martes, 2 de marzo de 2010

EL DESARROLLO FINANCIANDO AL MUNICIPIO.


El 22 de octubre de 1999 me presenté como orador en la XV Reunión Anual de la Unión Interamericana de Vivienda y de la VI Conferencia de Organizaciones No Gubernamentales, ONG's. Fue en Antigua Guatemala y actuaba en calidad de Director por Guatemala del Banco Centroamericano de Integración Económica, posición desde la cual había impulsado con ahínco el Programa Municipal de dicho Banco.

Una de las consideraciones de mayor importancia de esta disertación es que, después de los aplausos y felicitaciones al final, fui invitado por la Jefa de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos de América, para América Central, cuyo nombre no recuerdo, pero sí la recuerdo como una hermosa pelirroja cuya oficina estaba en Costa Rica, a presentar las palabras que vienen a continuación en el Congreso de los Estados Unidos, dado que, según advertía élla, no había encontrado a alguien que pudiera explicarle, mejor que como lo había hecho yo, a los congresistas estadounidenses que aprueban los fondos de ayuda al exterior, el enorme impacto que, bien utilizados, son capaces de producir en el "Tercer Mundo".

Esta última presentación ya nunca se dio, pues en pocos meses dejaría, con la frente en alto, mi gestión pública dentro de la Banca de Desarrollo.

Afortunadamente la encontré entre unos papeles, para variar buscando otras cosas, así que, después de diez años y con muchísimas cosas que han pasado en el mundo, me permito revivir aquellos momentos para conocimiento de quien tenga interés por quienes yo denomino "los sin voz".

"Julio César, cuando aún no había consolidado los plenos poderes de que llegó a disponer más tarde, le comentó a uno de sus asistente al pasar frente a una aldea: 'Preferiría ser el primero en esta aldea que el segundo en Roma'.


Aunque las palabras del emperador estaban cargadas de un enorme espíritu de conquista política, no deja de llamar la atención la milenaria diferencia que, para la posteridad, se dejaba plasmada entre el mundo tranquilo de la aldea y el bullicioso y competitivo de la 'polis', la metrópoli.


Hoy no nos preocuparemos de buscar en las palabras de César sus claras o veladas intenciones. De eso se han ocupado grandes pensadores. Para nuestros efectos baste decir que el mundo, en dos mil años, en algo habrá cambiado, pero la diferencia entre la tranquilidad aldeana y la vida acelerada de nuestros núcleos urbanos podemos, de alguna manera, medirla conforme a los parámetros de bienestar que, lo que ahora llamamos sociedad occidental, ha conseguido a través de la ciencia, de la tecnología y de la técnica, que vemos reflejadas en los servicios que tenemos a mano y que muchas veces los creemos parte del entorno.


¿Podremos imaginarnos al hombre más poderoso del mundo antiguo ante la posibilidad de utilizar uno de aquellos teléfonos de dinamo de los años 1920, ya no digamos un teléfono celular y que funcione? ¿o viendo el programa más malo y aburrido de la televisión, aunque sea en blanco y negro y sin estéreo ni control remoto?


¿O simplemente enterándose del movimiento de las tropas enemigas a través del poco confiable telégrafo? No hace falta imaginárselo en túnica y sandalias pidiendo por radio que coloquen el satélite en otra posición para 'ver' por completo el entorno climático europeo y del norte de África en el mismo monitor de la computadora, y detectar en la noche, con rayos infrarrojos, los movimientos de tropas enemigas encabezadas por elefantes artillados.


Pero nunca soñó, siquiera, con comunicación a distancia ni nada que suene parecido, ni con cualquier otro tipo de tecnología, por muy atrasada que hoy nos parezca.


Lo que trato de establecer es que, en esos 2000 años, y abstrayéndonos un poco a nuestro mundo centroamericano, el desarrollo que lleva bienestar a las personas ha sido casi patrimonio completo de los centros urbanos, en donde se ejerce el poder político.


Hoy, esos centros urbanos tienen una gran presión migratoria de personas que llegan buscando, básicamente, dos cosas: oportunidades y servicios. Las dos panaceas solamente las encuentran en los lugares en donde existe algún tipo de infraestructura; y ésta sólo se da donde hay inversión, ya sea a través de financiamiento o de personas que puedan pagarla de alguna manera.


La visión del Banco Centroamericano de Integración Económica, BCIE, al crear el Programa de Infraestructura Municipal, del cual les venimos a hablar en esta oportunidad, fue precisamente llenar un vacío que, durante siglos, ha existido.


Hemos detectado a través de años de experiencia municipal desde diferentes ángulos, primero 'haciendo' gestión municipal como Asistente Ejecutivo del Alcalde de la Ciudad de Guatemala, don Álvaro Arzú, hoy Presidente Constitucional; luego como diputado centroamericano donde tuvimos la iniciativa de fundar y de conformar la Sub-Comisión de Asuntos Municipales, y ahora desde el Banco de Desarrollo de la región, el BCIE, que las necesidades de las comunidades del interior de los países centroamericanos son básicamente las mismas, que las personas están organizadas, por lo menos en Guatemala, desde antes de que los españoles llegaran a estas tierras con la institución del Municipio, y que todas las comunidades tienen una visión casi generalizada de lo que quieren, priorizando ellos mismos sus propias necesidades.


