Pensábamos estructurar en subcapítulos todo lo que aquí
deseamos dejar para su estudio o conocimiento, pero eso nos obligaría a
sujetarnos a un orden por país o por época que podría volver su contenido
demasiado académico, y nuestro interés no es ése. Preferimos mantener el estilo
libre del ensayo, donde prive la libertad del espíritu en la narrativa,
privilegiando su amenidad y el aprendizaje entretenido de cosas que otros nos
dictaron y que, de una u otra manera, marcaron nuestro rumbo. Dicho lo
anterior, comencemos…
Las fronteras imperiales, bien lo dejó establecido Juan Bosch
(De Cristóbal Colón a Fidel Castro, 1969),
colisionaron durante siglos en el Mar Caribe, donde la hegemonía de uno y otro
imperio determinó el destino de poblaciones enteras, forjando las
idiosincrasias de las sociedades en las que, hoy, nos desenvolvemos.
En el presente ensayo pretenderemos revisar la injerencia de
las potencias extranjeras en Centroamérica durante el último siglo y medio,
aproximadamente, y su evolución hacia el multilateralismo, para finalizar esbozando
los complejos hilos de poder que se mueven, tras bambalinas, en nuestra pequeña
pero, por lo visto, importante región del mundo.
Comencemos por visualizar aquella todavía Centro América (hoy
se escribe Centroamérica), luego de la ruptura de la Federación, con pequeñas
repúblicas tratando de ser independientes de un todavía, aunque en decadencia,
Imperio Español, el cual recibe su estocada en 1898, al perder la Guerra
Hispano-Estadounidense, en Cuba (Filipinas, Puerto Rico y Guam), una guerra
infame provocada como señal del incipiente nacimiento de una nueva potencia,
ahora en América, añejo imperio que termina de dar sus últimos estertores con
el advenimiento de la República, a principios de los años 1930.
El vacío que, paulatinamente, fue dejando España en las
nuevas repúblicas, no lo ocupó, en principio, Estados Unidos de América, con
todo y la admiración que casi la totalidad de nuestros próceres tuvieran por
todos los acontecimientos que recién habían dado con el nacimiento de esa nueva
república, al grado que, inicialmente, las Provincias
Unidas del Centro de América quisieron imitar el modelo federal de las
antiguas colonias inglesas del norte, fracasando en el intento.
Para impedir la injerencia de las potencias europeas,
especialmente la inglesa, en América (el continente), nació la Doctrina Monroe (1823), América para los americanos, una
declaración netamente imperialista mal atribuida al presidente Monroe, cuando
su creador fue, en realidad, John Quincy Adams, en una época en que EEUU
todavía andaba tras la conquista de gran parte de su territorio actual, en
aquellos tiempos todavía en manos de México y de Rusia.
El proceso por el cual las antiguas potencias caen en cuenta
que sus fuerzas han mermado o que ya no son, siquiera, equivalentes a las de
una potencia emergente, es más lento, a nuestro parecer, que el provocado por
el entusiasmo de sentirse fuerte y de verse más poderoso que los antiguos amos
del mundo. En todo caso, ese proceso no de da de un momento a otro; toma
décadas, pues la lucha por no permitir el deterioro alarga una agonía, mientras
que el poder emergente necesita de la construcción de barcos, de ejércitos, de
la acumulación de verdaderas montañas de capital, del asentamiento de una
fuerte base industrial que nutra las vías comerciales y, en cierto modo, las
controle, de la estructuración de una diplomacia profesional. En uno u otro
sentido, todo esto es complejo, y toma muchos años determinar el grado de
inclinación de una balanza.
El destete centroamericano de España fue acompañado, en
realidad, por el también poderoso Imperio Británico, que mientras aquélla
ejerció la soberanía en estas tierras no tuvo acceso a nuestra región, como no
fuera de manera ilegal, ya sea contrabandeando, ya a través de la piratería
(eso sí, bajo patente de corso otorgada por sus soberanos) o simplemente invadiendo
y robando los recursos naturales, como sucedió en las costas de Guatemala, o
tratando de instalar poblaciones con el objeto de reclamar territorio, como fue
el caso de la Mosquitia, en Nicaragua (proceso que finalmente fracasó).
El Imperio Británico, cuya base principal frente a
Centroamérica se encontraba en Jamaica, estaba por vivir sus mejores años con
la llegada al trono de la reina Victoria, un reinado largo que le dio la
estabilidad necesaria para crecer y afianzar sus instituciones, tanto en la
metrópoli como en los territorios y países ocupados durante siglos.
Una vez salida España del territorio centroamericano,
Inglaterra pudo acercarse nombrando embajadores y, tras ellos, su influencia se
dio, mayoritariamente y a través de todo el final del siglo XIX y principios
del siglo XX, a través de empréstitos, algunos de los cuales nuestros países
tardaron más de cien años en pagar. Era la famosa deuda inglesa.
En esas largas décadas otros imperios, como el belga, el
francés, el italiano y el alemán, se disputaban África, el sureste asiático y
hasta el medio oriente (¿de dónde creen que vienen los problemas en esa zona?),
pero no tuvieron mayor relevancia en nuestras tierras.
Mientras tanto, ese primer intento de marcar territorio, de
los Estados Unidos de América, no tuvo mayor impulso en los primeros años del
siglo XX. Es más, cuando EEUU se ve forzado a entrar a combatir en la que
después se llamó Primera Guerra Mundial
(al principio era La Gran Guerra), lo hizo en una posición de franca debilidad.
