martes, 31 de agosto de 2010

GUATEMALA NECESITA UN VIRAJE

     Así como para burro no se estudia, no existe una escuela para gobernantes. Hace décadas, especialmente en la sucesión de gobiernos militares, muchas familias metían a sus hijos a la Escuela Politécnica con la idea de que, al llegar a generales, pudieran, a la vez, aspirar a ser Presidentes de la República.   La idea, hoy, de un general del ejército gobernando, ya no es tan pegadera o fuerte como antes. El inicio de la era democrática, en 1985, terminó con esa tendencia.

     En el reparto que la Constitución Política hace del Gobierno de la República, entre Presidentes y Vicepresidentes hemos tenido gobernantes abogados, ingenieros, dentistas y, ahora, un médico. Entre los Ministros hemos visto, además, administradores, periodistas, educadores y otro tipo de profesionales, entre quienes la gestión pública se va llevando a cabo como por inspiración, improvisadamente.

     Hoy, conforme la era democrática evoluciona a la par de los tiempos, la cosa es más complicada. Las interferencias en los hilos del poder desde el despacho de la Primera Dama, con órdenes directas a los Ministros, gritadas que trascienden como también sus llamadas para ordenarle a los diputados, con aquel estilo que, durante la campaña política, documentaron los medios de prensa al sacarles la parentela materna, en público, a sus mismos correligionarios, hacen que todo el mundo trabaje con miedo, que no exista la capacidad de tomar decisiones sin preguntar y, cuando finalmente las toman, desde arriba venga la contraorden, creando incertidumbre, malestar y caos, inhibiendo esa capacidad de decidir sobre la marcha en futuras oportunidades, volviendo totalmente lento y autoritario todo el proceso de implementación de cualquier política.

     El enorme poder que el Presidente de la República ha concentrado en la señora Torres, sin ser funcionaria, no sólo desvaloriza los textos legales, comenzando por la mismísima Constitución Política de la República, sino ha venido a fomentar, además, un ambiente de corrupción escandaloso que involucra ya no sólo a la rosca de poder del Presidente sino a una más avorazada de parientes y allegados de "la señora".

     En la medida que se acerca el proceso electoral, hay que estar pendientes de aquellos candidatos que hoy demuestran su falta de respeto por la ley haciendo campaña política anticipada, llámesele reparto de víveres, de láminas o de bolsas de comida, así se les llame solidarias o como sea, sea mediante inversiones millonarias en vallas publicitarias, en supuestos programas de opinión con los colores del partido político que representan y toda esa parafernalia que sólo demuestra su desesperación, su falta de respeto y hasta desprecio por la ley y sus ansias infinitas de poder.

     Guatemala necesita un cambio, no sólo de sus autoridades sino de la capacidad que estas tengan de manejar la cosa pública, un cambio de personas con otro tipo de escala de valores. Guatemala necesita líderes que sepan y, como saben y entienden, no se desesperan. Líderes que no se aprovechen ni del sistema ni de los demás (especialmente de los más desafortunados, los que tenemos tiempo de denominar "los sin voz"); que sepan diferenciar entre lo que debe cambiarse y lo que no les parece pero está vigente y, por ende, hay que respetar, aunque no sea de su agrado, porque del respeto a la ley y a los demás nace el fortalecimiento del sistema democrático, de la oposición misma y de las instituciones que tanta falta nos hacen para enfrentar los retos que nos imponen la violencia, la discriminación, la falta de desarrollo, el hambre.

     Guatemala necesita un electorado que se involucre, que se prepare, que estudie, que se organice y se ponga de acuerdo en no regalar su voto a cambio de dádivas, sino lo entregue con la convicción de un mañana mejor para él, para ella o para sus hijos o nietos.

