lunes, 22 de septiembre de 2014

EJERCITANDO LA REBELDIA EN LA ENCRUCIJADA

     Toda persona que tenga sangre en la venas, al verse acorralada en su papel de gobernada y de ciudadana, tanto por gobernantes corruptos e irresponsables como por políticos sin vergüenza alguna que pretenden llegar a gobernarla, ve inflamados sus ánimos y está en derecho de ejercer esa rebeldía que todos llevamos dentro.

     La rebeldía ciudadana, la rebeldía política, si provienen de un corazón puro y de un espíritu limpio, son bienvenidas y hasta beneficiosas para encausar la gestión de los primeros y el comportamiento de los segundos, en alguna medida.

     Esas diversas clases de la misma capacidad humana de rebelarse son benéficas en la medida que, quien se rebela, lo hace con argumentos, con conocimientos de causa, razonando debidamente, con un fin altruista o positivo en la mente, y siempre por amor a su país.

     Llevar una espina rebelde en el corazón sin visualizar una manera de cambiar las causas de esa molestia solamente origina más desazón, más malestar, más desesperanza.

     Esa necesidad de levantarse y oponerse a lo que está mal de nuestra vida en sociedad, para que tenga los efectos beneficiosos que todos, en el fondo, intuimos, debe ser articulada de alguna manera.

     La articulación del conjunto de esas rebeliones individuales puede ser encausada de varias maneras, las que requieren, siempre, de algún tipo de liderazgo, pero la que mejores efectos producirá, intuimos con algún grado de certeza, es la que encabeza un líder nacional que comparte el mismo sentimiento de frustración que el resto de los ciudadanos, que ha experimentado en carne propia sus causas, que también tiene alguna experiencia en la resolución de las mismas y, además, que ha desarrollado su intelecto al nivel de quien comprende el conjunto de la problemática, que a nivel de una sociedad completa es compleja y profunda; y, por ende, puede visualizar, con relativa mayor facilidad, las posibles soluciones en el campo rural, en la ciudad, en el tiempo, en el exterior donde tantos conciudadanos viven, en todos los escenarios que componen esa complejidad de la que hablamos.

     Nuestro país, como muchos en vías de desarrollo, especialmente en América Latina, está en la encrucijada.  Hemos tenido gobiernos igual de peores (sic. a nosotros mismos) que éste, pero nunca habíamos tenido tan malos candidatos para optar a seguirnos mal gobernando como en este momento.

     El malestar ciudadano de la oferta política es tal, que la rebeldía que detectamos en estos momentos no tiene precedentes en la historia política del país.

     La mesa está puesta para que aparezca un verdadero líder político que ame con la entrañas a su país, que tenga conciencia social, que comprenda el manejo de la administración pública, que tenga una capacidad de convocatoria para hacer gobierno de los más altos niveles, que su escala de valores familiares sea conocida y aceptada por la generalidad, que actúe apoyado en principios en lugar de conveniencias y que, por alguna vez en nuestra historia política, privilegie a la ciudadanía frente al capital o a los poderosos que se dedican a hacer negocios y a esquilmar y destruir las instituciones del Estado.  Un verdadero líder que tome, por fin, las decisiones apropiadas para cambiar las cosas a favor de la gente.

     La rebeldía está en cada uno, y las redes sociales están ayudando para que una parte de la población vaya unificando criterios en los sentidos anteriores.  Sólo falta que el campesinado del país, con poco acceso a esas redes sociales pero que también está frustrado de tanta mentira, abandono y traición, se vaya poniendo en sintonía.

     Esa rebeldía bien entendida de la población urbana y del campo podrá cambiar, para siempre, a nuestro país.  Todo está en articular ese malestar y cerrarle la puerta, para siempre, a quienes nos quieren gobernar pero no nos respetan.  Nosotros, los ciudadanos, nos merecemos el mejor gobierno para salir del atraso y del subdesarrollo en que nos tienen.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

LOS POLÍTICOS DEL SIGLO XXI DEBERÁN SER DISTINTOS

     Bien se dice que la sociedad decimonónica lo siguió siendo bien entrado el siglo XX.  No es sino hasta la Gran Guerra que inició en 1914, denominada mucho después como la Primera Guerra Mundial, que las sociedades que conforman lo que se denomina la "civilización occidental", políticos incluidos, reaccionaron, viéndose de pronto, casi forzados, en una nueva era.  El siglo XX, podríamos decir, comenzó al finalizar la guerra, en 1918.