Tienen años de saberlo y años de esperar, pero aquella discusión que empezó Tomas Hobbes a mediados del siglo XVII al afirmar que 'el hombre es el lobo del hombre' por la desconfianza que tenía hacia los defectos de los sseres humanos, justificando de esta manera que debía transferirse todo poder al Estado, llevó a la mitificación de esta idea por Juan Jacobo Rousseau, por Karl Marx y, especialmente, por Jorge Federico Hegel, lo que llevaría a Max Weber, a principios de este siglo (me refería al siglo XX) a definir al mismo Estado como 'la agencia que reclama con éxito el monopolio de la coacción legal en un territorio determinado'.


Pues esa discusión es la que ha llevado a que, tradicionalmente, la obra de infraestructura necesaria para llevar oportunidades y servicios a las comunidades del interior de nuestros países, haya quedado en manos del todopoderoso Estado, el cual, la historia lo demuestra, apenas ha podido llevar algún tipo de infraestructura a las capitales y centros urbanos de primer orden.


Esto quiere decir que ese gran vacío que por muchísimos años ha existido hacia esas comunidades, de alguna manera lo ha venido a llenar el financiamiento que, con el apoyo de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Unidos de América, AID, ha logrado poner el BCIE a disposición de los bancos del sistema y de algunas organizaciones no gubernamentales especializadas que han llevado a cabo un excelente trabajo de acercamiento y de realización exitosa de proyectos.


Recordemos que estamos en una región que hace apenas 10 años tenía 3 de las 5 repúblicas que conformaron la Federación de Centroamérica enfrascadas en guerras internas muy cruentas; las otras 2 sufrían por la implementación de políticas de contrainsurgencia o por la llegada de millares de familias que huían de los conflictos armados.


Ahora que estamos viviendo una etapa de paz y reconstrucción, todos los programas mediante los cuales las comunidades puedan ayudarse a sí mismas a construir o a reconstruir sus propias obras de infraestructura básica, son de enorme beneficio en cuanto a la eficiencia de los recursos, y de mayores impactos sociales en una etapa difícil que trata, además, de olvidar o, por lo menos, restañar viejas heridas.


Fue precisamente la reconstrucción de los países que hoy conforman lo que hemos dado en llamar el primer mundo, después de la Segunda Guerra Mundial, lo que le ha permitido a la población de esta parte del planeta dar por sentada la prestación de servicios esenciales como el de agua potable, energía eléctrica, salud, educación, previsión social por desempleo, por vejez, etcétera.


Mientras tanto, las grandes mayorías de nuestros países dedican parte de su jornada diaria a proveerse de agua, de leña para cocinar porque no hay gas ni otro tipo de energía; y para paliar sus dolencias tienen que desplazarse grandes distancias o someterse a lo que sugiera el curandero del lugar. Ése es un precio muy alto que todos pagamos por nuestro subdesarrollo.


Cuesta, como padre de familia, pensar en educar a los niños cuando la escuela queda a varios kilómetros de distancia y no hay siquiera qué comer; y con seguridad a esas mayorías no se les ocurre pensar en tener una pensión porque están desempleados o simplemente viejos y, si se les ocurriera, ¿de dónde sale?


Es en ese marco de pobreza y de pobreza extrema en que la satisfacción de las necesidades mínimas, las de subsistencia, es tan difícil, que surge, con el apoyo de la AID, como señalara, el Programa Municipal del Banco Centroamericano de Integración Económica, conocido por sus siglas como PROMUNI, produciendo en los casi 350 proyectos 100% ejecutados en Centroamérica, de los cuales más de 300 han sido llevados a cabo en Guatemala, un cambio social y cultural impresionante en beneficio de unas 983,000 familias.


Inició el Programa con cinco objetivos bien definidos:
  1. Fortalecer a los municipios en su capacidad de ordenar sus finanzas y de gestionar proyectos autosuficientes desde el punto de vista financiero;

  2. Posicionar a los Gobiernos Locales como sujetos de crédito;

  3. Desde el punto de vista de los intermediarios financieros, convertir la actividad de financiar proyectos municipales en rutinaria;

  4. Apoyar el proceso, ya no con ideas sino en la práctica, de descentralización o de transferencia de competencias del gobierno central a los gobiernos locales; y,

  5. Elevar las condiciones de vida de la población meta.
El programa inició, como plan piloto, a mediados de 1995 en Costa Rica y Guatemala, con US$.26.0 millones. Hoy, con el éxito alcanzado especialmente en Guatemala, se ha extendido a toda Centroamérica, con una disponibilidad de casi US$.100.0 millones, monto que ya ha sido comprometido mediante aprobaciones a las Instituciones Financieras Intermediarias, IFI's.
Los desembolsos ascienden a US$.48.0 millones, movilizando, a su vez, alrededor de unos US$.50.0 millones en fondos de contrapartida provenientes de los gobiernos locales y de los aportes de los propios beneficiarios de cada proyecto.

