Hoy se conmemora, en Guatemala, el Día del Maíz y el Día Internacional de la Juventud. El primero constituye el principal cereal, básico en la alimentación guatemalteca y, conforme al Acuerdo 767-2011 del Ministerio de Cultura y Deportes, también fue declarado Patrimonio Cultural y Natural de Guatemala.
Esto es congruente, pues desde hace años leímos un estudio sobre el origen del maíz, en los albores de los estudios genéticos de las plantas, y parece ser que el maíz, en el mundo, se originó en alguna parte de Huehuetenango, esas montañas azules del altiplano occidental de Guatemala, de donde sus mejores semillas fueron siendo escogidas por los pobladores y sembradas hacia el norte, en las grandes planicies, donde salvó de morir a los primeros pobladores llegados de Inglaterra en el Mayflower, en 1620, y hasta la Patagonia, traspasando las grandes cumbres de la Cordillera de los Andes en lo que hoy es América del Sur.
Es Guatemala, quizás, con sus 13 razas y 12 subrazas de maíz, el país con mayor diversidad biológica de este cereal, ligado a nuestra cultura ancestral a través de la cosmovisión que los mayaas tuvieron y que dejaron plasmada en el maravilloso Popol Vuh.
El Día Internacional de la Juventud, por otro lado, fue aprobado por resolución de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, ONU, a finales del año 1999.
Sea por resoluciones de autoridades locales o por la de organismos multilaterales, hoy tiende a conmemorarse casi todo.
Hace unos días, por ejemplo, se conmemoraba el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, algo que estableció también la Asamblea General de la ONU a fines de 1994, sólo que en esta oportunidad la aprobación la hizo por decenios, el primero que venció en 2004, y el segundo, denominado Un decenio para la acción y la dignidad, que se dio desde 2005 y estará venciendo este año.
Nuestra posición al respecto es de mucho respeto frente a los diferentes gremios que tienen su día, como el de los maestros, el de las secretarias, etcétera, o que realzan figuras claves entre la familia, como la madre, el padre, los abuelos, o frente a grandes segmentos de población que constituyen el futuro, como los niños, o el presente, como la juventud (a quien muchos vislumbran como futuro también, pero nosotros sostenemos que la juventud debe ser protagonista de todo lo que sucede en su entorno y es en la niñez donde debe planificarse y construirse el futuro); o frente a grandes conglomerados humanos como lo constituyen las poblaciones indígenas, tan importantes en nuestro país.
Sin embargo, ¿de qué sirve conmemorar una fecha en el calendario si se deja de pensar en lo que cada uno de ellos representa todos los días? ¿de qué sirve a quien detenta el poder salir con campos pagados en los medios si se actúa diferente en el quehacer de cada día?
Nuestro país nunca ha estado en situación tan grave desde el punto de vista alimentario. Aunque tengamos un Día del Maíz y creamos que nuestra tierra es el origen de tan apreciada planta, los niños se están muriendo de hambre como nunca antes había sucedido, y muchos de los que quedan vivos están condenados a tener un coeficiente intelectual deficitario para el resto de su vida, pues sus cerebros no se nutrieron lo suficiente cuando así lo requerían.
Conmemoramos el Día Internacional de la Juventud en el domo, techado, con entrada por invitación y con derecho a escuchar más de la burda campaña anticipada del gobierno, pero no se trabaja como debiera hacerse en brindarle oportunidades de desarrollarse integralmente en el país y se les orilla a buscar futuro en otros países, migrando ilegalmente con los riesgos que eso conlleva y cuyos peligros son ya de todos conocidos.
El ejemplo que utilizamos con relación a nuestra población indígena debiera llegar al mismo seno de las Asamblea General de la ONU, a la oficina oval de la Casa Blanca, a las salas y tanques de pensamiento ligadas al Congreso y al Senado de los Estados Unidos de América, y a las oficinas, tanto de la Comisión Europea como del Parlamento Europeo y demás países que son nuestros socios comerciales pero que no comprenden nuestra idiosincrasia. Es más, debiera llegar a nuestro propio Congreso Nacional, pues por lucirse o decir que se está haciendo algo, presentan iniciativas que en nada apoyan la situación de las poblaciones indígenas de Guatemala.