Su ejército, su marina, adolecían de grandes deficiencias, y fue la necesidad
de la guerra la que hizo que el país se enfocara en esos temas, de manera que,
al terminar la misma, en 1918, la gran nación del norte se había convertido,
por su poderío naval y militar, por el impulso que tomó su industria y por la
aceptación que comenzó a tener el dólar frente al declive de la libra esterlina
para las transacciones internacionales, en la potencia emergente en el mundo.
Mientras la mayoría de los países trataban de recuperarse de
los daños ocasionados por la Gran Guerra o, inclusive, luchaban frente a la
epidemia de gripe (llamada española) que provocó más muertes que la misma
guerra, otros sucesos, del otro lado del mundo, le daban forma al germen de lo
que sería otro gran imperio tratando de meterse, de una u otra manera, en
Centroamérica.
La caída de los zares de Rusia y el triunfo de la Revolución
Bolchevique en 1917, habrían sido hechos locales y, quizás, intrascendentes
para muchos, si no hubiese habido, en 1919, una III Internacional Socialista, es decir, una reunión de todos los
líderes europeos de izquierda, la cual, por el giro radical que tomó, es
denominada Komintern, por su nombre
en alemán: Internacional Comunista. La
trascendencia de esta reunión estriba en la decisión, provocada por el reciente
triunfo sobre los poderosos zares, de exportar la revolución hacia otros
países, idea impulsada originalmente por Lenin –Vladimir Ilich Ulianov--, desarrollada
en los años siguientes por un comunista italiano, Antonio Gramsci, implementada
por el castrismo-guevarismo desde Cuba y vuelta a pulir y a actualizar, en los
últimos tiempos, por el Foro de Sao Paulo.
La exportación del modelo revolucionario no fue en sus
primeros tiempos, precisamente, miel sobre hojuelas. El Ejército Rojo, nutrido
por centenas de miles de hombres provenientes de los soviets, fue derrotado
sangrientamente en su intento por invadir Polonia (que se encontraba en guerra,
disputando territorios con Ucrania). En Italia, los intentos soviéticos por
tomar los sindicatos y controlarla, también salieron mal; y en Alemania los
miembros del partido comunista fueron exterminados o encarcelados (puede
revisarse el episodio de la quema –le llaman con el término impersonal de
incendio-- del Reichstag, en Berlín,
en 1933).
Todos esos eventos generaron una situación convulsa que disparó
las alarmas en el resto de países, los nuestros gobernados en esa época por
militares electos que cambiaron las constituciones para perpetuarse, constituyéndose
en dictadores de pensamientos conservadores (Jorge Ubico Castañeda, en Guatemala;
Tiburcio Carías Andino, en Honduras; Maximiliano Hernández Martínez, en El
Salvador; y Anastasio Somoza García, en Nicaragua), siendo la excepción Costa
Rica.
La crisis en que entró de nuevo el mundo con el advenimiento
de la Segunda Guerra Mundial solamente pospuso el avance de la ofensiva
comunista soviética en América, en donde ya León Trotsky, en su último exilio
iniciado en 1936, se había radicado en México, dándole renovadas energías a la
formación de juventudes e intelectuales marxistas en ese enorme país.
El choque de ideas y el respaldo que las potencias de la
primera mitad del siglo XX le daban a unas y otras generó lo que dio en
llamarse la Guerra Fría, esas hostilidades permanentes, sin declaración formal,
que abrieron paso al fortalecimiento del mundo del espionaje, al armamentismo,
a la creación de bloques en la recién estrenada Organización de Naciones Unidas, ONU, paradójicamente creada para
generar canales de distensión, pero utilizada como campo de batallas de nueva
generación, cediendo terreno a las guerras de conquistas territoriales por las
nuevas pugnas de carácter ideológico.
El multilateralismo había llegado para quedarse, pero los
ideales que lo inspiraron luego de la cruda realidad de la guerra recién
terminada, quedaron relegados, para convertirse en un nuevo instrumento para
medir fuerzas o, lo que es peor, para imponer agendas a los países soberanos
que, de buena fe, la formaron originalmente.
Mientras se formaba este tejido complejo de las relaciones
hegemónicas de las nuevas y las declinantes potencias, se da el derrocamiento
del gobierno chino de Chiang Kai Shek
y el empoderamiento de Mao Zedong, instaurando
una nueva dictadura comunista en otro de los países más grandes, y el más
poblado de la tierra, con la diferencia que a Mao no le interesa exportar su
revolución al resto del mundo y, con el tiempo, solo podemos mencionar el apoyo
que le dio a las fuerzas del Frente
Nacional de Liberación, de Vietnam, conocidas como Viet Cong, en su lucha, primero, contra Francia (quizás el último
estertor del imperialismo francés, que declinó junto con la utilización del
francés como medio internacional de comunicación) y, luego, en la derrota de
EEUU a principios de los años 1970. China tomaría un camino de décadas para
convertirse en la potencia que es hoy, llegando al escenario mundial de la
manera que veremos más adelante.
En los países centroamericanos, en la medida que se fue
avanzando en el pago de la famosa “Deuda Inglesa” que tenía subyugadas a las
pequeñas naciones, declinando en gran medida el poder de una Inglaterra
exhausta después de dos guerras mundiales, se fue acrecentando la influencia
estadounidense con su música, sus festividades, sus productos, su política no
siempre sana y muchas veces cuestionable y, con ella, su dinero, con episodios
de su diplomacia actuando, ya pro-consularmente, ya quitando y poniendo
gobiernos con el mayor descaro. Nos habíamos convertido en el patio trasero de
la nueva potencia global.
