Es difícil explicar el amor por la patria, ese que engloba su defensa, la defensa de lo que es correcto y que conlleva una dosis de indignación cuando sabemos que la mancillan; indignación que, debemos decir, ha sido constante en las últimas dos o tres generaciones.
Son pocas veces las que un apasionado y ardoroso defensor de algo intangible, como el concepto "patria", se alegra, especialmente en un país en donde sus instituciones y los procesos políticos han sido copados por mafias, por bandas criminales y, en algunos casos, hasta por extranjeros que buscan un interés económico a través de sus negocios ilícitos o defienden agendas foráneas y se creen con derecho de venir a decirnos qué hacer y qué no hacer.
Sobre gran variedad de temas que tienen que ver con la defensa de un orden institucional, de un Estado de Derecho y de valores y principios que debieran regir nuestra vida política hemos venido escribiendo en este medio desde marzo de 2009, con planteamientos utópicos, con propuestas de solución, con críticas fundadas, con valentía pero, sobre todo, con ese amor que profesamos por lo nuestro, por el ideal moral del deber ser, por los valores familiares que se nos inculcaron y que tienen aplicación práctica en la cosa pública, por la elevación de los valores cívicos y la defensa, a ultranza, de lo que es debido dentro del sentido común.
Navegar en estas aguas en medio de una sociedad muchas veces indiferente ha sido difícil. Bien se dice que un leño no arde solo, y la realización de los ideales democráticos se pueden empujar en solitario mas no pueden concretarse sino en la medida que la colectividad los asume y los defiende.
Ese despertar ciudadano es el que se ha venido dando desde que, hace cuatro meses, en el mes de abril de 2015, la revelación formal de las actividades delictivas de unos gobernantes, cuyos actos ilegales han venido siendo vox populi desde antes de que llegaran a tener poder, fueron algo así como la gota que rebalsó el vaso de nuestra paciencia colectiva, y la Primavera Chapina, ese florecer de la conciencia ciudadana de los gobernados en su conjunto, sin distinción de clases, de sexos, de etnias, aunque al principio un poco desconfiados por cuestiones ideológicas que, al final, fueron olvidadas, se comenzó a dar y a fortalecerse cada día, dando sus primeros frutos.
La petulancia de la ex-vicepresidenta Roxana Baldetti Elías y la posición de confrontación del ex-presidente Otto Pérez Molina ayudaron a formar el crisol de la ciudadanía guatemalteca que se amalgamó en su contra y, finalmente, doblegó hasta a sus antiguos aliados en el Congreso de la República, ganándoles el pulso que, en contra de todo sentido común, se empañaban en sostener en contra de una mayoría que le exigía rendición de cuentas ante los tribunales.
La historia se escribe, generalmente, con violencia y hasta con sangre; pero esta página de nuestra historia habrá de convertirse en una de las más gloriosas gestas ciudadanas guatemaltecas, precisamente porque, sin líderes que nos guiaran, el conglomerado social optó por la no violencia, por la exigencia firme de derechos expresados en pancartas, en entrevistas y hasta en los hasta hace poco desconocidos memes en las redes sociales.
Hubo protestas ciudadanas en donde pudimos ver cómo, después de la misma, la gente se organizó para recoger su propia basura en la plaza y en las calles. Vimos gente que llegó a acompañar a los denominados picapollos, los trabajadores municipales que pasan recogiendo basura, para aliviar su carga, en un gesto cívico sin precedentes.
Las fotografías de familias enteras protestando con los padres cargando a sus hijos sobre los hombros, o de niños ofreciéndole algún tipo de comida o bebida a los agentes del orden, o la determinación de hacer una valla humana para que los diputados pudiesen ingresar al edificio del Congreso a sesionar; o los jóvenes que, durante esa jornada cívica repartieron rosas mientras los diputados le levantaban la inmunidad al presidente de la República, son actitudes dignas de hacer constar para la posteridad y para ejemplo del resto del mundo.
Es triste ver que estamos en las noticias de todos lados porque hemos sometido a proceso tanto al presidente como a la vicepresidenta de la República, ambos en funciones. ¡Algo sin precedentes! Pero a la vez es alentador porque, como iniciamos indicando, la ciudadanía despertó del letargo que produce esa mezcla de indiferencia por lo político, repugnancia porque todo lo que se escucha da verdadero asco, y malestar porque cada noticia nos indigna.
Es de reconocer que gran parte del aliciente para que la protesta tomara forma y se fortaleciera en las calles tuvo, como contraparte, la buena gestión de algunos funcionarios públicos clave, como la Fiscal General del Ministerio Público o el Juez Contralor, que pone, con su sola actuación, en otro lugar del imaginario colectivo al Organismo Judicial completo, que ha sido parte, tradicionalmente, de la decepción ciudadana.
Los ciudadanos han despertado y se han dado cuenta del poder que, entre todos, tenemos para que la corrupción vaya siendo, cada vez más, cosa del pasado.
Hoy no basta con la función contralora de los mismos políticos, jueces o cualquier funcionario. Ahora el pueblo soberano ha asumido la función de supervisor de la cosa pública, y esperemos que, en lugar de bajar la guardia, asuma cada vez un rol más cercano a lo que sucede y, con su inmediatez, prevenga de alguna manera el despilfarro que ha sido la constante o los fallos amañados o cualquier cosa que dé una señal de alarma y que suene no sólo a injusticia sino a contubernio para actuar en contra de la ley.
La Primavera Chapina está en marcha y habrá de someter a su vigilancia no sólo a los políticos y funcionarios públicos, sino a esa parte de la sociedad civil y empresarial que ha sido corruptora y que merece, también, ser llevada a juicio. Hasta la gestión abusiva de embajadores estará en el escrutinio público.
Esperemos que este fervor patrio asumido por nuestras grandes mayorías no muera. La patria merece y necesita nuestro acompañamiento. La han enfermado sus malos hijos y requiere nuestro cuidado, el de sus buenos hijos, y la entrega de nuestra energía para sanarla y preservarla.
Como dice nuestro himno nacional: ¡Guatemala, tu nombre inmortal!