     Algo parecido está sucediendo ahora, especialmente en el escenario local, en que sabemos que desde hace años estamos en el siglo XXI, avanzamos de la mano de la tecnología y bajo el manto de los avances científicos, pero en el campo político no ha habido evolución.  Si no seguimos en las mismas, estamos peor.

     No podemos hablar por todos los países, pero la generalidad del político guatemalteco, por lo menos, continúa siendo una réplica del molde que tenía hace 50 o 60 años en que, triste recordarlo, todo se hacía al son de "esta mula es mi macho", con una casi total falta de preparación, estudios mínimos, experiencia casi nula pero grandes dosis de autosuficiencia y hasta de prepotencia, todo aderezado por una laxa, muy laxa, escala de valores, totalmente adecuada a la máxima maquiavélica de que "el fin justifica los medios".

     El resultado de esa falta de capacidad para gobernar en donde se privilegió la "listura" en lugar de la decencia, donde se instauró la mentira en ofrecimientos descarados a una masa votante por lo general ignorante, pero necesitada, en donde reinó el compadrazgo, el amiguismo y hasta el nepotismo por sobre la capacidad, el conocimiento o la experiencia, en donde no hubo planes de desarrollo sino planes para desbancar y desfalcar, está a la vista.

     Los índices del país, por donde se lean, son vergonzosos: la pobreza de las grandes mayorías llegando a la inanición, los planes de educación generando más ignorancia, un país agrícola convertido en campo de muerte para tantos niños y, a propósito de niños, con unos niveles de desnutrición que constituirán, cuando crezcan, más una carga que un segmento de población productiva. ¡Tenemos que entrar al siglo XXI porque esto no puede seguir así!

     Hasta aquí todos hemos tenido la culpa.  La ciudadanía electora en la que nos incluimos, también.

     Guatemala, y con ella gran parte de América Latina y posiblemente algunos otros países "en vías de desarrollo" (así, entre comillas por el eufemismo que representa), en el campo de la política y de sus políticos, no ha entrado al siglo XXI; seguimos en el recordado siglo XX.

     Sin embargo, un poco de la mano de la masa que elige (que presentimos que está cambiando), y un poco de la mano de los mismos políticos que, con lo mal que lo están haciendo, están forzando ese cambio, nos atrevemos a predecir que en las elecciones de 2015 o, a más tardar, en las de 2019, al ponerle un alto a los desmanes de quienes hoy se creen con derecho a hacer y a decir cualquier cosa, harán que el país vaya entrando a una nueva etapa dentro de su evolución política.  El cambio no es lo que ellos ofrecen sino lo que nosotros sentimos que se debe hacer.

     El político marrullero e ignorante tendrá que darle paso a un político con otro perfil que, intuimos, será algo así como la antítesis de lo que hoy ofrecen con descaro y por encima del más elemental sentido común quienes pretenden gobernarnos.

     La ciudadanía votante ya no privilegiará a quien le falta el respeto o se lo falta a la Naturaleza, sino lo hará por quien demuestre un comportamiento mesurado que esté por encima de los vaivenes y de los pormenores de la política partidista cotidiana; por quien sea capaz de ver el futuro y las necesidades de los "sin voz", no el aquí y su propio bolsillo o el de sus parientes.

     En el futuro esperamos que los ciudadanos no le den su voto a quien no tenga una sólida preparación, una trayectoria de vida en la que su patrimonio se pueda explicar con facilidad, experiencia demostrada en diversas instituciones sin colas que le machuquen, actuaciones que sean consecuentes con su discurso o con sus ideas, apertura mental para escuchar sugerencias, comentarios y hasta críticas de su gestión anterior o de sus planes; respeto por la gente, por la legalidad, por los tiempos y los aspectos culturales, en general; que cuente con un auténtico liderazgo, con auténtico patriotismo, con anhelos y esperanzas nacidas de un corazón que no miente, con un nacionalismo bien entendido, con capacidad demostrada de comprender las necesidades distintas y urgentes de los diferentes estratos de la población.

     Es en la medida que los políticos de turno lo han hecho mal que están uniendo al electorado en su contra, y es en la medida que ese electorado se vaya uniendo en que los cambios a los que nos referimos serán irrevertibles, pues de parte de los primeros existe malcriadez y prepotencia, pero no estupidez, y tendrán que adaptarse.  Para cautivar de nuevo al elector, tendrán que cambiar o ser otros políticos quienes cuenten con el favor del ciudadano, especialmente si el ciudadano de a pie puede intuir que ese nuevo actor que pretende representarlo tiene una escala más elevada de valores y se rige por principios, no por negociaciones obscuras.

