Siempre hemos visto como algo natural la defensa de la parte débil en cualquier circunstancia. Si los animales tienden a hacerlo, ¿por qué nosotros no?
Durante nuestra gestión parlamentaria, en algún momento, caímos en cuenta lo importante que era constituirnos en portavoces de los que tenemos años de denominar "los sin voz": ese conglomerado humano desorganizado que sobrevive en condiciones extremas de pobreza, que carga muchas veces el yugo de la ignorancia y que pasa la vida, entre el polvo y el lodo según sea la estación del año, acarreando agua, proveyéndose de leña y muriéndose de hambre.
Es a ellos a quienes nos hemos referido cuando afirmamos que hay varias Guatemalas; y porque no los veamos desde nuestras cómodas oficinas o no los escuchemos en la radio o en la televisión, medios a los cuales no tienen acceso, no significa que no existan. ¡Son de carne y hueso! Son quienes ven morir a sus niños llenos de lombrices; son quienes oyen toser toda la noche al esposo, a la madre, y no pueden más que desearle mejoría y ofrecerle a tomar una "agüita".
En condiciones ideales, si existiera una sola Guatemala, es decir, una sociedad homogénea en la cual todo el mundo tiene oportunidades y la mayoría tiene un trabajo y un salario digno, la aplicación de un salario mínimo podría funcionar para la generalidad, pero desde el momento en que unos viven, aunque con grandes limitaciones y problemas, en un mundo de agua potable, de iluminación en las calles, de transporte público subsidiado, y otros no, resulta lógico que las características de las necesidades de ambos segmentos de población sean diferentes.
Recordemos que el acceso a un trabajo digno, el bienestar económico, el poder acceder a una educación y a la cultura son Derechos Humanos de Segunda Generación, y si bien quisiéramos que todos los trabajadores tuviesen mejores ingresos reales, lo que sucede es que el salario mínimo ayuda generalmente a quienes ya tienen un trabajo remunerado en lo más bajo de la escala salarial, pero se olvida de "los sin voz", que son mayoría, que tienen las mismas necesidades básicas que el resto de la población pero no hay oportunidades para ellos y, encima, están en mayores riesgos frente a la desnutrición, frente a las enfermedades.
¿Qué hacemos como políticos o como simples seres humanos cuando la contradicción es entre el derecho al trabajo o al bienestar económico, derechos humanos de Segunda Generación, frente al derecho a la vida, que es un Derecho Humano inherente a la persona, es decir, de Primera Generación?
Los trabajadores suelen estar agremiados en sindicatos que velan por las mejoras en sus prestaciones laborales, y la Comisión Nacional del Salario está diseñada para establecer el precio del trabajo de quienes ya tienen trabajo formal, que según estadísticas son únicamente como un 30% de la Población Económicamente Activa, PEA, (el índice de informalidad, en diciembre de 2013, fue reportado en 76%). Pero "los sin voz" no tienen, en esa Comisión, quién hable por ellos. De ahí que no puedan ser escuchados, aunque sean mayoría, y que sus argumentos no tengan abogado que los plantee y los defienda. ¡Es una raza estoica, suelen decir!
Pongámonos un momento en la situación de pobreza y en las necesidades elementales no satisfechas de nuestros hermanos guatemaltecos y dejemos el egoísmo para ayudar a resolver el problema de fondo, que es la atracción de mayores inversiones para que haya trabajo digno e ingresos dignos para las mayorías, alguna vez.
Los líderes sindicales tienen razón al tener temor de que el número de plazas que hoy tienen o el ingreso mínimo que han logrado se caigan, pues en el gobierno, y en los gobiernos recientes, no ha habido un liderazgo que denote mayores cambios en los niveles de inversión en nuevos proyectos en el país. Pero no la tienen, ni el Procurador de los Derechos Humanos que nos ha mandado al primer año de la carrera de Derecho, cuando, a pesar de representar a mucha gente, no representan a las grandes mayorías, o cuando le dan prioridad a un derecho humano sobre otro (ya veremos cómo falla la Corte de Constitucionalidad).
Nosotros queremos pensar que se avecina un gobernante fuerte, visionario y que inspire la confianza para que se comiencen a cambiar algunas estructuras y a articular una nueva política que integre a todas las Guatemalas; que no se gobierne ni para los campesinos ni para la gente que vive en las ciudades, sino para todos, y que al generar el clima de confianza éste se constituya en el elemento catalizador de nuevas inversiones, de nuevos proyectos que permitan crear miles de nuevas plazas de trabajo y que, al constituirse por lo menos la mayoría en sujetos de un salario mínimo, podamos hablar de medidas que beneficien a la mayor parte de la población.
No se trata de conocer o no los Derechos Humanos o de estar en contra, por oponerse, del salario mínimo; es pensar en todos, es ver a la parte mayoritaria que no se queja y que sufre en silencio; es cuestión de humanidad.
"Los sin voz" tendrán, siempre, en nosotros, a alguien que entienda sus circunstancias, que sienta sus penas, que exprese sus anhelos y que exija sus derechos.
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