Hoy ha sido un día especialmente bello en nuestro país tropical que mantiene una temperatura media ideal para producir casi cualquier cosa en beneficio de la humanidad.
Nuestro clima es una bendición para vivir, pero nos hace reflexionar que es uno de los elementos que, de alguna manera, han influido en la falta de desarrollo de nuestros pueblos.
No creemos que haya una raza superior a la otra, de modo que el mayor desarrollo industrial que, por ende, genera un mejor nivel de vida en los países del hemisferio norte, que hacen identificar una enorme diferencia frente a los del sur, provocando en los últimos tiempos enormes presiones sobre la migración de poblaciones pobres o empobrecidas hacia el norte, donde existen esas fuentes de trabajo que tanto se anhelan en nuestras latitudes, no se da porque quienes viven en esos países provengan de una raza superior.
Nos parece que nuestros suelos fértiles, la cantidad de horas de sol, la provisión adecuada de agua pero, especialmente, la falta de crudos inviernos, nos ha hecho, a través de los siglos, constituirnos en comunidades que se conforman, en gran medida, con que los frutos de la tierra nos provean de comer sin mayores contratiempos.
Por el contrario, la crudeza de los inviernos en el hemisferio norte ha volcado a las poblaciones a ingeniárselas de mil maneras, produciendo toda una cultura alrededor del aprendizaje y de la eficiencia.
Si los países del hoy industrializado norte hubiesen sido poblados por nuestros pueblos originarios, estamos convencidos que hubiesen sido, bajo la amenaza mortal de esos meses de frío, los protagonistas de los primeros intentos por conseguir el desarrollo, que apenas comenzó y cobró forma durante los últimos dos siglos.
Quién sabe qué hubiese sido de los germanos, escandinavos, etcétera, de haber sido los pueblos originarios de nuestros países tropicales. Todo esto es una idea; una hipótesis; pero dudamos que, sin el acicate de esa posibilidad llegando a certeza, de perecer por falta de previsión, sin tomar medidas al respecto del cíclico y crudo invierno, hubiesen sido los pueblos organizados, tecnificados y altamente educados que son hoy en día.
Nuestro país es tan fértil que no es sino hasta hace poco más de una década que comenzamos a ver mortandad por falta de alimento. Siempre hubo desnutrición crónica y algunas muertes, pero la nube gris que hoy se cierne sobre algunas comunidades del denominado "corredor seco" cada vez es más negra y cada vez más permanente.
Quiera Dios que las comunidades que hoy viven bajo esta amenaza tengan la claridad de ideas y la fortaleza para entender, en primer lugar, el riesgo que corren si no se ayudan a sí mismos, pues está visto que el Estado puede ayudar alguna vez, pero no está en capacidad de solucionar el tema sin el involucramiento de los afectados; y en segundo lugar que, entendiendo la situación, puedan darse cuenta que la única manera de romper ese círculo vicioso no es recibiendo dádivas sino educándose, preparándose intelectualmente, para lo cual el Estado, en un abrazo fraterno con la sociedad civil, sí debieran ayudar a proveer de cuanta oportunidad esté al alcance para tales propósitos.
Así como una madre es capaz de desarrollar una fuerza increíble y levantar un vehículo si ve a su hijo en peligro mortal bajo el mismo, también debieran, padres y madres de familia, hermanos mayores, tíos y vecinos, tomar el hambre como un peligro mortal y enfrentarlo con todas sus posibilidades. Total, el frío mata igual que la inanición. Los dos existen. Si unas comunidades se preparan para enfrentar al primero y esa previsión las ha convertido en usufructuarias de mejores niveles de riqueza, las otras comunidades debieran hacer lo suyo para contrarrestar ese segundo flagelo y verlo tan cíclico y mortífero como el primero.
El clima incide en el hambre por educarse; elevar la educación genera bienestar y desarrollo de los pueblos, quienes al estar desarrollados no tienen por qué pasar hambre del físico, del que lleva a los niños y adultos a morir y convertirse en una estadística más de las nefastas.
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