Ver el tercer y último debate de los candidatos a la Presidencia de Estados Unidos, y darme cuenta de la prepotencia de las potencias mundiales y de lo absurdo del plano electoral de la mayor democracia de este planeta, fueron una cosa anoche.
La sociedad estadounidense tiene los mayores problemas económicos desde la depresión que iniciara en aquel octubre de 1,929, con unos umbrales de personas desempleadas y niveles de pobreza que se evidencian con la cantidad de personas viviendo de la caridad del gobierno, sin precedentes para nuestra generación, pero la discusión en torno a los candidatos giró sobre su posibilidad de ponerse a la par de otro Estado en una supuesta guerra, sobre la voluntad de estos para intervenir en otros países, sobre el papel que consideran que tiene el país para servir de policía del mundo, un "honroso" cargo que ellos mismos se inventaron, sobre la multimillonaria inversión militar de ese país que, según dijo el mismo presidente Obama, es mayor que las siguientes diez potencias militares del mundo juntas.
¿No les caería bien, en estos momentos de relfexión para elegir sus más altas autoridades, dejar de ver cómo se meten en los asuntos del resto del mundo y componen sus desequilibrios internos?
Todo esto, unido a que, por supuesto, se habló de la "Primavera Árabe", lo que incluye los conflictos internos que se viven en varios países de esta parte del mundo, me hizo pensar en la también prepotente posición del gobierno ruso, defendiendo hasta la saciedad un régimen desgastado en Siria que, tarde o temprano, ha de caer. Los rusos recién salieron de un proceso electoral no tan transparente, pero ¿no les caería bien, a ellos también, voltearse a ver a sí mismos antes de mantener la defensa a ultranza de sus antiguos territorios de influencia geopolítica?
De ahí el título de este ensayo. Tanto el pueblo estadounidense, con su actitud de ver a donde no están sus intereses, como el gobierno ruso, defendiendo lo que está por terminar de derrumbarse, tienen algo en común: tarde o temprano se convertirán en perdedores.
Si los electores estadounidenses votan con la mente puesta en Afganistán, en Líbano, en la bomba atómica de Irán, en sus deterioradas relaciones con Pakistán, en sus pleitos en la Organización Mundial de Comercio con China, o en el fuerte lazo diplomático, militar, comercial y de inteligencia que los ata con Israel, con una gráfica de endeudamiento alarmante que señala que van al precipicio, pues no logran estabilizar los presupuestos de los siguientes diez o quince años, no van a desarmar esa bomba financiera y fiscal. Luego, que no se quejen cuando todo esto les explote en la cara y resulten con niveles de endeudamiento y de desempleo que ya no les permitan salir adelante y convertirse en uno más de los países en crisis alarmante, pues con sólo ver la ruta que los gobiernos socialistas griegos, españoles y portugueses, especialmente, han trazado, para reconocer que el sendero por donde van, con incrementos en los privilegios y en los niveles de deuda para mantenerlos, son insostenibles en el largo plazo.
De igual manera, cuando el régimen de Bashar Al Assad finalmente caiga, el gran perdedor aunque este último pierda la vida en el intento por mantenerse en el poder será el gobierno ruso.
Soy del tipo de políticos que suelen morirse con las botas puestas cuando se trata de principios, pero me cuesta entender que los electores estadounidenses o los estrategas políticos y militares rusos, tanto o más inteligentes que quien escribe, no abran los ojos y se den cuenta que conducen, unos a su país, otros al gobierno al que sirven, por la ruta del matadero.
La diferencia entre ambos es que, para los rusos, será como una raya más al tigre y no tendrá consecuencias más que en el prestigio de los defensores del carnicero de Damasco; pero la llevada de la economía del país que hoy es todavía el más rico de la Tierra, por irresponsabilidad primaria de sus autoridades y corresponsabilidad compartida de electores ciegos y formadores de opinión vendidos o con poca o nula capacidad para ver más allá de su entorno cotidiano, tendrá consecuencias globales negativas para las economías de todos los países en vías de desarrollo y hasta para las grandes economías que dependen del comercio con este gigante para generar y mantener su riqueza.
Pedir que un gobierno rectifique su política es pedirle peras al olmo, pero espero que los votantes estadounidenses tengan la sensatez de enfocar el debate político de su nación en las cosas que, verdaderamente, les debieran interesar, y dejar de ver al resto de países del mundo con esa falta de respeto, como si pueden ir por ahí interviniendo en uno y en otro.
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