Comencemos por afirmar que un político conforme no sirve para nada. Un político mentiroso que utiliza el desengaño ciudadano para su discurso y aprovecharse personalmente, es peor.
Como lo vemos, la situación de precariedad en que viven las grandes mayorías y esa contumaz falta de respuesta del sistema político, le debe doler hasta el tuétano a un buen político.
Hay que ser contestatario pero con inteligencia y educación; por eso hablamos de disidencia. Las herramientas que proveen el Derecho y la Política están para generar los cambios que el sentido común dicte para frenar tanta injusticia, comenzando por la corrupción, y construir un andamiaje que favorezca el desarrollo, las inversiones foráneas y locales, la educación verdadera, la transparencia en la utilización de los recursos como en la Administración de Justicia.
En política serán muy pocos los camarones que se duerman y se los lleve la corriente. La mayoría estarán al acecho para coludirse y asaltar los recursos públicos sin que les importen los índices de desnutrición o desempleo, por mencionar solo dos, o estarán dispuestos a dar la pelea y señalar los temas puntuales de la agenda nacional que hay que mejorar para todos. Estos últimos casi se pueden contar con los dedos de una mano.
A muchos políticos de la mayoría les preocupa el próximo proceso electoral. A nosotros nos aflige pensar en la Guatemala del año 2,300 o 2,400, después de pasarnos casi una vida observando nuestro raquítico crecimiento económico y nuestra galopante caída, como sociedad, hacia abismos oscuros.
La ciudadanía guatemalteca ha comenzado a despertar, pero todavía son demasiados los cantos de sirena, el dinero mal habido que compra voluntades y ese conformismo con la cancioncita de turno.
Nosotros nos inclinamos por la disidencia. Estar conforme con lo que tenemos es indefendible, y ya no hay tiempo que perder.