     Es cuando analizamos lo que tenemos y lo que aspiramos que nos damos cuenta que aquel dicho que dice que todo tiempo pasado fue mejor, no tiene aplicación para lo que venimos describiendo.     ¡Este fango en el que nos tienen lo tenemos que cambiar!  ¡Es de sentido común y es cuestión de tiempo que esto pase!  

domingo, 14 de septiembre de 2014

LA COMPRENSIÓN DE LOS TEMAS SOCIALES NO SE LIMITA A LOS LIBROS

     Académicos hay bastantes.  Sociólogos hay muchos.  Amantes de los temas sociales sin ser sociólogo, como nosotros, quién sabe. Lo cierto es que hay muchísimos libros para aprender, pero quien desea verdaderamente enterarse tiene, forzosamente, que salir a la calle, convivir con la gente, observar los comportamientos, atarlos a lo que ha leído, analizarlos y, finalmente, atreverse a interpretarlos en un proceso mental no del todo descriptible.

     Todo lo anterior, en el ámbito del político, viene a fortalecer su comprensión de la complejidad de la ciudadanía, pues aunque somos millones de ciudadanos (y de electores), y formamos corrientes o tendencias, cada uno conforma un mundo distinto, una individualidad que, en el respeto que se merece, debemos tratar de comprender al máximo.

     Es desde ese orden de ideas que, de un tiempo a acá, nos hemos sumergido en diversos "mundos" donde esa ciudadanía se desenvuelve, dándonos cuenta de esa complejidad de la que escribimos, de cómo inciden los barrios (hasta con su diseño arquitectónico y su iluminación), los horarios de observación, los niveles de pobreza y de educación, la drogadicción y su incidencia en la tranquilidad o violencia, dependiendo de quién mande en el sector donde se distribuye, etc.

     No es lo mismo, por ejemplo, observar de día la febril actividad de compradores que buscan los comercios informales de la 18 calle, en el límite sur del Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, que a las 9 de la noche en que la actividad continúa, pero a cargo de familias enteras de comerciantes cargando, empacando, acarreando y guardando su mercadería, denotando que este es un pueblo de gente que se faja trabajando.

     Observar el cambio que, desde el punto de vista social, se ha dado en lo que denominan el proceso de rescate de ese Centro Histórico, ha sido fascinante, con la peatonalización de la 6ta. Avenida y el privilegio que se le da a la gente de a pie, el resurgimiento de edificios abandonados para convertirse en el Centro Comercial más grande y más democrático de la capital, con la inversión que se le hizo en iluminación y en cámaras, para mejorar su seguridad que continúa dando esporádicos problemas pero ha mejorado, y con el florecimiento de una vida nocturna distinta a la que antes se encontraba, más bohemia y de clase media que también necesita sus espacios y los beneficios del ocio y del esparcimiento.

     Ver a una señora envuelta en su corte tradicional, de noche, empujando su carreta con ruedas de cojinetes y su niño envuelto en la espalda porque lleva al cuarto que alquila las cosas con las que anduvo vendiendo desde la mañana, es ayudar a comprender a esa inmensa mayoría de madres solteras que tienen que sobrevivir y proveer todos los días.  Es más, nos atreveríamos a decir que más del 90 por ciento de las mujeres que hemos conocido bajo tales circunstancias son de este tipo, de las que en algún momento se quedaron solas con sus hijos y los sacaron o los están sacando adelante con uñas y dientes, lo cual nos inspira un gran respeto.

     Peleas repentinas también hemos podido observar.  Es la imagen de una sociedad viva y real, no idílica, en donde afloran el racismo, los insultos, las loqueras provocadas por drogas pesadas, el machismo y otras cuestiones propias del ser humano; en donde las cosas, afortunadamente, no han pasado de moretones y mentadas de madre.

     Rateritos que atrapan a algún trasnochado y solitario funcionario en día de pago, con sus copitas de más, también hemos podido ver. Actúan en cuadrilla y, a veces, hasta en bicicleta, y en la "profesión" no hay distinción de género ni empacho en salir a asaltar con una barriga de unos 7 meses de embarazo.

     Pero las cuestiones culturales que se transmiten de esas madres solteras a los hijos, también nos han llamado la atención, pues mientras hay unas que velan por que sus retoños estudien, hay otras que les consiguen que vayan aprendiendo un oficio como ayudantes de algún taller o industria, también hay otras, como una vendedora de tamalitos de chipilín que anda con su niño a la par, pidiendo limosna, y cuando se le aconseja que mejor le enseñe a trabajar, como élla misma lo hace cargando todos los bultos, se enoja con nosotros y nos deja de ofrecer su mercadería en actitud hostil.