     Nuestra bella Guatemala necesita refundarse sobre la base de un entendimiento entre los electores y una nueva cepa de dirigentes políticos que vean más allá de su nariz; que tengan la capacidad demostrada porque el liderazgo no se improvisa ni se crea en el ejército ni en las iglesias; una unión sinérgica entre ciudadanos y autoridades que vean a todos los guatemaltecos, incluyendo a quienes viven fuera del país, como el conglomerado a quien deben servir.

     Cuando Guatemala sea gobernada de la mano de sus ciudadanos y no por encima de ellos, apoyándose en la verdad y con metas claras de largo plazo, estaremos en capacidad de comenzar a revertir tanto índice que nos coloca, hoy, a la zaga de casi todos los países del mundo y que a muchos avergüenza.

     Nuestro país es lindo por sus paisajes, por la mayoría de su gente, de sus niños; por sus riquezas naturales inefables pero poco o mal explotadas. No es posible que la cuna de una civilización que, perdido en los anales de los siglos, manejó la astronomía, hizo cálculos matemáticos casi perfectos del tiempo o de la predicción de eclipses, que tuvo esas manos maravillosas para tallar en piedra, en madera, en concha u otros materiales, que cultivó, entre las artes, el tejido, la danza, la música, la literatura, por causa de unos pocos malos líderes que, entre todos, llevamos a ejercer el poder, esté como esté, cuando debiese ser una cuna límpida y olorosa que debiéramos mostrar al mundo y ser estandarte de una industria de visitantes que cada día crezca y nos deje enormes dividendos y, con ellos, mejores niveles de bienestar en las familias, especialmente las del interior del país.

     ¡Ya es hora, guatemaltecos, de abrir los ojos!

     La muestra que el pueblo dio en las pasadas elecciones para cruzar el voto, emitiéndolo de una forma para la Presidencia, de otra para el Congreso de la República y de manera diferente para la alcaldía, nos da indicios de que el electorado está atento, está pendiente; tiene y sostiene sus preferencias y no es solamente un borrego. Por eso apelamos, desde ahora, desde este mirador en donde, sin tener partido político al cual debernos, vemos las cosas como un todo, a la sensatez del ciudadano, de las comunidades que hemos visto trabajar sin descanso y organizadamente, de las cooperativas que tanto producen para esos miles de trabajadores propietarios.  ¡La población sí es capaz de abrir esos hojos y provocar ese viraje!

     En la medida que todos nos enteremos y formemos un criterio a su debido tiempo, estaremos ayudando a construir, y no a destruir, a Guatemala. ¿Quién no desea una Guatemala fuerte, próspera, encaminada en el sendero de la virtud de la cual podamos presumir con otro nivel de indicadores económicos y, especialmente, sociales y de bienestar de la población?

     Lo decimos así porque la capacidad de destruir de algunos políticos es impresionante, como lo estamos viendo en el actuar del actual Gobierno.

     No nos cansaremos de insistir en este tema por el amor que profesamos por nuestro país, por ese idealismo intacto que nos hace sentir que las cosas todavía pueden ser mejores, y por la convicción de que no todo está perdido, a pesar de los pesares.

     Como formadores de opinión desde este modesto espacio nos hemos formado el propósito de emplear a fondo nuestras modestas habilidades para convencer a quien quiera de participar, de no quedarse en casa indiferente, aunque se viva en otro país o se lleve una enorme cruz a cuestas.

     Confundidos porque no sabemos si es un sueño o una visión, vemos un camino difícil, lleno de obstáculos, pero más allá distinguimos una Guatemala sin deudas, próspera, trabajadora, que produce, exporta y genera suficiente dinero para sus habitantes que cada día estudian y se preparan para enfrentar los retos del futuro, y que viven más felices porque, entre todos, han logrado ir enfrentando tanta violencia, por lo cual ahora se puede vivir y convivir en armonía, trasladarse de un lugar a otro sin voltear a ver y abrir los negocios sin sentirnos atemorizados.

     ¡Soñar ese cambio de rumbo es el primer paso; ahora todos debemos llevarlo a la práctica!

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