Pero volvamos unos años atrás: la carnicería que significó la
Primera Guerra Mundial, con sus casi
dos decenas de millones de muertos, creó la necesidad de enfrentar el mundo de
diferente manera, y en el Tratado de
Versailles que dio fin a dicha conflagración, firmado en 1919, se establece
la creación de la Sociedad de las
Naciones que, aunque es obvio que no dio los resultados esperados porque en
el tratado mismo venía el germen de la siguiente guerra mundial, tratando a la
vencida Alemania de una manera humillante por las décadas por venir, lo
relevante es la importancia que todas las potencias mundiales le dan a una
nueva manera de ver y de actuar en el mundo: el multilateralismo; aquel que se
dio en 1890 con la Primera Conferencia
Internacional Panamericana (que sería el germen de la Organización de Estados Americanos, OEA, creada en 1948), y que daría
paso para crear, en 1945, apenas finalizada la guerra, la Organización de Naciones Unidas, ONU, de la cual ya algo
adelantamos.
Mientras tanto, sucesos de otra naturaleza iban a escocer la
dinámica de las relaciones de poder entre EEUU y América Latina. La Revolución Mexicana que había iniciado
en 1911 dio paso a la Constitución de 1917 en la que se acababa con privilegios
que algunas compañías extranjeras tenían en México, incluyendo algunas
estadounidenses, lo que dio lugar a que EEUU, la potencia emergente y vecina,
no reconociera al gobierno de Venustiano Carranza, a menos de que se derogasen
los artículos que afectaban a dichas empresas.
Como es ley de vida que toda acción produce una reacción,
algunos años después, a principios de los años 1930, luego de casi 15 años de
estiras y aflojas entre estos dos grandes vecinos, México le dio un gran aporte
a las relaciones de Derecho Internacional al promulgar la Doctrina Estrada, la cual sería el pilar angular de sus relaciones
internacionales durante décadas, que se inclina por la no intervención de un
Estado en los asuntos internos de otros Estados, doctrina que vino acompañada
por la defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos.
Es decir, la dinámica mundial no trataba solamente de actores
sino de posiciones, especialmente de actores menos poderosos que, escudados en
un incipiente multilateralismo, se apoyaban en los votos de las mayorías
conforme reglas de un nuevo juego de relaciones, para vencer la otrora voluntad
de alguno de los poderosos imperios. En ese orden de ideas surge en la ONU el Grupo de los 77 (que ahora agrupa a unos
134 países), que presidieron: Guatemala en 1987 y Costa Rica en 1996.
Conformada ya, la ONU, e iniciado el largo juego del gato y
el ratón de la Guerra Fría, esa que vio nuestros países como un tablero de
ajedrez y a nuestros gobiernos, instituciones y población como piezas
estratégicas y hasta sacrificables, haciendo de la misma, en nuestras
latitudes, algo menos frío y más caliente, se da el triunfo de otra revolución,
ahora en el Caribe. Fidel Castro había logrado botar al gobierno de Fulgencio
Batista y, con un discurso inicialmente democrático, fue poco a poco
consolidando una dictadura de régimen comunista que, 60 años después, prevalece
en la isla.
El cambio de un gobierno por otro en una isla pudo haber sido
un suceso histórico aislado e insignificante, como ha habido muchos, pero lo
que fue distinto es que esa isla, ahora al mando de marxistas disfrazados de
demócratas que luchaban por la libertad, le abrían las puertas del hemisferio a
otra potencia, la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, URSS, la misma que durante décadas había tratado de
exportar su propia revolución y era uno de esos polos opuestos de esa guerra no
declarada.
No es el propósito de este ensayo revisar el incidente de los
misiles soviéticos en Cuba y del origen del bloqueo estadounidense a la isla.
Baste decir, para nuestros efectos, que aquella confrontación Este-Oeste,
ideológica a morir, por razones poco estudiadas hasta ahora involucró a
Centroamérica, al prestarse territorio guatemalteco para entrenar cubanos ya
exiliados en el estado de la Florida, que pretendían recuperar su país, y
territorio nicaragüense para, de ahí, partir la expedición que pretendía
instaurar una cabeza de playa en territorio cubano, con el apoyo estadounidense
que, finalmente, y debido, quizás, al cambio de gobierno de Eisenhower (en el que
se planificó y montó la operación) al de Kennedy (en que se inicia la
ejecución), fracasó, episodio conocido como la Invasión de la Bahía de Cochinos.
Castro, triunfante, apoyado por una de las grandes potencias
militares de la época, nunca habría de olvidar el papel de Guatemala y de
Nicaragua en este suceso, de modo que se constituyó, aunque es difícil
documentar hechos que se dieron en la clandestinidad, en un canal de apoyo del
bloque comunista (URSS y los países detrás de la “Cortina de Hierro”) en favor
de los movimientos insurgentes en estos países y, casi de colada, en El
Salvador, que se sumó a la insurrección, provocando un conflicto armado de 36
años en Guatemala, otra cruenta guerra civil en El Salvador y el derrocamiento
del gobierno de Nicaragua, en julio de 1979, por las guerrillas del Frente Sandinista de Liberación Nacional,
FSLN.