     Mujeres tomando licor desde horas de la mañana con sus niños jugando entre las patas de las mesas, hemos encontrado ya en horas en que se va el sol, sin que paisanos, dueños de los locales o autoridades, digan nada.  ¡Razón habrá para que esos niños, de adultos, vean como algo natural tomar alcohol hasta embrutecerse!

     Pero también hemos disfrutado del repertorio musical que un paisano lleva en su teléfono, oferta mucho mayor que la del aparato mismo del negocio.  ¡Ah, cambios sociales que provoca la tecnología!  Y en medio de ese ambiente hay que reconocer que la gente de menores recursos económicos que uno conoce en esos lugares es más proclive a invitar a tomar algo a un extraño como nosotros que en un lugar de gente pudiente en nuestro país, pues las barreras de la comunicación con la gente sencilla son, a la vez, más sencillas.

     Sentarse a tomar una cerveza, solo, en una mesita donde se tenga acceso a ver la calle, es sorprendente, pues podremos observar taxis en donde dudosamente cabríamos, o trabajadores trasnochados, bajo la luz del farol, cortando alguna pieza de metal con un esmeril en la banqueta; o del jueves al domingo constatar que los pequeños negocios compiten en decibeles, con sus bocinas apuntando a esa calle, sin que nadie gane, pero perdiendo todos.

     Todo buen observador y todo político que desea tener un mensaje que llegue a la gente tiene que convivir, alguna vez, con esa gente, la que tiene las manos encallecidas de trabajar honradamente o llenas de grasa porque pasaron horas tratando de arreglar algún motor, o conocer las penurias económicas de aquel muchacho que tiene casi un año metiendo papeles con su hoja de vida en cuanta empresa encuentra, sin hallar trabajo.

     La gente con gabacha que uno ve a la par de un hombre sin una pierna, con muletas, o alguien a quien le falta un ojo o le quedó inútil una mano, que se mezclan con funcionarios que no tienen empacho en ponerse a libar con sus chalecos puestos del Ministerio de Salud o del Ministerio Público, guareciéndose de la lluvia entre sombrillas que publicitan alguna marca de cerveza pero acuñadas, para que estén en pie, entre cajas de envases vacíos de cervezas de la competencia, son partes del paisaje que nadie advierte, pues se da por sentado.

     Llama nuestra atención, por su puntualidad, el caso de una señora que vende tostadas y panes utilizando, para ello, una carretilla de supermercado.  Cuenta que su recorrido dura varias horas al día, y hasta comparte a dónde se va a ir a pasar vacaciones, unas vacaciones que cuestan algunos centavos y que, en nuestra mente, afirmamos que tiene bien merecidas después de llevar viento, sol, polvo y lluvia durante meses ininterrumpidos, con disciplina no menos férrea por ser autoimpuesta.  ¡Ésa es nuestra gente esforzada y trabajadora, que no necesita jefe ni capataz para producir!

     No faltan los tapiceros trabajando en las aceras, ni las ventas de muebles de madera ni todo el mundo ocupando las banquetas pero haciendo algo, como no sean las señoras que no se saben estacionar y que están por todos lados (¡qué le vamos a hacer!); ni faltan las motocicletas con familias enteras o repartiendo tambos de agua y cilindros de gas, pues las pizzas y las órdenes de comida rápida parecen ser privilegios de barrios más adinerados.  Sin embargo, son banquetas generalmente limpias, como no sean las del Centro los fines de semana, pues son utilizadas para recibir de todo tipo de excreciones corporales: parte falta de educación de la ciudadanía, parte que no hay baños más que en los negocios establecidos.

     En los barrios populares uno encuentra, en cada casa, un taller, una bodega o un negocio, ya sea parqueo, ya sea un cuarto de alquiler o algo que, aunque sea en la informalidad, en algo le aporta a la economía del país sin que abulte el índice de crecimiento del Producto Interno Bruto, PIB, y todo esto no es más que un reflejo de lo que somos: un país, precisamente, en donde la palabra haraganería no existe, en donde quien no tiene oportunidades, en los centros urbanos, se las busca aunque le cueste encontrarlas o no lleguen inmediatamente.  No se deja de cejar e insistir, no se para y se busca siempre una alternativa para suplir las necesidades materiales.

