La manera como los
guatemaltecos solemos ver las cosas es tratando de obtener lo mejor, y hasta lo
que sea, con tal de hacer el menor esfuerzo.
Esto podríamos decir que es de aplicación general.
La roya, ese hongo que infectó la mayoría de plantaciones de café, atacó principalmente a las plantas viejas, a las mal nutridas, a las mal cuidadas por exceso de sombra y, por ende, de humedad, y a las que sufrían todas estas circunstancias.
La mayoría de
caficultores, por inercia o por bajar costos, estaban acostumbrados a invertir
lo menos posible, en productos y en jornales, para obtener la producción que
fuese, hasta que se quedaron sin nada.
La consecuencia
fue que, después de eliminar y, a veces, quemar plantaciones completas, los
caficultores tuvieron que comenzar desde cero, poniéndole especial atención y
cuidado a los brotes nuevos, cambiando sus paradigmas y sustituyendo métodos
obsoletos de cultivo por otros, pero especialmente fijándose en lo que hacían a
cada paso del proceso y teniendo en mente las consecuencias, a futuro, de cada
acción emprendida en cada mata y en el conjunto del fundo.
La caficultura
guatemalteca no se ha recuperado del todo, pero los resultados de contar con
una mayoría de productores que se fijan en lo que hacen y que ponen todo su
empeño en cuidar cada una de las partes y fases del proceso, están dándole al
país una cosecha todavía menor que las anteriores pero con una calidad de café
sin precedentes.
Las notas
especiales y la limpieza en taza hacen, hoy, evidente, que las plantaciones de
café en Guatemala no están a la deriva, que son mucho más vigorosas, están
mejor nutridas y, por ende, son capaces de producir mejores rendimientos por
área y una calidad que, esperemos, redunde en mejores precios para todos,
incluyendo a los trabajadores que ayudan a levantar las cosechas.
Todo esto tiene
aplicación práctica para el proceso político guatemalteco. El país está enfermo de “políticos
tradicionales” que vienen matando, poco a poco, toda iniciativa decente por
elevar las condiciones de vida de los más débiles. El círculo es vicioso porque, mientras las
grandes masas electoras son débiles y no tienen oportunidades, son víctimas de
esos políticos tradicionales y, casi sin darse cuenta, están siendo embaucados,
elección tras elección, para que apoyen este u otro proyecto político que los
sume más en la pobreza.
La enfermedad política
de Guatemala es tan grave que ya equivale a la devastación que la roya causó en
casi todas las áreas cafetaleras del país.
Urge que todo el
mundo deje atrás viejos rencores, antiguas reyertas ideológicas o lo que sea
que nos separe, y tratemos este año electoral de unificarnos en contra de
quienes han enfermado al país para fortalecer otro tipo de liderazgos, que también
existen.
Si ya estuvieron
donde había y las señales son claras de que su agenda era particular; si no
tienen experiencia pública comprobada y honrada; si los hemos visto que son
capaces de hacer cualquier cosa por su ambición; si dicen una cosa y finalizan
pactando otra a espaldas del pueblo; si gastan tanto dinero para la campaña y
no saben explicar de dónde sale; si son capaces de pasarse años repartiendo
granos, azúcar, aceite, láminas, herramientas y cualquier cosa para atraer
votantes, sin saberse de dónde salen esas grandes montañas de dinero… todas son
señales inequívocas de que ese tipo de liderazgo no conviene para rescatar a
este país enfermo que, como la roya, ha ido copando institución tras
institución. Nuestros políticos
tradicionales están enfermos: ¡Hay que podarlos!
Así como los
productores reaccionaron para no perderlo todo, el ciudadano tiene que
reaccionar y dejar de ser cómplice del latrocinio que nos agobia. Cada quetzal
que gasten estos enfermos repartiendo cosas durante la campaña es seguro que lo
llegarán a tratar de recuperar, al doble, a costa de hospitales, de escuelas,
de la seguridad de nuestras calles y de las oportunidades de trabajo que nunca
llegan. Todo si los dejamos ganar.
Por eso apelamos a
los líderes naturales del país, a esos miles de campesinos que viven en la
Guatemala profunda, la “Segunda Guatemala” que vive entre lodazales en
invierno, entre polvaredas en verano porque no hay carreteras; a esas decenas
de miles de líderes de los que denominamos “los sin voz”, para que se pongan de
acuerdo para votar “antisistema”.
Otorgarle el voto
a quienes nos ven solamente como instrumentos para encaramarse y tener firma en
las chequeras del Estado, es caer en el sistema que ellos, los ladrones de la
política, los enfermos por llegar a gobernar, han creado. Por eso apelamos a la visión antisistema para
cambiar la manera de hacer las cosas.
La gente
organizada es poderosa como una plantación bien cuidada y bien nutrida. Las personas aisladas y sin organización son
víctimas como un cafeto olvidado y condenado a desaparecer.
Guatemala merece
una reacción positiva de sus mejores hombres, de sus mejores mujeres, de su
ilusionada juventud para poner un “alto al desmadre”.
La fiesta comenzó
por la alegría de unos cuantos corruptos.
Hoy es un escándalo que ha dejado sin agua y sin luz al vecindario y
amenaza con acabarlo todo. Hay que
ponerle un alto a todo esto.
Organicémonos,
ayudemos a abrir los ojos del resto de ciudadanos apáticos; seamos un poco
antisistema y marquémosle un alto al enemigo de nosotros mismos, erradicándolo
como a la roya. Es seguro que habrá un
Presidente, un Vicepresidente, diputados y alcaldes, de modo que voltear a ver
para otro lado no es opción: es hacerle el juego a los enfermos de poder.
De ahí que es
necesario el concurso de toda la ciudadanía para sanar a nuestra linda y
querida Guatemala.
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