Muchos de los combatientes de esa época estudiaron, becados,
en Universidades de los países comunistas a donde los ciudadanos normales no
teníamos acceso, pues nuestros pasaportes traían una leyenda que así lo
prohibía expresamente, y otros tantos recibieron entrenamientos militares
especializados en esos países, para luego regresar a enganchar más gente y a
comandar los grupos fuera de la ley para subvertir el orden y tomar el poder
por la fuerza, envolviendo el campo y los centros universitarios,
especialmente, en esa vorágine de ideología radical y de violencia.
Ya en años anteriores, en Guatemala, cuando partió al exilio
el ex-presidente Jorge Ubico, sus últimas palabras antes de abordar el avión
fueron que nos cuidásemos de los “cachurecos” (los recalcitrantes de la iglesia
católica) y de los comunistas. Después de 14 años de gobernar con mano de
hierro, ¿qué sabría?
Poco tiempo después era electo presidente Juan José Arévalo,
de quien parece existir una carta dirigida a Basili Pyakubovsky, Encargado de
Negocios de la URSS en México, agradeciéndole “vuestra ayuda espiritual y
económica”, tan solo tres días después de asumir el cargo (fechada el 18 de
marzo de 1945), misiva que también menciona “el atinado consejo de vuestros
enviados”, cuyo original no hemos visto pero cuya información no debemos
descartar (Guatemala Bajo Asedio. Avemilgua, septiembre 2012).
El sucesor de Arévalo iba a ser el coronel Francisco Javier
Arana, pero al ser asesinado en el puente La Gloria (18 de julio de 1949),
quien llegó a la presidencia fue Jacobo Árbenz Guzmán, en las elecciones de
1950, asumiendo en 1951 y derrocado el 27 de junio de 1954. Estos sucesos
vienen al caso porque se dan en la cúspide de injerencia abierta de EEUU, a
través de la United Fruit Company, del Departamento de Estado y de la Agencia
Central de Inteligencia, e injerencia a sotto
voce de las ideas socialistas y comunistas provenientes de ultra mar.
Nosotros estimamos que Árbenz quiso hacer un gobierno nacionalista y, entre
otras cosas, impulsó una reforma agraria que, si hubiese sido bien llevada,
habría sido de enorme beneficio para el país, pero desafortunadamente las cosas
se salieron de cauce, hubo arbitrariedades, ilegalidades, persecuciones y
asesinatos innecesarios, y la cuerda se reventó, constituyendo esta década,
desde el principio (con el candidato de las mayorías asesinado frente a los
ojos de quien fue su sucesor), hasta el asesinato de quien derrocó a Árbenz y
ocupó su lugar, Carlos Castillo Armas, uno de los períodos más negros de
nuestra historia.
Mientras el comunismo avanzaba en el mundo y era evidente
ante los ojos de todos con lo que sucedía en Cuba, el gobierno de Kennedy, en
EEUU, instauró en 1961 el programa de cooperación denominado Alianza para el Progreso, el cual
buscaba, con un apoyo de 20,000 millones de dólares de esa época, apoyar el
desarrollo, restarle adeptos a los movimientos revolucionarios e impulsar
políticas en el sentido que a EEUU le convenía o parecía en ese mundo todavía
bipolar en donde el adversario jugaba, por primera vez, en la vecindad. ¡Su
vecindad! ¿Se colocaron todos esos miles de millones? Lo dudamos, especialmente
porque dicho programa finalizó en 1970. Mucho de esa cifra se otorgó en
empréstitos multilaterales y constituye el inicio de otro de los grandes
problemas de América Latina: el peso de la deuda externa sobre nuestras
economías y la esclavitud que eso representa para nuestra soberanía e
independencia de criterios.
Aprovechemos que estamos ubicados en los años 1960/1970 para
hablar de otros actores poco conocidos, pero causantes de gran parte de
nuestros males actuales.
Es la etapa en la que algunos partidos políticos y sindicatos
europeos, especialmente de Alemania, a través de sus fundaciones, verdaderos
brazos políticos para influenciar donde les conviene sin desgastar al partido o
al sindicato, son inyectadas con el suficiente dinero como para venir a América
Latina a abrir brecha, en donde fueron bien recibidas por políticos y partidos
políticos carentes de fondos, quienes vieron en ellos, más que una inspiración
a sus ideas, una fuente de financiamiento para sus campañas.
Pero no solamente Alemania estuvo presente, especialmente por
el liderazgo de Willy Brandt; también España, de la mano de Felipe González. El
primero con el pretexto del estrechamiento de la brecha entre los países ricos
y los países pobres, la que él denominaba “la cuestión social del siglo XX”,
dado que EEUU no entendía lo que estaba pasando en el denominado Tercer Mundo,
donde muchos de los conflictos eran simplemente locales, resultado de la
indigencia social y económica y, además, preocupado por el giro de la articulación
del conflicto Este-Oeste hacia una dinámica Norte-Sur que, con el liderazgo
vacilante y la dudosa hegemonía de EEUU, podía hacer fracasar las importantes
negociaciones de desarme y control de armamento que, en ese entonces, eran
parte de la importante agenda de distensión.
El segundo, Felipe González, con su experiencia durante el
franquismo y la transición española, se sentía con la altura moral suficiente
como para venir, de alguna manera, a darnos cátedra frente al desastre de
países centroamericanos que se mostraban al mundo, pues de lo que se trataba
era de encausar a pueblos y gobiernos por la senda democrática en lugar de los
regímenes autoritarios que, desde Europa, veían en todos nuestros países. Una
especie de neocolonialismo nostálgico político-cultural, o algo así. Era,
quizás, una reacción al aislacionismo de 40 años que, de manera natural, se
volteaba hacia Hispanoamérica, pero sin perder el paternalismo tan castizo.