     Con la partida del sol comienzan a brotar otro tipo de personajes, como los individuos que le hacen a la droga (no quiere decir que de día no salgan, pero se hacen más evidentes), como los queridos músicos que más de una vez contratáramos para que nos cantaran en trío, o individualmente, algún bolero, con el marco de una ciudad que se debate entre casas viejas, anteriores a tanto terremoto, y las nuevas que todavía falta que los prueben, pero todas rayadas en la penumbra de esa hora por las siluetas de tanto cable que les han puesto enfrente, desordenadamente.

     Con la noche se vienen otros fenómenos, como las ofertas de litros de cerveza a dos por uno o las autopatrullas de la Policía Nacional Civil, PNC, confluyendo todas, a la misma hora, a la misma estación de servicio a echar gasolina.  Imaginamos que esto también ha de ser objeto de observación por parte de la delincuencia, la que tiene, con este fenómeno, también, su hora feliz para transportar droga, para llevar dinero o cambiar de lugar a un secuestrado; no digamos para cometer otros hechos de violencia contra el ciudadano común y corriente (pues el acoso al transporte público se suele dar en horas de la mañana).

     Contrasta en la obscuridad de la noche esa vendedora de prendas de vestir con pantalón de lana color salmón, blusa floreada y delantal con rayas, acarreando un bulto con su mercadería, vendedora que compite, acercándosenos a ofrecer, con vendedores de baratijas o achimeros, de películas y música pirateadas que pasan constantemente.  En como un cuadro goyesco de la informalidad.

     Son los barrios en los que igual se te acerca abiertamente a pedirte un trago un charamilero como ves que la gente todavía entra sus macetas a las casas en la noche, pues tienen la conciencia, perdida en otros lados, de sacar sus plantas a respirar.  Son los barrios de árboles viejos, centenarios, o de árboles nuevos porque antes no los tenía (que por cierto, tal medida ha sido criticada con el argumento de que antes no los había, como si todo tuviese  que permanecer igual y no haber opción para mejorar o, al menos, ser distinto).

     Son barrios en donde se pueden ver a los empleados municipales recogiendo basura que las personas inconscientes han tirado durante el día, a la calle, a las siete y media de la noche, o a las 4 de la mañana, hora en que comenzaban a limpiar cuando salíamos a hacer campaña y teníamos que estar a las 8 de la mañana en Las Verapaces.  O donde un marido, de traje, lleva abrazada a su mujer, borracha, en una mano, y su maletín en la otra, camino a su hogar conyugal, mientras también carga a su pequeña hija.

     Nuestra sociedad es compleja, pero en términos generales conformada por gentes de buenos sentimientos, trabajadora, que lo que desea es producir y que no la jodan.  Gente linda con quien se puede trabar una buena amistad y compartir algunos valores que tienen que ver con la patria, con el civismo, con el fortalecimiento de la ciudadanía, con la visión del futuro para nuestros hijos.

     Conocer y aprender de estas personas sobre la complejidad de nuestros procesos sociales y hasta de la descomposición de nuestra comunidad, ayudándonos a conocer un poco mejor a una de las Guatemalas (hay otra importante, la profunda de las comunidades rurales más pobres y apartadas que conocimos conviviendo muchas aventuras a fines de la década de 1980 y en gran parte de la de 1990), es una bendición para nuestra formación, para nuestro crecimiento espiritual y para la capacidad que tengamos de hacer, de toda esta información, algo positivo, ya sea comunicándolo, ya aconsejando sobre políticas públicas, ya liderando algún proceso de mayor importancia.

     Nuestra capital está catalogada como la octava ciudad más violenta del mundo (Aristegui, 2013), pero la violencia no está en la generalidad de personas que la habitamos sino en unos pocos energúmenos que, con el Derecho en la mano, podemos controlar. Si sólo libros o reportajes sobre estadísticas leyésemos, tendríamos que creer lo que todos dicen al respecto, pero nuestra experiencia de campo es otra y viene a balancear nuestro juicio.

     Es cuestión de tiempo que esto se entienda y que pongamos las cosas en su lugar.  ¡Toda esa gente trabajadora, de día y de noche, se lo merece! 
  

     

viernes, 12 de septiembre de 2014

LAS CONVENIENCIAS DEL COMPORTAMIENTO COOPERATIVO

     Confesamos que, cuando hablamos o hemos leído de cooperativismo, siempre tuvimos la idea de la beneficiosa organización de grupos de personas para producir o buscar un bien común, movimiento que en nuestro país, Guatemala, ha crecido brindando excelentes resultados y ha sido una importante vía para encausar las aptitudes empresariales y productivas de varios cientos de miles de mujeres campesinas que, sin el marco jurídico que lo permite, tendrían bastante limitadas las oportunidades de desarrollarse en las comunidades remotas en donde viven.

