Hace unas semanas que tuvimos viento, frío y hasta lluvia, por razones de una tos persistente decidí no rasurarme hasta ayer, que me la volví a quitar. Al retomar, hoy, la rasuradora, pude darme cuenta que, durante años, ese momento de intimidad, viéndome la cara en el espero, era, además, el de un intenso diálogo personal e interno. No me había fijado que muchas de las ideas germinan y evolucionan como recibiendo consejos de alguien y contraponiendo las ventajas y desventajas de otras opciones. Algunas veces sucede mientras uno está esas largas horas atrapado en el tráfico, también.
Mientras comenzaba la tarea mañanera de rasurarme, comencé recordando cómo, en mis años juveniles de prolongados entrenamientos de arte marcial, se aprendía una técnica, paso por paso, y se repetía infinidad de veces, primero al aire, luego aplicándola con algún compañero, hasta que iba saliendo. La repetición le agregaba fluidez, fuerza y, en determinado momento, hasta carácter, al imprimirle uno a lo aprendido su propia personalidad. Décadas después de haber aprendido esta manera de defenderse, que no deja de ser un deporte peculiar porque de algo te puede servir en la calle, estoy seguro que, en el momento que se necesite, desde una parte del Ser que no sé explicar cuál es, saldrían los principios básicos de defensa para evitarnos un daño. Eso creo.
El aprendizaje de idiomas es parecido. Se aprenden las palabras una por una, agrupadas a veces por lo que son (sustantivos, verbos, números, pronombres, etcétera), y complementando el aprendizaje con una estructura, la gramática, hasta que vista y oído se empiezan a ajustar, haciéndolo un poco después la lengua, con lo que quiero dar a entender que se va facilitando la comprensión de lectura, luego el entendimiento de algo pronunciado en otro idioma y, por último, la expresión de lo aprendido. Estoy seguro que si pasan décadas de que no se practica un segundo idioma, al poco tiempo este aparecerá y, poco a poco, pero más apresurado que lento, volverá la fluidez enmohecida por el tiempo.
La política es un poco distinta. Se puede tener un aprendizaje formal; ¿de qué? de Principios Básicos del Derecho, por ejemplo, o de Derecho Constitucional, o una formación en Relaciones Internacionales o en Derechos Humanos, todo lo cual ayuda, pero la política es distinta.
Se puede leer El Príncipe, de Maquiavelo, o a Sun Tzu, a Platón o a Aristóteles. Yo los he leído, así como a algunos clásicos de la época romana, y eso le da profundidad a mis pensamientos, pero no fluidez a la política.
Obtener un título académico o leer constantemente siempre es bueno; aporta para bien, pero no da cintura política.
La política se aprende haciendo política. No es esto. No es aquéllo. Es la capacidad de estar informado, la de procesar esa información y darle sentido, la de tomar decisiones pensando en la línea de tiempo, es decir, en los antecedentes y en las consecuencias y no sólo en la urgencia que se tiene en el momento de optar por uno u otro camino; es tomar en cuenta a los afectados, a quienes pueden reaccionar por una ola que llegue a su playa ocasionada por nuestro menor movimiento.
El arte marcial y la política requieren de profundizar (estudio), de entrenamiento (experiencia), de cálculos infinitamente rápidos que miden tiempo, distancia y la utilización de los tres planos o ejes que explico en mi segundo libro (K'amalb'é. La Historia detrás de un deporte artístico marcial), los cuales podemos resumir en plano superior e inferior, planos izquierdo y derecho y distancia.
¿Por qué este diálogo? Posiblemente porque los tres son temas en los que, de alguna manera, he estado inmiscuido.
Alguien en el mundo, quizás, con este tipo de predilecciones, podrá apreciar mejor lo que expreso acá.
Lo que es claro es que todo esto se da mientras las manos se mueven con la hoja de afeitar sin que les ponga atención, a pesar del riesgo que conlleva. Ha de ser otro aprendizaje que nos hace temblar la primera vez pero en lo que se adquiere, también, maestría con el tiempo.
Ese mismo miedo le ha de dar a quienes ven la política por fuera. Cordial invitación a ya no hacerlo. Nuestro país no es de quienes, tradicionalmente, hemos dejado que tomen las decisiones por nosotros; es de todos. Ocupemos espacios. Volvámonos expertos en la "Res Pública" (la cosa pública) ejerciendo nuestra ciudadanía desde adentro o, por lo menos, desde cerca; si no fue ayer, que sea hoy y mañana; si no tenemos fundamento académico, no importa, busquémoslo y, aunque no sea a nivel de la Academia formal, leamos, escuchemos programas que nos vayan formando y aguzando los sentidos para tener criterios cada vez más sustentados.
No veamos la patria como algo lejano sino como algo que nos cobija, que nos nutre y nos mantiene sanos. Nuestro entorno es bueno o malo en la medida que hagamos algo al respecto.
Este ya maduro artista marcial sabe que para aplicar una buena técnica hay que tener maña. Pues hoy digo que para acabar con los mañosos la técnica es involucrarse.
Hacer política no requiere un aprendizaje formal, ni duros ejercicios ni interminables repeticiones, pero todos podemos ser políticos, buenos políticos. El asunto es entenderlo, asimilarlo, proponérselo y poner manos a la obra. Guatemala lo necesita y tus herederos y descendientes, si lo haces bien y honradamente, te lo agradecerán.
viernes, 11 de marzo de 2016
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