Entre las fundaciones alemanas más conocidas que vinieron a
Centroamérica están la Ebert Stiftung (del
Partido Social Demócrata, miembro de la Internacional
Socialista); la Konrad Adenauer (del
Partido Demócrata Cristiano); la Hanns
Seidel (de la Unión Social Cristiana de Baviera); la Friedrich Naumann (Partido Democrático Libre). Su llegada a la
región se da en momentos en que la Alianza
para el Progreso, de los EEUU, parecía haber declinado hasta su
desaparición, y lo único extranjero que convivía en nuestras sociedades eran
las instituciones culturales, tipo Instituto
Dante Alighieri o la Alianza
Francesa.
Fueron un par de décadas complicadas para Centroamérica, en
donde los movimientos guerrilleros, impulsados desde afuera, encontraron el
caldo de cultivo para comenzar su guerra de guerrillas, primordialmente en
Guatemala y El Salvador, donde no pudieron triunfar, y en Nicaragua, donde en
julio de 1979 derrocaron al gobierno de Anastasio Somoza Debayle.
Los conflictos internos de cada uno de estos países hacían
que las relaciones entre todos los países de Centroamérica fuesen casi
imposibles. Honduras prestó su territorio para que EEUU montase una base
militar desde donde se organizaban operaciones en Nicaragua, y esta, a su vez,
servía de base naval y aérea para recibir armamento y pertrechos de Rusia y de
Cuba que, luego, eran enviados a El Salvador y Guatemala para abastecer y armar
los movimientos insurgentes. Costa Rica se había convertido en un enorme campo
de refugiados, especialmente nicaragüenses, que constituían una pesada carga
para un país pobre. Algunos de los presidentes no se hablaban entre sí. De ahí,
la dinámica de las relaciones internacionales intracentroamericanas toma un
nuevo giro con la Primera Reunión de Presidentes de Centroamérica, donde nace
la Agenda de Esquipulas, la que, a su vez, es la cimiente para la creación,
unos años después, del Parlamento
Centroamericano, el cual no solo revitaliza los vasos comunicantes en
nuestra subregión, anteriormente rotos, sino se constituye en un interlocutor
válido de un aliado poderoso: El Parlamento
Europeo.
La declinación de la presencia estadounidense de esas dos
décadas también se vio influenciada por el protagonismo que tomó el multilateralismo,
pues muchos de los recursos de EEUU eran el músculo, precisamente, de las no
tan nuevas instituciones pero sí nuevos actores en la región, el Banco Mundial, BM, el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, y
especialmente, el más intrusivo Fondo
Monetario Internacional, FMI. Nuestras democracias comenzaban a ser
dirigidas desde Washington después de dos o tres décadas de haber picado el
anzuelo del endeudamiento externo. Ser acreedor, ahora, les daba el derecho de
dictarnos muchas maneras de ver las cosas, por lo cual se puede decir que el
multilateralismo se convirtió en el brazo neoimperialista de quien ponía
suficiente capital como para controlar la dirección de la Institución.
Una muestra del sentimiento centroamericano, de esa época, es
el discurso del presidente Rodrigo Carazo, en 1982, en el cual se lamenta de lo
barato que nos compran y de lo caro que nos cobran, entre intereses y
exigencias de qué hacer y qué no hacer, entre otras cosas. Este es el mismo
presidente que promovió la fundación de la Universidad
de la Paz, de la ONU, financiada con capital semilla mexicano, sudcoreano y
chino. Otra institución que, de fuera de la región, venía a poner su grano de
arena cuando más paz se clamaba en Centroamérica.
Fue, debemos comprenderlo, una etapa de transición de EEUU
que, desgastado de servir de policía del mundo y de fuerza de contención
primordial frente al comunismo, prefirió jugar sus cartas desde otras
posiciones menos desgastantes. Hubo una variación, también, en su manera de
actuar localmente, y comenzó a dejar de visualizar países para trabajar con
regiones, involucrando a América Latina (Centroamérica es muy pequeña para esa
visión y no le pusieron el ojo sino hasta que les mandó decenas de miles de
inmigrantes ilegales) en iniciativas de alcance global, como el GATT (que con
el tiempo se convirtió en la Organización
Mundial de Comercio, OMC) y el mismo FMI, observándose una declinación de
los programas bilaterales de asistencia, incluyendo la militar, variando, a su
vez, la acostumbrada dependencia de ayuda de muchos de nuestros países, que de
pronto voltearon a ver hacia otras fuentes.
La excepción, quizás por el fuerte conflicto bélico que vivía
Centroamérica en esos años, lo constituye la Iniciativa de la Cuenca del Caribe del presidente Ronald Reagan,
lanzada en su discurso del 24 de febrero de 1982, quien, por primera vez, pone
el poder político como facilitador del poder económico para que se facilite el
desarrollo de los países del Caribe y de Centroamérica. La buena voluntad y la
comprensión, de parte de EEUU, de nuestros más ingentes problemas, tampoco pudo
aprovecharse. Los incentivos de reducción de impuestos para que el gran capital
se movilizase a nuestros países no tuvo mucho eco, debido a que los conflictos
armados persistían, y luego, con una nueva crisis económica global y los
intereses por la nubes, las inversiones nunca llegaron: estábamos en lo que
todavía se llama “la década perdida” de los años 1980.
