La solicitud del embajador panameño por que la Organización
de Estados Americanos, OEA, debata sobre la convulsión social venezolana no
sólo provocó el rompimiento unilateral de relaciones de esta última nación con
la primera, sino el señalamiento, por el Presidente Nicolás Maduro, de que el
Presidente panameño, Ricardo Martinelli, es un lacayo de Estados Unidos de
América.
Curiosamente, quien ha estado muy calladita es,
precisamente, la OEA y, con ella, su flamante Secretario General, José Miguel
Insulza, quien esta vez se envuelve en el cómplice silencio, el cual contrasta
enormemente con sus actuaciones pasadas, tanto en Guatemala, especialmente
cuando perdió la vida el abogado Rodrigo Rosenberg, y en Honduras, cuando el ex
Presidente Manuel Zelaya trató de violentar la Constitución para perpetuarse en
el poder y fue sacado del país después de un Golpe de Estado en donde,
curiosamente, quien más vociferaba en contra de las nuevas autoridades era el
extinto comandante Hugo Chávez, lacayo, a su vez, de los gobernantes cubanos,
los hermanos Castro, quienes a su vez son dependientes, si no lacayos, del
petróleo venezolano que les continúa regalando Maduro.
Desde la posición objetiva que nos brinda ver estos
acontecimientos desde la distancia, nos atrevemos a decir que la posición
panameña no ha sido de servidumbre, sino de dignidad, tal como se dio el
Congreso de la República de Chile, que acaba de aprobar, por unanimidad, tres
resoluciones que condenan lo que sucede en las calles de Venezuela y solicita
que se preserve la seguridad de las personas y sus Derechos Humanos. Es una posición que hace sentido común a toda
persona que crea en la Democracia (con mayúscula) como uno de los grandes
valores republicanos.
¿Cuál es la función, en estos momentos, de la OEA? ¿Discutir
sobre la última nevada en Washington? Nos parece que el pedido panameño es
legal, es oportuno, es serio.
Mientras tanto, vemos con tristeza una violencia innecesaria
y el derramamiento de sangre de personas inocentes que lo único que desean es
un cambio en su esfera de libertad, en el aprovisionamiento de los
supermercados, en su capacidad de intercambiar ideas y en el entorno de sus
vidas, cada vez más restringidas por la ola de violencia insensata que los
empuja, los envuelve y devora.
Al final, todo esto será una historia más que permanecerá en
los libros o en la mente de las personas que vivieron los acontecimientos. Ahí estarán bien identificados quiénes son
los verdaderos lacayos en toda esta trama que ha venido envenenando nuestra
América.
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