de un hecho de sangre deliberado, sino hasta ahora. Ni siquiera la persecución política de
dictadores del pasado logró más que un duro exilio para uno de los bisabuelos y
su familia.
Éramos, en cierto modo, una familia privilegiada que veía lo
que pasaba; que aún así ha tenido varios miembros que nos hemos volcado a
tratar de cambiar las cosas desde el ámbito de la política, entendiendo que
estamos sumergidos en una vorágine de degradación que, sin el apoyo debido en
cuanto a las oportunidades que requieren las grandes mayorías necesitadas, difícilmente
vamos a revertir algún día.
Hemos sido afortunados en muchos sentidos y hasta bendecidos,
pues muchos miembros de la familia han podido encontrar el camino para
educarse, en unos ambientes familiares cultos, y todos los profesionales de la
misma hemos podido encontrar la manera de ayudar al prójimo menos favorecido o
más dependiente.
En ese ambiente crecimos, con una madre que volcó su vida a
aliviar la pesada carga de los enfermos de cáncer y que hoy, a sus 86 años,
tiene 53 de trabajar, ininterrumpidamente, por ellos.
¿Cómo se puede ser distinto frente al dolor ajeno,
especialmente el de los más desfavorecidos, cuando eso ha sido parte de la
cultura que hemos mamado en casa?
Ahora que nosotros somos la generación familiar de la mediana
edad, vienen dos generaciones pujantes, una de profesionales que comienzan a
formar sus propios hogares, y otra de nuevos retoños que, con el brillo de unos
ojos que denotan mentes brillantes, maman de nosotros mismos cordura,
educación, pensamientos elevados, hábitos de estudio y convivencia y buenas
maneras. Serán los profesionales
generosos del mañana, cuando nosotros mismos seamos los representantes de la
Tercera Edad o seamos un recuerdo para ellos en las reuniones de familia.
Todo esto ha sido turbado la noche del sábado 24 de noviembre
de 2012, fecha que quedará marcada en la infamia para nosotros, en que un
profesional joven de la Medicina, a punto de cumplir 27 años, fue ultimado por
la espalda por sicarios contratados, quién sabe por qué energúmeno, segando una
vida productiva que prometía un brillante porvenir.
No estoy seguro de poder afirmar si perdimos esa sensación de
ser privilegiados en medio de una sociedad que, en este mismo espacio, he dejado
establecido que está enlutada, en una empatía total y verdaderamente sentida,
por el hecho de haber permanecido sin ser tocados por los crímenes de sangre
que tanto daño le hacen al país.
Establezco lo anterior porque, con la tristeza que hoy todos
tenemos ante un hecho consumado que no debió haber sucedido jamás, el dolor que
embarga nuestros corazones nos hace estar en una mejor posición para continuar
estando al lado de quienes, sufriendo los embates de esta misma violencia,
están en condiciones más precarias que nosotros para levantarse de los golpes
que da la vida y, por ende, por negativo que sea en nuestras vidas lo que
estamos viviendo, sus asesinos deben saber que somos una familia que cree en
Dios, que no estamos aquí para comprender Sus designios pero sí lo estamos para
ayudar a quienes consideramos que lo necesitan.
¿Quién puede dudar de nuestras buenas intenciones al
acercarnos a alguien que sufre por estos mismos motivos, si el Creador nos ha
dado, a través del sacrificio de uno de nuestros queridos y jóvenes vástagos,
la capacidad de entender mejor su dolor?
¿Quién puede negarnos el derecho de decir, en medio de una de
las peores crisis que una familia pueda vivir, que estamos de pie, con
tristeza, pero con nuestros valores y nuestras creencias intactas y más que fortalecidas?
Hace casi 7 años que enterramos a uno de mis hermanos,
médico, fallecido de muerte natural, y en esa oportunidad recibimos la visita
de cientos de personas de todos los estratos sociales, al grado que hasta hubo
quien dijo que su entierro estuvo más concurrido que el de algunos ex
Presidentes.
Ahora enterramos a otro médico, quien no había podido
desarrollar su carrera a plenitud, pero el acompañamiento de tantas personas,
centenares, nos ayuda a fortalecernos.
Mensajes llegados de todas partes del planeta nos reconfortan y hacen
que nuestros corazones sean más que agradecidos con ellos, con la vida, con las
duras pruebas que tenemos que pasar para crecer, y nos hacen ver que mantenemos
actitudes de vida que son apreciadas.
No creo en el descanso eterno, pero sí creo en los ángeles, y
lo que veo en todo esto es la partida de un ángel que no tuvo tiempo de hacerle
mal a nadie y que, en el plano en el que ha de estar en adelante, lejos de
descansar eternamente nos estará acompañando y ayudando a señalar el camino con
sus consejos al oído, pues si ya no veremos su cuerpo, los sicarios no nos
pueden quitar su amor ni nuestros valores para vivir en sociedad y para tratar
de entender la Creación.
¡Vete, Juan Miguel! ¡Vuela libre! ¡Despliega tus alas y ve
donde seas más necesitado para comunicar tus virtudes donde seas requerido! La
que fuera tu familia terrenal te sigue queriendo pero entiende que, ahora,
perteneces a otra familia más amplia y de mayor Luz, y no seremos nosotros
quienes te retengamos, pues eso es egoísmo y no va con nosotros. ¡Sé, ahora, un
mensajero de la inmensa conmiseración de nuestro Padre!
Gracias por tu sangre que nos permite sustituir el privilegio
de sentirnos no tocados por el crimen, que va más en el sentido de nuestro
propio interés, por otro más amplio y elevado que nos coloca en la posición de comprender
mejor el dolor ajeno, las condiciones sociales de nuestro país y la posibilidad
de poner remedio a algunas cosas cuando Dios así lo quiera.
Tu tío que te sigue queriendo.