Vayamos, ubicados dentro del mismo período, a otros
escenarios que se daban, preparando el camino de otro formidable peso pesado de
las relaciones internacionales: Europa, que en esos años no era la figura
política que representa esa unión que hoy tienen, sino un grupo de países que
volvían a salir de otra terrible y devastadora guerra, que estaban enfocados en
su reconstrucción pero tenían conciencia que muchos de los problemas del pasado
derivaban de los afanes por controlar la producción de carbón y de acero, sin
los cuales no hay industria y, sobre todo, artillería, fundamental para hacer
la guerra.
Francia y Alemania, los eternos rivales, logran superar sus
diferencias y sientan las bases de lo que será, en primera instancia, la
Comunidad Económica Europea, CEE, y que, algún tiempo después, luego de dejar
atrás los acuerdos económicos y acordar los políticos, nace la Unión Europea,
UE, a la que sus doce miembros originales se le van sumando países,
agrandándola y fortaleciéndola hasta lo que hoy conocemos como uno de los
mercados más grandes del mundo con cierto grado, avanzado, diríamos, de unidad
política, muy complicada, que podría ser precisamente el germen de su
autodestrucción en un futuro, como efectivamente algunos analistas empezamos a
señalar.
El estilo de influir de la UE y de muchos de sus países
miembros, en lo individual, se distingue de la influencia que puedan hacer las
demás potencias por el grado de condicionamiento que apareja, a tal grado de
querer convertir nuestros países en réplicas de lo que muchos funcionarios
europeos desearían para nosotros.
Mientras se daba el proceso de formación de esta figura
política europea, Japón, otra de las grandes potencias económicas que había
hecho su propio esfuerzo por reconstruir su economía y su infraestructura
después de haber perdido la guerra, se constituye en un gigante industrializado
que, sin recursos naturales, es capaz de fabricar de todo y, además, con una
calidad envidiable. Poco a poco Japón logra estar en el sitio más alto de las
naciones respetables del planeta, pero con una política exterior de buen
vecino. Monta su agencia de cooperación y apoya a nuestros países pero sin
condición política o ideológica alguna.
Paralelamente, el gigante asiático más poblado de la Tierra
había pasado, en los años 1970, una costosa Revolución Cultural, pero a mediados
de los años 1980 cambian sus autoridades y, con el mismo sistema unipartidario
pero con otra visión, comienza a efectuar cambios profundos en sus matrices
educativas y productivas, generando por muchos años crecimientos de dos dígitos
porcentuales en su economía, lo que poco a poco van moldeando la entrada de
China al siglo XXI bajo unos paradigmas renovados que la tienen en la senda de
convertirse, con el paso del tiempo, en la mayor economía del mundo.
Como es obvio en todas las épocas y todas las regiones del
mundo, en la medida que un Estado se hace rico y poderoso, su voz se escucha en
más rincones y con mayor atención, lo que no ha sido la excepción en este caso.
De una China que podía pasar inadvertida al mundo occidental,
con noticias suficientes para llenar sus páginas con sus propios problemas, la
que hoy conocemos es una que está en las noticias todos los días, admirándonos
cada vez más con sus nuevas ciudades, sus aeropuertos, sus trenes fabulosos, su
capacidad industrial y los niveles a que ha elevado su comercio con otras
naciones. Su moneda comienza a despuntar en los mercados internacionales,
sabemos de su programa espacial con todo y sus actuales fracasos y, por mucho
que la prensa presente sus números de crecimiento económico como decrecientes,
todavía mantiene una dinámica tan alta que admira a quienes sabemos leer lo que
la prensa tradicional nos trata de vender.
Como actor internacional, China ha irrumpido en América
Latina de una manera diferente a las demás potencias, cooperando verdaderamente
en proyectos de desarrollo, sin mayores condiciones, sirviendo de punto de
referencia para evaluar la manera como los demás países o potencias nos tratan.
Como parte activa de los Grupos Consultivos de Guatemala tras
la firma de los Acuerdos de Paz de 1996, hemos visto cómo los países
“cooperantes” presentan los programas en los que han contribuido, y algunas
veces la mayoría de los gastos de dichos programas están en renglones de
sueldos de personal de ese mismo país, de pasajes aéreos y viáticos, pero la
cooperación verdadera, la que llega al pobre ciudadano, es raquítica, mientras
que la presencia de China como recién llegado a la región los pone en
evidencia, al tomar por su cuenta proyectos completos de infraestructura, por
decir algún ejemplo, y ejecutarlos sin mayores condiciones.
La variopinta oferta de países, unos más poderosos que otros,
y de organismos internacionales con agendas que muchas veces no nos son gratas,
es ahora hasta confusa.
El quererle dictar a los países de Centroamérica la senda de
su futuro, ha sido abarcada, fuertemente, también, por personas particulares. No
es casualidad que el infame George Soros haya trasladado US$.18 millardos de su
cuenta personal a su fundación, la Open
Society Foundation, para seguir interfiriendo con la tranquilidad de muchos
países y de grandes instituciones, como el mismísimo Parlamento Europeo.