Los primeros años del programa fueron de mucha labor de mercadeo, de romper esquemas escépticos (casi ninguna IFI aceptaba a un municipio como sujeto de crédito) y culturales (del subsidio y la transferencia gubernamental al préstamo), de resolver problemas legales (garantías, límites y alcances del endeudamiento, marcos jurídicos diferentes en la región), y estrictamente crediticios (creación de mecanismos especiales que garanticen el pago).

Hoy, que los mecanismos propuestos han sido probados y se ha observado los bajos niveles de mora que se manejan, se ha generado mayor confianza en el programa: ¡La barrera del escepticismo se ha roto, pues ya tenemos conocimiento de varios casos financiados con recursos propios de los bancos del sistema, lo que ha significado más oferta de crédito para proyectos que generan sus propios medios de pago!

Las condiciones generales de los créditos, según el impacto deseado del Programa, son tres:
  1. Deben fortalecer la autonomía municipal;
  2. Deben fomentar la participación de los beneficiarios en la definición del proyecto y el compromiso de pago; y,
  3. Deben ser ambientalmente amigables.
Este novedoso programa nos ha permitido atender comunidades campesinas que no tienen, siquiera, personalidad jurídica, a través del compromiso enero que asume la Comunidad bajo la modalidad de préstamos solidarios; nos ha permitido introducir agua potable y energía eléctrica en lugares donde sólo habían soñado con ella durante varias generaciones; hacer parqueos subterráneos, mercados, estaciones de autobuses, drenajes, etcétera.

Por eso vemos con satisfacción y es un orgullo compartirlo con Uds.; donde antes los niños salían de la escuela a hacer tareas porque si no se quedaban sin luz, y el cebo para las candelas o las pilas o baterías les consumía hasta un 30% del presupuesto familiar, hoy participan con su padre en las labores del campo, y estudian por la noche mientras que la mujer del hogar aprovecha para tejer o producir el doble de las artesanías que antes podía elaborar, generando más ingresos a la economía del hogar.

Del presupuesto familiar de baterías para linternas y candelas, ahora hasta les sobra para pagar la cuota mensual que tienen asignada por consumo y por abono a capital del crédito con sus intereses. ¡Todo el mundo gana!

Pero la mayor satisfacción es ver surgir como por arte de magia las antenas de televisión, abriéndole especialmente a los niños y jóvenes un mundo nuevo en el cual pueden atreverse a soñar.

Ver a las señoras con sus máquinas de coser, una venta de helados, un rótulo que anuncia la prestación de servicios de Internet, una empresa de televisión por cable, o una escuela de computación en lugares en donde el manto de la noche imperó durante siglos, nos debe llamar a la reflexión, especialmente porque son cosas que, en nuestro mundo urbano de refrigeradores, portones eléctricos, Internet, agua caliente, teléfonos celulares, hornos de microondas y ambientes climatizados, siempre damos por existentes.

Por eso, al reconocer la labor de Bancos y, especialmente, ONG's que no sólo han aceptado el reto de intermediar estos fondos sino el de acercarse a los municipios y comunidades más apartadas y rurales de nuestros países, y a sabiendas que hay mucho más por hacer, nos atrevemos a augurar la urbanización rural, es decir, la llegada del ansiado desarrollo y, en alguna medida, del bienestar que brinda el contar en todas las casas con agua potable, energía eléctrica, sistemas sanitarios, telecomunicaciones por cable, teléfono u otro medio hoy todavía no inventado, y tener en todas las poblaciones puestos de salud y centros educativos, poniendo a disposición de las gentes toda una infraestructura de servicios que hoy todavía no poseen, y brindándoles de esta manera un ramillete inestimable de oportunidades que, en una o dos generaciones, habrá de colocar a la región, tal vez siguiendo los pasos de Julio César, en camino de la aldea a la Roma moderna, quizás en una supercarretera de fibra óptica en la cual, nuestros campesinos actuales, al acceder al último de los descubrimientos del mundo en tiempo real e interactuar activamente por la gestión de la información en su comunidad, se habrán convertido en los hombres y mujeres más poderosos del planeta.

Al felicitar la iniciativa de los organizadores y su paciencia, sólo me resta decir: muchas gracias por haberme invitado a compartir lo que está sucediendo y por haberme permitido visualizar, con Uds., el futuro cercano."

Espero que no sólo la haya leído sino que haya tenido la oportunidad de montarse en la aventura del desarrollo y vivir, en alguna medida, los cambios que yo vi y que me inspiraron a escribir y leer estas líneas.

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