     Sin embargo, leyendo hoy el libro Creadores de Riqueza, del autor Alejandro Gómez (Instituto Democracia y Mercado, 2007), en la página 256, encontramos otra connotación del término que, en la década de 1950, fue importante para la reconstrucción de Europa después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en la entonces destrozada Alemania, lo que generó índices de crecimiento, de desarrollo y confianza para invertir sin precedentes, coadyuvando a sentar las bases del enorme desarrollo industrial que, en las décadas venideras, quedara debidamente documentado, produciendo otro nivel de riqueza en el viejo continente y, por ende, de bienestar en sus habitantes (no nos referimos, específicamente, al Estado Bienestar).

     Este comportamiento cooperativo se dio entre empleados y empleadores, tanto del sector público como del privado, lo cual generó dos cosas importantes: un deliberado nivel bajo o accesible de los salarios de los empleados y una apuesta, por parte de los empresarios, a las futuras utilidades, reinvirtiendo, año con año, gran parte de las utilidades, con la finalidad de acumular el suficiente capital para continuar expandiendo las industrias en las que, cada quien, estaba involucrado, lo que significó una mayor tecnificación y, al elevarse la productividad, se pudo acordar, también, el ansiado aumento salarial.

     Hace años, cuando encabezábamos la delegación patronal que negoció el Pacto Colectivo de Condiciones de Trabajo con el Sindicato de Operadores del Registro General de la Propiedad, en 2006 y 2007 (pues fue una larga y dura negociación que podría ser objeto de otro ensayo), recordamos muy bien que, en la prensa, salió una noticia que pusimos de ejemplo a nuestra contraparte: la del sindicato de trabajadores de la Volks Wagen, en Alemania, que decidió unilateralmente rebajarse los sueldos porque entendió que, si no lo hacían, sus puestos de trabajo, eventualmente, podrían parar en alguno de los emergentes países de la Europa del Este.

     Esta es una evidencia de que el comportamiento cooperativo que significó el despegue económico, una generación y media antes, todavía es válido.  Y si la Alemania de hoy es un ejemplo de fortaleza industrial, de estabilidad para producir y de bienestar para su población porque sus niveles de productividad le permiten pagar buenos salarios, los postulados que la llevaron al éxito deberían ser válidos para cualquier parte del mundo en donde se busque no sólo elevar la productividad por empleado contratado sino mejorar las condiciones de vida de los habitantes.

     Este tema será oportuno de discutir para cuando las condiciones del país sean las propicias para establecer una ciudad o una zona disruptiva (conocidas como "Start-up Cities"), pues para que se afinquen los grandes capitales que andan buscando oportunidades para montar nuevas industrias, no sólo debe haber seguridad, capacidad de montar institutos técnicos o universidades para montar una política de "educación continuada", infraestructura adecuada que incluya carreteras, puertos y energía suficiente y a precios competitivos, sino una especie de pacto como del que escribimos, que privilegie una asociación ética entre el capital y el trabajo, con una visión de muy (o de muuuuuuy) largo plazo que sea mutuamente compartida, que rompa los paradigmas que tienen al país con unos índices de desempleo y de falta de oportunidades que nos hacen llorar sangre.  

     Hoy, sin reglas claras y con un gobierno que privilegia la corrupción y la campaña política para pretender perpetuarse, no existen las condiciones para tener una discusión seria al respecto.

     Ojalá tengamos la oportunidad, en algún tiempo, de poder comentar en este espacio la experiencia exitosa de poner a rodar un círculo virtuoso de buenas y convenientes relaciones y que podamos demostrar, con los índices en la mano, que se obtiene más beneficio entendiendo que el capital y el trabajo pueden ser las dos caras de la misma medalla que llamamos progreso y que no tienen, forzosamente, que estar divorciados el uno del otro.  

     Esta puede ser, quizás, la manera de llevar las ansiadas oportunidades de trabajar a tanta gente del campo que hoy no tiene más remedio que mendigar, emigrar o morirse de hambre.  Lo que algunos observadores poco acuciosos llaman estoicismo y que no es más que desesperanza y hambre, para nuestra vergüenza.

martes, 2 de septiembre de 2014

TODO ESTÁ ATADO. ANÁLISIS DE LAS CONSECUENCIAS DE SUBIR EL SALARIO MÍNIMO SIN ANÁLISIS PROFUNDO.

