jueves, 25 de junio de 2015

LOS MANSOS CORDEROS Y LOS LOBOS QUE NOS PASTOREAN

Nuestros pueblos, los latinoamericanos, tenemos algunas coincidencias, como la de parecer corderos mansitos frente a la manera burda de utilizar el poder por parte de quienes nos gobiernan, o la de permitir, precisamente, que arriben al poder las personas equivocadas.

La historia de la Guatemala pos independencia es la de un pueblo divorciado de la cosa pública y de las autoridades, a quienes tradicionalmente han visto como un mal necesario del cual se habla únicamente cuando es la época de cambiarlas.

Es así como, en el siglo XIX navegamos del gobierno de España al nacional sin siquiera cambiar a la persona que ejercía el mando, y luego pasamos por períodos dictatoriales conservadores y liberales sin que el pueblo, realmente, tuviese alguna participación como no fuese servir de carne de cañón.

La transición del siglo XIX al siglo XX la vivimos de la mano de la dictadura, y se necesitaron 22 años para que el pueblo, por fin, despertara y, de alguna manera, se rebelara, viviendo la mayoría de la gente prácticamente 21 de esos años como mansos corderitos.

El siglo XX no deja de ser interesante, pues la tradición que se traía desde el siglo anterior con relación a la vinculación que se hacía entre militares y gobernantes, de alguna manera pareció terminar con el advenimiento de la denominada "Era Democrática" que inicia con la promulgación de la Constitución Política de 1985, cuando accede al poder el licenciado Vinicio Cerezo y, aún con los problemas de siempre, comienza una sucesión presidencial de personas no vinculadas con la institución armada.

Hasta esos años se tenía la sensación que muchas familias metían a sus hijos a la Escuela Politécnica con la intención de que llegasen, algún día, a la Presidencia de la República.  Luego, con la sucesión de varios gobiernos civiles, esa práctica se fue perdiendo (lo que no pareció suceder ni siquiera en la etapa más fuerte del conflicto armado interno) al grado que hoy no pensamos que haya nuevos ingresos a la escuela militar con otra intención como no sea hacer carrera militar.

Sin embargo, militares de la vieja escuela, que todavía pudieron haber ingresado con esas intenciones, son los que hoy gobiernan o mal gobiernan Guatemala, habiendo accedido al poder a través de una carrera política breve o casi inexistente.

¿Hacia dónde van las cosas en nuestro país? ¡Quién sabe! En la medida que sigamos siendo corderos y que nuestra mansedumbre sea sin igual, seremos gobernados por corruptos que, a su vez, se vuelven en corruptores, convirtiendo nuestro sistema político en este círculo vicioso que hoy vivimos en que cuesta identificar un partido político o un personaje que no esté vinculado o haciendo campaña con dinero sucio proveniente del saqueo de hospitales, escuelas, carreteras y del erario público, en general, o con el proveniente del crimen organizado que extorsiona, que trafica con personas o con estupefacientes y que hace de cualquier cosa buena un negocio asqueroso e inmoral.

Lobos de la política siempre han existido y siempre existirán, pero está en los ciudadanos el tomar la decisión de dejar de ser mangoneados, de despertar a la vida cívica y política y asumir las responsabilidades que eso conlleva para que nos gobierne mejor gente que hoy.

No es casualidad que la oferta política que hoy tenemos sea tan pobre, tan deficiente o tan sucia.  Es debido a que les hemos dejado el espacio libre a los malos ciudadanos que nos han ido copando y hoy hasta nos restriegan en la cara sus fortunas, a través de casas de playa, fincas con mansiones de descanso, helicópteros, aviones jets, flotillas de vehículos nuevos para meternos sus anuncios de campaña, coches deportivos, yates, mansiones y cuentas en el extranjero, todo porque saben que tienen copados el Congreso de la República, las cortes claves donde serían juzgados, muchas fiscalías y hasta empresarios y abogados supuestos a ser parte de la iniciativa privada pero que funcionan a su favor.