Para países pequeños como los nuestros y, además, sumidos en
la pobreza, pequeñas cantidades de dinero en moneda dura se vuelven gran
músculo para soliviantar los ánimos en las manos equivocadas. ¡Y eso es parte
de lo que viene sucediendo de un tiempo a acá! Ya no son suficientes las injerencias
en nuestros países de las grandes potencias, como antes. De un tiempo, a acá, la
ideologización y la compra de voluntades han ido de la mano de transferencias
de dinero para generar conflicto en situaciones que son difíciles de detectar y
de entender.
Países mineros y petroleros, pero millonarios, financiando
Organizaciones No Gubernamentales, ONG’s, para frenar la minería, para lastrar
la exploración y explotación de petróleo en nuestros pequeños países.
Unos aportan el dinero, otras entidades, como el Foro de Sao Paulo, aportan elementos
como la utilización de los Derechos Humanos o los tribunales para fines de
agenda política o de objetivo de la toma del poder; y mientras haya dinero
corriendo de por medio, siempre habrá ciudadanos dispuestos a venderse por unas
monedas, y el pandemónium parece no
tener fin.
De la hipoteca de nuestros países con Inglaterra o de tener
que soportar embajadores pro-consulares de diferentes potencias hemos pasado al
caos; como si no fuera suficiente servir de corredor de paso de los países
mayores productores de droga hacia el mercado más grande de consumidores, donde
nunca vemos que caiga un solo “capo” del narcotráfico o banquero asociado al
crimen, pero nosotros ponemos los corredores de sangre, de sometimiento a los
carteles de turno y de drogadicción, sin tomar en cuenta el daño que se le hace
a la gente normal el enorme negocio de lavado de dinero que todo lo encarece
para quien no está metido, que somos las grandes mayorías.
Es difícil pensar que este sea el ambiente propicio, para
nuestros países, para establecer las bases de un desarrollo en nuestros niveles
medibles en que vivimos como sociedad. Los grandes actores siguen su rol en
este “desorden estructurado” ; los del norte elevan de vez en cuando su voz
cuando la migración hacia el norte de niños y jóvenes es alarmante, para luego
continuar con la misma dinámica en la que nunca podremos salir del status quo: regaños, amenazas de algún
Comité del Congreso o del Senado, cancelación de visas, condicionamientos por
niveles de captura de drogas para algún programa con nombre rimbombante y poca
plata comprometida, algún letargo en el camino para luego comenzar con todo
esto de nueva vez. Las últimas modas son la Ley Magnitsky, inicialmente
aprobada para combatir “el vandalismo” ruso y que ahora se ha ampliado a otros
países, y la Ley de Autorización de Defensa Nacional, que busca exponer, en un
listado, a funcionarios corruptos, especialmente financiados por dinero del
narcotráfico, en los países del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, El
Salvador y Honduras).
La Ley de Autorización de Defensa Nacional (NDAA, por sus
siglas en inglés), es una ley que, desde principios de la década de 1960, viene
aprobando, año con año, el presupuesto militar de los EEUU. Como es una ley que
debe ser aprobada cada año, y nunca ha dejado de aprobarse, durante décadas ha
sido utilizada por congresistas y senadores, de los dos partidos principales,
para introducir temas que poco o nada tienen que ver con el presupuesto o la
seguridad de EEUU, como en la última que se aprobara el 13 de agosto de 2018 y
que valida el presupuesto militar de 2019, con corruptos de Centroamérica
incluidos.
Nos puede gustar, o no, los procedimientos estadounidenses,
especialmente en estos tiempos en que casi toda la población clama por ponerle
un alto a la corrupción, pero de que es un acto imperialista e injerencista, lo
es, especialmente tomando en cuenta que el argumento es el dinero del
narcotráfico, pero en su territorio no pasan de agarrar al distribuidor del
barrio o al vendedor de la esquina, sin que caigan las verdaderas estructuras,
tanto de traficantes de droga como de lavadores de dinero. Quizás estamos
hablando del colapso del sistema financiero, pero eso no quita que se les pueda
señalar, por esas razones, además de lo dicho, de doble moral, pues estamos
seguros que el día que, verdaderamente, caigan las grandes estructuras del
crimen alrededor de la droga, en EEUU, veremos muchos de estos flamantes
políticos envueltos en la vorágine de un tema que, hoy, desean que la prensa y
la opinión pública enfoque solamente en nuestros países.
Por otro lado, los europeos gustan de darnos lecciones de lo
que debiera ser la democracia, impulsando agendas que creen políticamente
correctas y de acuerdo con los tiempos, pero que atentan en contra de la
familia, en contra de nuestras Constituciones que protegen la vida y a la
persona desde el momento de la concepción; que todo lo ven desde la perspectiva
de los derechos, sean de los niños, de la mujer, los derechos humanos, pero el
ciudadano de a pie no sobrevive ni mejorará su calidad de vida sin proyectos
concretos, sin la apertura de mercados que alguna vez, en otra variedad de
injerencia negativa, nos restringieron (nos referimos a la Convención de Lomé,
que beneficiaba primordialmente a las antigua colonias europeas del Caribe –países
Asia, Caribe, Pacífico, ACP--, en detrimento del resto de países que ya
competíamos en un ámbito de libertad a través de la calidad y precio de
nuestros productos).
Luego, como países pequeños sin inversiones, sin tecnología,
¿qué nos queda? Por lo menos debiéramos estar en condiciones de que nuestro
sistema político partidario produjera candidatos a ocupar los puestos
importantes de dirección con el conocimiento de esta compleja historia y más
compleja dinámica, pues otro de los graves problemas que tenemos, como países
pequeños y dependientes de tantas cosas, es la ignorancia de nuestras más altas
autoridades. Tenemos líderes que no entienden nada o que entienden poco.