Los mejores tipos de salarios no son los más elevados,
sino los que permiten una amplia producción, empleo total
y el sostenimiento de las mayores nóminas
Henry Hazlitt
La Economía en una Lección, cap. XIX, pág.166,
5ta. edición, Unión Editorial, 2005.

     La cuestión del salario mínimo de los trabajadores tiene varias aristas o perspectivas desde donde puede analizarse, pero tal parece que quienes conforman la Comisión Nacional del Salario, CNS, la cual es un ente eminentemente técnico adscrito al Ministerio de Trabajo y Previsión Social, MTPS, solamente se enfocan en algunas de éllas.

     Para comenzar a externar las diversas ideas al respecto, debemos dejar establecido que todo, lo obvio y lo no aparente, está interrelacionado, desde quien provee el servicio de reparación de llantas de automóvil por su cuenta hasta el sueldo que gana un alto funcionario o ejecutivo de la iniciativa privada, pasando por la venta callejera de comida, los servicios bancarios, las ventas de supermercado o la fabricación en serie de cualquier elemento. Todo, absolutamente todo, está vinculado con lo demás a través de los precios de las cosas.

     La vinculación, hoy día, es todavía más compleja que hace 50 o 60 años, pues si antes casi todo funcionaba en economías de países prácticamente compartimentados frente al resto del mundo a través de aranceles y las mismas barreras de la comunicación, hoy todo está relacionado.  Esto lo tenemos que tener muy claro a la hora de establecer el precio del salario de algunos trabajadores, pues la movilidad del capital, que mueve a las empresas, es enorme.  Ya no tiene fronteras.

     Subir el monto del salario mínimo es beneficiar a algunas personas, por supuesto.  Por eso es que se hace.  Pero hay que tomar en cuenta que, al hacerlo, no se beneficia a las mayorías, especialmente estas que son las más desprotegidas. Recordemos que en Guatemala solamente un 17% de la población trabaja en la formalidad a la que, hipotéticamente, se puede beneficiar de un aumento del salario mínimo, pero que el restante 83% de la población, o trabaja en la informalidad, quedando fuera de cualquier beneficio de esta naturaleza, o simplemente está desempleada, en cuyo caso esta medida no sólo no le beneficia sino le viene a complicar la posibilidad de conseguir algún trabajo y, con la subida general de precios que provoca, a perjudicarla.

     Estas cifras vergonzosas para nuestro país nos traen a cuento otro argumento.  Si fuese la primera vez que se establece un salario mínimo podríamos pensar que una medida de esta naturaleza podría beneficiar a los trabajadores, pero no es así. Esta medida viene aplicándose desde hace décadas y los resultados positivos, por donde se busquen, no aparecen.

     Es más, el solo anuncio de que van a volver a subir el salario mínimo, estamos seguros, ya le complicó la vida a todas las personas que, desempleadas, andan desesperadas por conseguir entrar a trabajar a cualquier lugar.  

     Tener en cuenta que la competencia entre países por atraer inversión y generar empleo es tan grande, hoy, es vital para impulsar el bienestar de las mayorías y no solamente mejorar el nivel de vida de quienes ya están colocados, es importante.  Esto parece que lo tienen más claro quienes, en el interior del país, se enfrentan todos los días al desempleo (que en otros países le mal llaman "paro") y a la falta de fuentes de trabajo para su población, pues las circunscripciones económicas de Masagua, en el departamento de Escuintla, de Estanzuela, en el de Zacapa, y las de Guastatoya y de San Agustín Acasaguastlán, en el de El Progreso, están pujando al revés, es decir, por ofrecer salarios por debajo del mínimo establecido a nivel nacional con tal de atraer nuevas empresas que lleguen a invertir a sus comunidades, pues entienden que el peor ingreso por salario es el que no se tiene.

     Insistimos en que todo está atado hoy día, y cuando en nuestro país hoy se muere la gente porque no tiene qué comer, cosa que no sucedía en el pasado, debemos ser muy cautelosos de la manera como se enfocan las políticas públicas, pues todo lo que se decide tiene consecuencias, unas positivas, otras negativas, y nuestro país está urgido de tomar decisiones correctas para beneficiar a las grandes mayorías marginadas y tan vulnerables.