Los mansos corderos parecen comenzar a despertar de su letargo, pero tienen que aprender a patear y a morder para crearse su espacio libre de esos viejos lobos de la política.




martes, 16 de junio de 2015

EL TRISTE PAPEL DE ESTADOS UNIDOS FRENTE A NUESTRA HISTORIA

     La relación entre ciudadanos estadounidenses y guatemaltecos siempre ha sido excelente; cuando ya intervienen las empresas, esa relación deja de ser cordial, entre iguales, entre amigos, y si bien es cierto hay casos de excelentes relaciones, también los hay donde la utilización del poder ha quedado hasta documentada.

     Pero cuando nos referimos ya a las relaciones de gobiernos, ese trato igualitario que inspira la Convención de Viena, por ejemplo, desaparece, y se comienza a perfilar el imperio y la defensa de sus intereses frente a las pequeñas repúblicas que muchas veces, y despectivamente, denominan bananeras, como si fuese pecado sembrar y producir bananos.

     Se firman Tratados de Libre Comercio que no liberan nada, se cimentan alianzas que luego se rompen y, lo que es peor, de vez en cuando se nos trata de impartir cátedras de moral y de principios que, cuando ya no conviene, también se hacen de lado.

     Se nos apoya con armas y helicópteros para combatir el tráfico de drogas porque ponemos los muertos, y se nos imponen, desde Washington, políticas financieras para combatir ese flagelo, pero en Estados Unidos nunca cae un capo de la droga; como si no existieran.

     Se nos ve mal, y con razón, por nuestros elevados índices de corrupción, pero cuando la ciudadanía al fin despierta y pide que se largue el corrupto, al representante imperial se le imparten otras instrucciones: las de apuntalarlo.  Ha de ser su "SOB", como alguna vez dijese Franklin D. Roossevelt de Anastasio Somoza García, el dictador nicaragüense.


     La imagen es la del mural "Gloriosa Victoria", de Diego Rivera, un cuadro que estuvo perdido más de 50 años en Rusia y que fue pintado a raíz de la caída del presidente de Guatemala Jacobo Arbenz, en 1954.

     Sesenta años más tarde, la misma es representativa de esa relación, en donde el presidente de Guatemala, a quien se le asoma una pistola en la cintura y un fajo de billetes en la bolsa del saco, saluda servilmente al embajador, quien se apoya en una bomba con la cara de su presidente (en esa época era Dwight Eisenhower), mientras le habla al oído el Jefe de la CIA (la agencia de espionaje).

     En el fondo, del lado izquierdo, el barco estadounidense cargando nuestras mercancías, los bananos, que asoman al fondo y ocupan un primer plano junto con algunos seres humanos caídos. Al fondo, del lado derecho, la ciudadanía entre agobiada por el cansancio y tratando de protestar y de levantarse en armas, mientras que hasta atrás, limitados por una reja de metal, queda la mayoría, de mirones.

     En el mural aparecen, detrás del presidente de Guatemala, algunos miembros representativos del Ejército, tanto oficiales como soldados, que acompañan al mismo en su saludo servil, mientras frente a la iglesia está un prelado, quizás el arzobispo (Rossell y Arellano, en aquella época), bendiciendo todo lo que pasa.

     El cuadro muy bien pudo haber sido pintado hoy.  Lo único que quizás cambiaría de nuestras actuales circunstancias son la posición del arzobispo, que en nuestros días ha sido una muy digna, del lado de la ciudadanía asqueada con la corrupción.  Además, hoy podría agregarse, detrás del presidente y participando de ese vergonzoso saludo servil, al sector privado organizado, que ha jugado un papel tan pobre o tan tibio. Y al pie del racimo de bananos podría erigirse el podio presidencial para que el señor embajador se exprese y la imagen sea más ofensiva a nuestros ojos ciudadanos.

     Por otro lado, esa cápsula del tiempo que nos legara ese magnífico artista de ideología comunista, casi lo podemos exponer como lo representativo de nuestras relaciones históricas.  

     Seguramente, dentro de cien años, algo nuevo sucederá dentro de nuestras relaciones, en que alguien lea estas líneas y se dé cuenta que el tiempo pasa pero la evolución en las mismas se estanca.

     Preguntamos, finalmente: ¿Qué necesidad tienen, las autoridades estadounidenses, de querer dictarnos cátedra? ¿No hubiese sido mejor, a estas alturas, que el embajador se quedase calladito y que el curso de nuestros asuntos fuese decidido únicamente por nosotros?