jueves, 7 de agosto de 2014

LA CONMEMORACIÓN Y LA CREACIÓN DE LOS CONFLICTOS

     El ser humano es el único animal en el planeta capaz de conmemorar acontecimientos protagonizados por sus antepasados, y parece ser, también, el único en insistir en crearse más problemas en la medida que avanza en su civilización.

     Cualquier país que celebre el día de su independencia está conmemorando un rompimiento con otro país, un conflicto.  

     Cada año se conmemoran fechas de batallas, de desembarcos famosos, de finalización de conflictos, especialmente militares, pues el ser humano lleva en sus genes la guerra y el festejo.

     Las hay, inclusive, las que conmemoran una entrada triunfal después de finalizado el conflicto, y hasta con el nombre equivocado, como es el caso del Día del Ejército, pues la última batalla de la llamada Revolución Liberal encabezada por Miguel García Granados fue el 29 de junio de 1871, entre Bárcenas, San Lucas Sacatepéquez y la Cuesta de Las Cañas, y la entrada triunfal a la capital, fue el día 30, el día que se recuerda, cuando la Institución Armada se fundó posteriormente, con la instalación de la Escuela Politécnica, el 1 de septiembre de 1873, apenas 3 meses antes de que Justo Rufino Barrios, el gran caudillo de la misma, asumiera la Presidencia de la República.

     El problema nada tiene que ver con lo anterior sino con esa mala costumbre que tenemos los seres humanos, muchas veces a través de la clase política y, a través de esta, por la de la clase nombrada, la burocrática de oficina, de generar nuevas trabas a las que también denominamos conflictos, aunque sean de otra naturaleza, y de irlos sumando a los existentes.

     Por ejemplo, cuando comenzáramos a estudiar Derecho y a trabajar en cuestiones legales en el despacho de un abogado, los trámites para conseguir un fin eran unos.  Hoy, al ciudadano de a pie solamente le falta caminar sobre brasas encendidas para cumplimentar lo que, anteriormente, era mucho más fácil.

     Existen tendencias loables por facilitar las cosas.  Se han dado en el proceso de importaciones y exportaciones, en los de registro de propiedades, empresas y hasta armas, en los del pago de impuestos, y la sumatoria, es decir, el resultado para la ciudadanía, sigue siendo negativo en su sufrir muchas veces silencioso y resignado.  La carga que a través de leyes, reglamentos, ordenanzas y, especialmente, ocurrencias y hasta burradas, es tremenda.

     Por más que hoy existe la tecnología para interconectar oficinas y registros públicos, para minimizar el traslado personal a través de videoconferencias certificables y muchísimas maneras para apoyar al usuario final, el ciudadano que mantiene la burocracia, la voluntad política no existe.

     Poco les importa a quienes ostentan el poder y a quienes los suceden, así como a quienes les antecedieron, lo que sufre alguien haciendo colas, pagando certificaciones extras, yendo a una oficina tras otra a conseguir el papel que a algún funcionario se le ocurrió la semana pasada.  Ni a las órdenes emanadas de un juzgado les hacen caso y mandan al usuario de un lado a otro a conseguir información que ya les consta.

     Es más, hay instituciones que se inventan que la gente solicite certificaciones para acreditarles información interna, que ya poseen, sólo por el hecho de hacerse de unos recursos.

     ¿Quién nos podría explicar, por ejemplo, en qué ley dice que una certificación de partida de nacimiento dura solamente seis meses?

     Porque a algún funcionario idiota de algún país se le ocurrió que, para entrar al mismo, debía tener una vigencia mínima de seis meses en el pasaporte, aunque tuviese boleto de ida y vuelta por un día, ahora la reciprocidad campea por todos lados y los ciudadanos, sin entender que su pasaporte todavía tiene vigencia, tiene que desembolsar antes de tiempo para hacerse de uno nuevo antes de que finalice el tiempo por el cual pagó. ¡Es la estafa institucionalizada!  ¡Con todo y que la extensión de pasaportes es un trámite que mejoró muchísimo al final de la década de 1990.

     Será difícil pero no imposible desarmar toda esta serie de valladares que nos hemos ido poniendo los unos a los otros.  No hablamos sólo de la competitividad de un país, sino de nuestra región y del mundo.  Suficientes problemas le crearon al ciudadano estos últimos cien años el establecimiento del conflicto llamado frontera, un fenómeno prácticamente desconocido para la humanidad durante cientos de miles de años de vida trashumante.

     Es cierto que en el proceso de urbanización de los conglomerados humanos se ha requerido de normas para ordenar la vida en común, pero tal parece que, como no ha habido escuela para aprender a gobernar sino hasta hace pocos años, y este, el de las trabas burocráticas, ha de ser un tema que quizás falta estudiar a fondo, quienes tienen un poco de poder tienden a poner reglas antojadizas, a abusar del ciudadano que le paga el sueldo al final de cuentas.  Es, desde este punto de vista, algo perverso.

     Lo que se requiere es tener muy claras las ideas, optar por priorizar al ciudadano y, como alguien que ejerce alguna cuota de poder gubernamental, tener las agallas para entender que, si quitar muchas de estas trabas podría generar menos ingresos, lo que gana el país, a la larga, es una ciudadanía que, cuando amanece y sale el sol, sale a producir a la calle con más ganas, y de eso todo el mundo, incluyendo las instituciones del Estado, salen ganando, pues quienes generan y pagan impuestos son más y más fuertes.

     Será interesante, algún día, ver cómo se deslegisla y se desarma todo este andamiaje que no lleva a altura alguna pero entorpece el tránsito y hasta la visión de hacia dónde vamos yendo. 

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