     Parte del problema es, también, que la delegación de trabajadores de la CNS, suele estar ahí para conseguir mejoras para la clase que representan.  Eso es natural.  Pero estas medidas ni siquiera causan mejoras permanentes en sus representados.  Si así fuese, ya no habría necesidad de subir sueldos, pues en el pasado ha habido muchas oportunidades en que se ha subido el salario mínimo.  Lo que cuesta más entender es que el salario es un precio por el valor del trabajo, y que si se sube por Acuerdo el valor de ese trabajo, es decir, artificialmente, el efecto que causa es inflación, tienden a subir los precios de todos los artículos, afectando a trabajadores y desempleados por igual y, finalmente, el poder adquisitivo de los trabajadores supuestamente beneficiados suele quedar igual que antes o, incluso, peor.

     ¡Qué más quisiéramos que todos los trabajadores pudieran tener mayor poder adquisitivo cada día!  Pero desde nuestra perspectiva es muy importante que los ingresos por salarios abarquen al mayor número de familias posibles, pues sabemos de algunas en las que ninguno de sus miembros tienen empleo, ni siquiera en el sector informal.  Todo eso abona al bienestar general de las comunidades y de la sumatoria de la sociedad nacional, lo cual redundaría a mejorar la paz social, la convivencia pacífica, el crecimiento de la economía, el bienestar de los individuos más vulnerables, la gobernabilidad tan maltrecha últimamente...

     No tomar en cuenta los niveles salariales de los países vecinos suele ser otro error de cálculo de nuestros comisionados.  Por ejemplo, Prensa Libre acaba de publicar, página 27 del 30 de agosto de 2014, que el alcalde de la ciudad de México propuso un aumento del 17% al salario mínimo, que subiría de 67 a 82 pesos ($13.11 x US$.1.00), es decir, lo elevarían a unos US$.6.25 diarios, mientras que aquí pretenden que los pocos empleados del país ganen, a partir de que aprueben su propuesta, más de US$.16.00 diarios.  

     Ese nuevo nivel salarial mínimo sería algo así como el doble del que hoy se maneja en El Salvador, nuestro vecino más cercano (http://www.elsalvadormipais.com/salario-minimo-en-el-salvador-2014).  ¿Qué inversión va a venir así? ¿A dónde cree el lector que se trasladarán las empresas cuando comparan este tipo de costos que se suman a que nuestra energía eléctrica es de las más caras del continente?  Si solamente Nicaragua se ha llevado incontables empresas, asumimos por los elevados costos nacionales en el tema de inseguridad que tenemos.

     ¿De qué sirve que tanto se hable del proyecto de Ley para Atraer Inversiones, si los impuestos son únicamente una parte del costo de producir y se minimiza frente a los tres renglones mencionados: salarios, energía y seguridad?

     Todo está atado. Hay otros costos, casi invisibles, que el país viene pagando y que, desde hace más de dos años y medio, venimos denunciando en este espacio:(http://politicaysentidocomun.blogspot.com/2012/01/la-ciudad-de-guatemala-y-el-indice-de.html).  Es el costo social que implica que la juventud no encuentra oportunidades para aprender un oficio, para aprender a trabajar, pues no hay una salvedad, en esta normativa salarial mínima, para que ellos tengan un espacio y entren a trabajar como aprendices en talleres, fábricas y comercios.  Luego, no nos quejemos que los niños y jóvenes se integran a las pandillas, se vuelven violentos delincuentes o emigran, corriendo enormes peligros, hacia donde puedan tener oportunidades de ganar dinero y de desarrollarse dignamente.

     Los empleos no llegarán al interior del país por arte de magia.  Se requiere de empresarios que estén convencidos de la bondad de invertir dinero, minimizar los riesgos y hacerlo rentable.  ¡No hay de otra!  Y nosotros estimamos, en línea con lo que hemos tantas veces dicho de los funcionarios y personas que toman decisiones detrás de un escritorio, sin mojarse las botas, sin arremangarse la camisa a la par de nuestros campesinos, que la tomar la decisión de subirle el salario mínimo a la gente que ya está colocada, se ha dejado de pensar en las inmensas mayorías que antes sólo eran pobres, pero hoy son paupérrimas y se están muriendo de hambre.

     La CNS ha anunciado que este viernes 5 de septiembre emitirá su decisión.  Por el bien de los desheredados, esperamos que Dios los ilumine.  Ninguno de los representantes en la CNS se debe a sector alguno sino al conjunto de guatemaltecos que se podrán ver afectados, muchas veces en situaciones de vida o muerte que antes no pasaban, por decisiones poco meditadas.

     Por cierto, lo redundante del título de este ensayo fue intencional.