Sirva este pequeño esfuerzo para que los funcionarios
encargados de las relaciones internacionales de nuestros países y de las
grandes potencias se tomen un respiro para tratar de figurarse en la posición
del otro; para comprender mejor que las nuevas relaciones internacionales entre
las naciones ya no deben depender del poderío militar, del peso del dinero o de
una supuesta o inexistente superioridad moral, sino de las relaciones fraternas
y de amistad, algo que sucede de manera natural, por ejemplo, entre los estados
de Guatemala e Israel, por el pasado de ambos, y que es tan criticada por
personas que no saben, que no se preocupan por enterarse o que tienen mala fe.
La evolución del mundo ha llevado a que nuestros líderes
tiendan a ser más empáticos, sin perder de vista, los más poderosos sobre todo,
acerca de los grandes intereses que representan, pues pueden perfectamente
seguir siendo fieles a su mandato sin la necesidad de pasarle encima al otro,
especialmente si se toma en cuenta que, así sea el país más pequeño del mundo,
todos tenemos nuestra dignidad y nuestra propia manera de ver las cosas
ejerciendo lo que bien, o mal, entendemos por soberanía.
La potencia que mejor ha comprendido esto es China, pues su
acercamiento a países tan pequeños ha sido respetuoso y cortés, algo que las
potencias tradicionales optan por ver atónitos, la mayoría, sin pronunciarse, y
EEUU, con su doble discurso, cuestionando las relaciones de terceros países con
quien ellos mismos mantienen una relación completa e importante, y hasta
amenazando a la parte más débil. ¿No sería más elegante quedarse callados ante
situaciones que no pueden cambiar?
Si las relaciones de las naciones, a través de los
mandatarios de cada época, han cambiado con el tiempo, por su peso cae que esas
relaciones se mantienen en constante evolución y seguirán transformándose, y lo
único que hacemos en este día es señalar el camino que deseamos que tomen, para
beneficio de esta esfera azul que habitamos todos.
Como vemos, las Relaciones Internacionales de Centroamérica
han evolucionado de muchas maneras: desde sus contrapartes, primeramente
imperios, luego repúblicas, algunas comportándose todavía como imperios; desde
nuestra propia perspectiva, pues los países centroamericanos, como parte activa
de esas relaciones, tampoco han sido estáticos, y la dinámica interna de
nuestros propios problemas también ha influido en algunos cambios en esas relaciones;
el surgimiento del multilateralismo, los mecanismos de incentivo económico
hacia el capital, la mala fe introduciendo armamento indebidamente… Aquí ha
habido de todo y ha habido hasta lo que no ha existido en otros países.
Es cierto, el experimento de la instauración de una Comisión Internacional Contra la Impunidad
en Guatemala, Cicig, a petición del gobierno de Guatemala a la ONU, con el
apoyo financiero de algunos países amigos, no existe en ningún otro país del
mundo.
El trabajo de la Cicig, originalmente instaurada para venir,
desde afuera, a desarticular al crimen organizado, comenzó con el apoyo de
pocas personas, el rechazo de pocas personas y el escepticismo de las mayorías.
Con diez años de trabajo, la desarticulación de algunas
bandas ligadas a la corrupción y al desfalco de las arcas públicas, y sin
condenas, contando con una gran popularidad y el apoyo de las mayorías, toma la
bandera de cambiar la Constitución Política, tratando de instaurar lo que dio
en denominarse una “dictadura judicial”, y comienza a alzarse las voces en su
contra. Otras tantas voces de este país conservador se sumaron cuando, fuera del marco del Convenio con el Estado de Guatemala, publicita que va a impulsar sus temas desde una "perspectiva de género"; y el último "error táctico" que cometieron fue suscribir un acuerdo con el Tribunal Supremo Electoral, TSE, que, con los antecedentes de sesgo en el manejo de la justicia que se ha venido alegando, fue el acto que terminó de abrirle los ojos a gran sector de la población que, no estando conformes con que elementos extranjeros se metan a manipular nuestras elecciones, se han sumado al rechazo.
Sobre el caso ha corrido mucha tinta a favor y en contra, pero para los
efectos de este ensayo baste decir que, aunque muchos le vean que trajo algún
beneficio, es un elemento que ha venido a distorsionar grandemente, no solo las
relaciones internacionales de Guatemala, sino a la sociedad completa, a la cual ha venido a disociar y dividir.
Un buen transcurrido tiempo después de que el mismo finalice, y se enfríen las cosas, será el mejor juez para dictaminar si el mismo valió, o no, la pena. Podemos
asegurar, eso sí, que la testarudez de algunos funcionarios internacionales fue
tal, que difícilmente habrá país alguno que acepte replicar el modelo en su
territorio.
Las relaciones internacionales son complejas, interesantes y
necesarias. Las mejores que podemos vislumbrar son las del comercio, esas que,
a través de los siglos, han creado vasos comunicantes entre los pueblos más
lejanos, han transportado la cultura, los inventos, las buenas prácticas y
elevado el progreso, por imitación, de las personas.
Finalizamos haciendo una invitación para que este ensayo
pueda ser enriquecido. No pretendemos, con las limitaciones de nuestra
capacidad y del tiempo y formato empleados, haber sido exhaustivos o exactos en
los hechos que narramos y sobre los juicios de opinión vertidos.
Que nos sirva a todos los interesados para profundizar en su
estudio.
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