viernes, 7 de marzo de 2014

ENTRE LACAYOS TE VEAS

La solicitud del embajador panameño por que la Organización de Estados Americanos, OEA, debata sobre la convulsión social venezolana no sólo provocó el rompimiento unilateral de relaciones de esta última nación con la primera, sino el señalamiento, por el Presidente Nicolás Maduro, de que el Presidente panameño, Ricardo Martinelli, es un lacayo de Estados Unidos de América.

Curiosamente, quien ha estado muy calladita es, precisamente, la OEA y, con ella, su flamante Secretario General, José Miguel Insulza, quien esta vez se envuelve en el cómplice silencio, el cual contrasta enormemente con sus actuaciones pasadas, tanto en Guatemala, especialmente cuando perdió la vida el abogado Rodrigo Rosenberg, y en Honduras, cuando el ex Presidente Manuel Zelaya trató de violentar la Constitución para perpetuarse en el poder y fue sacado del país después de un Golpe de Estado en donde, curiosamente, quien más vociferaba en contra de las nuevas autoridades era el extinto comandante Hugo Chávez, lacayo, a su vez, de los gobernantes cubanos, los hermanos Castro, quienes a su vez son dependientes, si no lacayos, del petróleo venezolano que les continúa regalando Maduro.

Desde la posición objetiva que nos brinda ver estos acontecimientos desde la distancia, nos atrevemos a decir que la posición panameña no ha sido de servidumbre, sino de dignidad, tal como se dio el Congreso de la República de Chile, que acaba de aprobar, por unanimidad, tres resoluciones que condenan lo que sucede en las calles de Venezuela y solicita que se preserve la seguridad de las personas y sus Derechos Humanos.  Es una posición que hace sentido común a toda persona que crea en la Democracia (con mayúscula) como uno de los grandes valores republicanos.

¿Cuál es la función, en estos momentos, de la OEA? ¿Discutir sobre la última nevada en Washington? Nos parece que el pedido panameño es legal, es oportuno, es serio.

Mientras tanto, vemos con tristeza una violencia innecesaria y el derramamiento de sangre de personas inocentes que lo único que desean es un cambio en su esfera de libertad, en el aprovisionamiento de los supermercados, en su capacidad de intercambiar ideas y en el entorno de sus vidas, cada vez más restringidas por la ola de violencia insensata que los empuja, los envuelve y devora.


Al final, todo esto será una historia más que permanecerá en los libros o en la mente de las personas que vivieron los acontecimientos.  Ahí estarán bien identificados quiénes son los verdaderos lacayos en toda esta trama que ha venido envenenando nuestra América.

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