El español, para el tema de los movimientos bruscos de la Tierra, es más específico que el inglés, pues hace diferencia lo que es un simple temblor, que generalmente no llega más que a asustar pero no produce daños de consideración, con lo que es un terremoto, que no sólo embate la infraestructura física sino es capaz de causar muertes.
Hace unos días hubo un movimiento telúrico de 5.1 grados en Lorca, una población española en donde no suele temblar la tierra, y ocasionó la destrucción de más del 80% de las viviendas y edificios de la localidad, además de acabar con la vida de varias personas y provocar cientos de familias evacuadas que, con total estupefacción, veían cómo sus viviendas eran marcadas como inhabitables por la autoridad, en la medida que las brigadas iban inspeccionando los barrios, casa por casa.
5.1 grados, en Guatemala, acostumbrados como estamos a este tipo de fenómenos naturales, generalmente no ocasionan más que alarma, pues las construcciones están preparadas para ese tipo de movimientos, especialmente después del terremoto de 1976, que en 33 segundos acabó con la vida de poco más de 29,000 personas.
Entiendo, por amigos constructores que me lo han comentado desde hace años, que los amarres que se diseñaron o se aprendieron a hacer en Guatemala, del hierro que va adentro de la fundición de vigas y columnas, es tan especial, que hasta los japoneses, con problemas similares (o peores, como hemos visto este año), los han venido a aprender a hacer acá.
Luego, es indudable que la falta de preparación de las construcciones en España o en cualquier otro país del mundo donde no suele temblar, es o sería la causa principal de tanta destrucción, desolación e infortunadas muertes.
Esta lección puede aplicarse a todos los ámbitos de la vida.
Por ejemplo, a un excelente levantador de pesas no se le puede exigir que entre dentro de los corredores de élite en una maratón, por muy bueno que sea en su disciplina y sea el atleta más dedicado y disciplinado en su rama.
Al mejor abogado de la localidad no se le puede confiar el diagnóstico de una rara enfermedad, ni somos tan torpes de confiarle la revisión de los frenos de nuestro automóvil a un repartidor de diarios, pues todo tiene su arte, todo tiene su ciencia, toda actividad humana tiene aristas que sólo por la experiencia se aprenden y se llegan a dominar.
Por esas mismas razones es que hemos tenido gobiernos encabezados por Presidentes desastrosos, que no saben administrar, que se enredan ellos solos, y enmarañados en sus propios desmadres pierden totalmente el rumbo, ahogándose en una agenda nacional que no pueden ni siquiera vislumbrar, mucho menos encausar.
¡Ése es el caso actual en Guatemala! Campea la ignorancia, la improvisación, la falta de capacidad, de rumbo y hasta de ideas. Caso claro es el del Vicepresidente de la República, doctor Rafael Espada, un hombre bienintencionado, eminencia en los mejores quirófanos del mundo en operaciones de corazón abierto, pero que inició con mal pie su gestión por falta de experiencia, por mucho que, como es un hombre inteligente, el tiempo de ejercicio del cargo le haya dado la oportunidad de mejorar en todos los aspectos.
Pero Guatemala ya no está para darse el lujo de entrenar gente cuando lleguen a hacer gobierno, y vemos con preocupación que varios candidatos, tanto a la Presidencia como a la Vicepresidencia de la República, así como a algunas alcaldías importantes, carecen de la experiencia necesaria en las diferentes facetas del acontecer político-administrativo, y el público elector todavía no ha aprendido a exigir cartas de recomendación en este sentido, y se conforma con la cancioncita o el vaivén de la corriente.
¡Guatemala necesita candidatos de peso específico, de experiencia probada, de buena experiencia!
Hay que tener cuidado con aquellos candidatos que hemos visto atreverse a asumir un reto y lo han abandonado en el camino. Lo mismo digo de aquellos que insisten en candidaturas en fraude de ley, sea mediante divorcios a la carta o renegando de ministerios de algún culto o de cualquier forma que sea: ¡A la Constitución de la República no se le juega la vuelta!
La experiencia para un político es lo mismo que la manera de construir una vivienda. Si no queremos que la misma se nos venga encima al menor movimiento, los cimientos de los candidatos deben ser no sólo bien pensados sino bien armados, utilizando los mejores materiales y las mejores técnicas para que resistan los embates de la naturaleza.
Si algo promete ser difícil es gobernar en el siglo XXI. Por eso las grandes mayorías, los electores, deben comenzar a exigir mejor. Sólo eso evitará los terremotos a nivel de la gobernabilidad y nos traerá una etapa de mayor estabilidad para nuestras vidas, mejor ambiente para las inversiones, mayores y de más calidad las oportunidades de trabajo y de superación, y un entorno más seguro para que, por lo menos nuestros hijos y nietos puedan hacer lo que nosotros ya no podemos por tanta violencia: ¡salir a pasear a la calle!
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