jueves, 5 de marzo de 2015

LA ROYA DEL CAFÉ. LECCIONES PARA EL PROCESO POLÍTICO GUATEMALTECO.

     La manera como los guatemaltecos solemos ver las cosas es tratando de obtener lo mejor, y hasta lo que sea, con tal de hacer el menor esfuerzo.  Esto podríamos decir que es de aplicación general.

     La roya, ese hongo que infectó la mayoría de plantaciones de café, atacó principalmente a las plantas viejas, a las mal nutridas, a las mal cuidadas por exceso de sombra y, por ende, de humedad, y a las que sufrían todas estas circunstancias.
     
    La mayoría de caficultores, por inercia o por bajar costos, estaban acostumbrados a invertir lo menos posible, en productos y en jornales, para obtener la producción que fuese, hasta que se quedaron sin nada.

     La consecuencia fue que, después de eliminar y, a veces, quemar plantaciones completas, los caficultores tuvieron que comenzar desde cero, poniéndole especial atención y cuidado a los brotes nuevos, cambiando sus paradigmas y sustituyendo métodos obsoletos de cultivo por otros, pero especialmente fijándose en lo que hacían a cada paso del proceso y teniendo en mente las consecuencias, a futuro, de cada acción emprendida en cada mata y en el conjunto del fundo.

    La caficultura guatemalteca no se ha recuperado del todo, pero los resultados de contar con una mayoría de productores que se fijan en lo que hacen y que ponen todo su empeño en cuidar cada una de las partes y fases del proceso, están dándole al país una cosecha todavía menor que las anteriores pero con una calidad de café sin precedentes.

     Las notas especiales y la limpieza en taza hacen, hoy, evidente, que las plantaciones de café en Guatemala no están a la deriva, que son mucho más vigorosas, están mejor nutridas y, por ende, son capaces de producir mejores rendimientos por área y una calidad que, esperemos, redunde en mejores precios para todos, incluyendo a los trabajadores que ayudan a levantar las cosechas.

  Todo esto tiene aplicación práctica para el proceso político guatemalteco.  El país está enfermo de “políticos tradicionales” que vienen matando, poco a poco, toda iniciativa decente por elevar las condiciones de vida de los más débiles.  El círculo es vicioso porque, mientras las grandes masas electoras son débiles y no tienen oportunidades, son víctimas de esos políticos tradicionales y, casi sin darse cuenta, están siendo embaucados, elección tras elección, para que apoyen este u otro proyecto político que los sume más en la pobreza.

     La enfermedad política de Guatemala es tan grave que ya equivale a la devastación que la roya causó en casi todas las áreas cafetaleras del país.

     Urge que todo el mundo deje atrás viejos rencores, antiguas reyertas ideológicas o lo que sea que nos separe, y tratemos este año electoral de unificarnos en contra de quienes han enfermado al país para fortalecer otro tipo de liderazgos, que también existen.

     Si ya estuvieron donde había y las señales son claras de que su agenda era particular; si no tienen experiencia pública comprobada y honrada; si los hemos visto que son capaces de hacer cualquier cosa por su ambición; si dicen una cosa y finalizan pactando otra a espaldas del pueblo; si gastan tanto dinero para la campaña y no saben explicar de dónde sale; si son capaces de pasarse años repartiendo granos, azúcar, aceite, láminas, herramientas y cualquier cosa para atraer votantes, sin saberse de dónde salen esas grandes montañas de dinero… todas son señales inequívocas de que ese tipo de liderazgo no conviene para rescatar a este país enfermo que, como la roya, ha ido copando institución tras institución.  Nuestros políticos tradicionales están enfermos: ¡Hay que podarlos!

     Así como los productores reaccionaron para no perderlo todo, el ciudadano tiene que reaccionar y dejar de ser cómplice del latrocinio que nos agobia. Cada quetzal que gasten estos enfermos repartiendo cosas durante la campaña es seguro que lo llegarán a tratar de recuperar, al doble, a costa de hospitales, de escuelas, de la seguridad de nuestras calles y de las oportunidades de trabajo que nunca llegan.  Todo si los dejamos ganar.

     Por eso apelamos a los líderes naturales del país, a esos miles de campesinos que viven en la Guatemala profunda, la “Segunda Guatemala” que vive entre lodazales en invierno, entre polvaredas en verano porque no hay carreteras; a esas decenas de miles de líderes de los que denominamos “los sin voz”, para que se pongan de acuerdo para votar “antisistema”.

    Otorgarle el voto a quienes nos ven solamente como instrumentos para encaramarse y tener firma en las chequeras del Estado, es caer en el sistema que ellos, los ladrones de la política, los enfermos por llegar a gobernar, han creado.  Por eso apelamos a la visión antisistema para cambiar la manera de hacer las cosas.

     La gente organizada es poderosa como una plantación bien cuidada y bien nutrida.  Las personas aisladas y sin organización son víctimas como un cafeto olvidado y condenado a desaparecer.

     Guatemala merece una reacción positiva de sus mejores hombres, de sus mejores mujeres, de su ilusionada juventud para poner un “alto al desmadre”.

     La fiesta comenzó por la alegría de unos cuantos corruptos.  Hoy es un escándalo que ha dejado sin agua y sin luz al vecindario y amenaza con acabarlo todo.  Hay que ponerle un alto a todo esto.

     Organicémonos, ayudemos a abrir los ojos del resto de ciudadanos apáticos; seamos un poco antisistema y marquémosle un alto al enemigo de nosotros mismos, erradicándolo como a la roya.  Es seguro que habrá un Presidente, un Vicepresidente, diputados y alcaldes, de modo que voltear a ver para otro lado no es opción: es hacerle el juego a los enfermos de poder.

     De ahí que es necesario el concurso de toda la ciudadanía para sanar a nuestra linda y querida Guatemala.