Nos referimos a las cláusulas que, de un tiempo a acá, han venido poniendo en Tratados de Libre Comercio con relación al tema del trabajo infantil, con el cual por principio estamos en desacuerdo si lo vemos como lo pudo describir Charles Dickens en los inicios de la Revolución Industrial, en Inglaterra.
Por supuesto que no es deseable que los niños trabajen en las fábricas en donde están expuestos a accidentes con maquinaria, ni en jornadas nocturnas o de tantas horas que se conviertan en esclavos de un patrono explotador.
Pero de nada sirve que haya un Día Internacional de los Pueblos Indígenas, en donde todos los niños están acostumbrados a ayudar en las tareas del hogar y a trabajar no sólo al lado de sus padres y parientes sino como aprendices en lugares en donde, valga la redundancia, aprenden un oficio y, paralelamente, ganan un dinerito para ayudar a la economía familiar, y por otro lado, a través de estos "Tratados" se les han venido restringiendo las posibilidades de aprender a trabajar y de superarse. Luego, que no se extrañen que haya decenas de miles de ellos viendo cómo se van a otro lado.
La lógica de escritorio de Washington, de Bruselas y de Estrasburgo, por poner pocos de varios ejemplos, enaltece a comunidades indígenas que ellos no tienen y les cercena el derecho de vivir como ellos, culturalmente, están acostumbrados, porque no concuerdan con sus estándares de lo que un niño o un joven debiera estar haciendo. Los invitamos a que vengan a vivir un tiempo dentro de nuestras comunidades indígenas, que sientan su pobreza, sus angustias; que compartan sus anhelos y esperanzas y, después, mientras voltean a ver a sus niños jugando tranquilamente en sus calles y parques bien cuidados, que relean sus "Tratados".
Para quienes vivimos en un país con las venas abiertas por la pobreza de las comunidades indígenas, el Día Internacional de los Pueblos Indígenas es todos los días. Como políticos sensibles y con los pies en la Tierra no podemos voltear a verlos y felicitarlos "en su día", pues la mayoría de ellos ni se entera que se está llevando a cabo tal conmemoración, pues están ocupados en dedicarle horas enteras de su esfuerzo diario en tan solo sobrevivir (no les caería mal leer un poco a Abraham Maslow y su Jerarquía de Necesidades). ¿Dónde han estado la "acción" y la "dignidad" de estos diez años de conmemorar que este año vencen?
Estamos seguros que quienes inventaron todos estos días para darle alivio a su conciencia, jamás acarrearon agua para beber, jamás tuvieron que salir a buscar leña para cocinar, y es poco probable que se hayan preocupado alguna vez por lo que iban a comer al día siguiente.
Nuestro compromiso político está en pensar que cada día se conmemora el conjunto de personas, conglomerados de población, hechos o productos que no sólo hacen nuestra guatemalidad sino nos inspiran a hacer las cosas mejor que antes, con más energía, con ideas mejor pensadas y con visión de más largo futuro.
Es posible que una posición como la nuestra no sea del agrado de todos, pero es sincera y sentida y con eso nos basta. El realce de nuestros valores y cuestiones más preciadas debe hacerse en una base diaria, con sentido de crecimiento e inclaudicable.
Por lo pronto, entendemos que se quiera proteger a los niños y jóvenes de los centros urbanos, especialmente, pero no podemos entender que no se distinga entre la juventud urbana y la rural, ni que la única manera que haya para hacerlo sea la de subir la edad en que pueden emplearse. No lo entendemos y no lo aprobamos. Hay que ser creativos a la hora de proponer iniciativas.
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