La publicación del último Índice
de Desarrollo Democrático de la fundación Konrad Adenauer, al compararnos con los demás países del
hemisferio, nos retrata de cuerpo entero: los políticos que nos han gobernado
lo han hecho mal y, lo que es peor, nuestro sistema democrático no funciona.
Ha habido experimentos involucrando a la Academia, a la
Comunidad Internacional, creando Superintendencias y muchas clases de entidades
autónomas, pero todo ha sido producto de nuestra costumbre de “apagar incendios”; los modelos intentados están fallando y las rajaduras en el tejido social y en
el ambiente productivo, que redundan en nuestros resultados económicos, cada día
se acentúan.
Los contrapesos que en un sistema republicano debieran
funcionar, equilibrando el funcionamiento de los organismos del Estado, aquí
son motivo de negociaciones que van detrás del enriquecimiento ilícito, de la
cooptación de las instituciones, de la prolongación del ejercicio del poder.
Nunca antes Guatemala había estado tan desabastecida en su
red de salud, tanto hospitalaria como de los pequeños centros de atención del
interior del país. El descaro en las
compras y contrataciones en casi todos los Ministerios ha curtido a una opinión
pública que casi claudica y se resigna a aguardar que se vayan los actuales
gobernantes para ver quién vendrá a seguir despedazando la piñata.
¡Esto tiene que cambiar!
Si hacemos un ejercicio proyectando a futuro la dinámica
perversa en la que venimos, llegará un momento en que la deuda pública será tan grande
que ya nadie nos prestará y la finanzas del Estado colapsarán; en el Ministerio
de Educación podríamos llegar a tener un ciento por ciento del presupuesto
ocupado en salarios; el costo por kilómetro de construcción de nuestras carreteras
probablemente llegaría a los US$.10 millones.
¡Estamos metidos en una vorágine que nos está consumiendo!
Mientras tanto, la eterna división entre lo urbano con algún
tipo de oportunidades, y la gente que vive asfixiada en lo rural porque no hay
progreso ni se ve salida, puede llegar a límites peligrosos para nuestra
pervivencia como sociedad, como nación.
¡La gente ya no aguanta tanta estupidez y tanto saqueo!
Por eso, ahora que estamos en año electoral, proponemos que,
como grupo social integrado, tratemos de visualizar cuál es el tipo de
gobernante que queremos, pues es urgente evitar el colapso total de nuestras ya
débiles instituciones.
Es fundamental, por ejemplo, que quien haya de gobernarnos
tenga la más amplia experiencia demostrada, pero no sólo de hacer currículum, sino como hacedor(a). Cualquiera que cumpla con ser guatemalteco y
tener la edad debida y demás requisitos constitucionales nos puede gobernar,
pero hay que tener cuidado: ¡los gobiernos nos han estado llevando al hoyo! Por
eso es vital fijarse en qué tipo de experiencia tiene cada uno de los
candidatos, pues cada gobierno es fiel reflejo de la persona que lo ejerce.
El tema de los principios y valores que manejen los
pretendientes a gobernarnos también es primordial. No nos quejemos después si ponemos como
presidente a alguien que como candidato no respeta la ley, ni la convocatoria a
elecciones que está ligada, también, al respeto al ciudadano. Si en su mentalidad está pintar todo el país
y no sólo las piedras, los puentes, los postes y los árboles sino hasta los
símbolos nacionales, después no nos quejemos que, otorgándole poder, le pase
encima a todo lo que debiera proteger y cuidar.
Si de la experiencia conocida de los ahora candidatos se
detecta que, por encima de la buena fe en una gestión, está la ambición por el
dinero o por el poder, esa debiera ser suficiente señal para irlos descartando,
sobre todo cuando el enriquecimiento ilícito es evidente. Nuestro voto, en este caso y en el anterior,
no sólo debe ir a otra persona sino debe enviar una señal muy clara de
castigo. ¡Es el ciudadano unido en el
acto de votar quien tiene que marginar para siempre este tipo de conductas en
política!
Guatemala ha producido muy pocos o ningún estadista y muchos
gobernantes poco preparados, pero eso no implica que la ciudadanía no se ponga
de acuerdo para identificar a quien mejor lo puede hacer por sobre los que más
dinero gastan o salen de primero a alborotar nuestra tranquilidad. Eso de que ahora le toca a quien quedó de
segundo la vez pasada es de las cosas que más daño le han hecho al país. ¡Estamos a tiempo de meditar el voto!
Quien pretenda gobernarnos debe tener ideas bien claras
cimentadas sobre una amplia visión de futuro del país, un conocimiento profundo
de las “guatemalas” que conviven en nuestro suelo y una vocación por servirle a
todos y a todas. Por eso hay que
reflexionar, también, sobre las lealtades de los candidatos: a quién se deben,
a quién le deben, cuánto le deben...
Cuando escuchamos de vínculos con el narcotráfico, con grupos
extranjeros de sicarios o de la simple “venta” de plazas para diputados dentro
de sus partidos, debiéramos reflexionar sobre la conveniencia de otorgar por
ahí nuestro voto. ¡No seamos
ingenuos! ¡Toda deuda de un candidato de
algún modo la paga el país, no el candidato!
Si vemos nacer candidaturas que ya vienen atadas a un sector
específico, tengamos por seguro que al llegar a ser gobierno, si no cae en el
sectarismo, por lo menos le será difícil hasta ver a quienes no lo han
acompañado desde un principio.
¡Inclinémonos por candidatos enterados, visionarios, de experiencia, con
valores morales e independientes de grupos de poder o de delincuentes!
Guatemala está lista para acoger a un candidato que reúna
todas estas cualidades y que comience a gobernar para todos; uno que le ponga
freno a la corrupción pero no con palabras, sino encabezando una reforma
estructural en un sistema de compras y contrataciones que fuera diseñado por políticos
para ser aplicados por políticos, al cual urge dar por terminado para que surja
uno nuevo, apoyado en la agilidad y asepsia de la tecnología y con los tiempos
de fiscalización invertidos, es decir, con la debida publicidad previa para que
los ciudadanos puedan detener un desembolso, y no después, cuando ese dinero ya
desapareció.
Guatemala está lista para no sólo dejar de endeudarse sino
para dejar de ser esclava del Fondo Monetario Internacional, del BID o del
Banco Mundial, y todo ese dinero que hoy se va en intereses ir poco a poco
invirtiéndolo en la gente.
En resumen, Guatemala necesita un gobernante lo más parecido
a un estadista, que vea más allá del país, en el contexto internacional, y del
ahora, para guiarnos con su más capacitada visión por las profundidades del
siglo XXI y hasta del XXII. Uno con los
pantalones bien puestos para tomar decisiones, incluyendo las que tienen que
ver con el corrupto sistema político, para cambiarlo. Uno cuya lealtad esté con el ciudadano de a
pie y no con las cúpulas ni con las organizaciones criminales. Uno que sea lo suficientemente antisistema
para comenzar una revolución pacífica que termine con esos experimentos
políticos que no sólo no han llevado a nada sino nos han enredado más como
nación.
Guatemala, con los miles de niños y jóvenes que migran
anualmente exponiéndose a la esclavitud, a la mutilación y hasta a la muerte,
está raspando el fondo y urge un cambio más profundo en todo sentido; uno que
propicie que las instituciones funcionen, que las inversiones vengan al país,
que se multipliquen las oportunidades para quienes menos tienen o no tienen
nada.
Nos urge un gobernante con la fuerza e inteligencia suficientes para romper estructuras y construir otras bases sobre las cuales Guatemala renazca. libre y fecunda, ¡como nuestro árbol nacional, la ceiba!
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