Confesamos que, cuando hablamos o hemos leído de
cooperativismo, siempre tuvimos la idea de la beneficiosa organización de
grupos de personas para producir o buscar un bien común, movimiento que en
nuestro país, Guatemala, ha crecido brindando excelentes resultados y ha sido una importante vía para encausar las aptitudes empresariales y productivas de varios cientos de miles de mujeres campesinas que, sin el marco jurídico que lo permite, tendrían bastante limitadas las oportunidades de desarrollarse en las comunidades remotas en donde viven.
Sin embargo, leyendo hoy el libro Creadores de Riqueza, del autor Alejandro Gómez (Instituto Democracia y Mercado, 2007), en la página 256, encontramos otra connotación del término que, en la década de 1950, fue importante para la reconstrucción de Europa después de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en la entonces destrozada Alemania, lo que generó índices de crecimiento, de desarrollo y confianza para invertir sin precedentes, coadyuvando a sentar las bases del enorme desarrollo industrial que, en las décadas venideras, quedara debidamente documentado, produciendo otro nivel de riqueza en el viejo continente y, por ende, de bienestar en sus habitantes (no nos referimos, específicamente, al Estado Bienestar).
Este comportamiento cooperativo se dio entre empleados y empleadores, tanto del sector público como del privado, lo cual generó dos cosas importantes: un deliberado nivel bajo o accesible de los salarios de los empleados y una apuesta, por parte de los empresarios, a las futuras utilidades, reinvirtiendo, año con año, gran parte de las utilidades, con la finalidad de acumular el suficiente capital para continuar expandiendo las industrias en las que, cada quien, estaba involucrado, lo que significó una mayor tecnificación y, al elevarse la productividad, se pudo acordar, también, el ansiado aumento salarial.
Hace años, cuando encabezábamos la delegación patronal que negoció el Pacto Colectivo de Condiciones de Trabajo con el Sindicato de Operadores del Registro General de la Propiedad, en 2006 y 2007 (pues fue una larga y dura negociación que podría ser objeto de otro ensayo), recordamos muy bien que, en la prensa, salió una noticia que pusimos de ejemplo a nuestra contraparte: la del sindicato de trabajadores de la Volks Wagen, en Alemania, que decidió unilateralmente rebajarse los sueldos porque entendió que, si no lo hacían, sus puestos de trabajo, eventualmente, podrían parar en alguno de los emergentes países de la Europa del Este.
Esta es una evidencia de que el comportamiento cooperativo que significó el despegue económico, una generación y media antes, todavía es válido. Y si la Alemania de hoy es un ejemplo de fortaleza industrial, de estabilidad para producir y de bienestar para su población porque sus niveles de productividad le permiten pagar buenos salarios, los postulados que la llevaron al éxito deberían ser válidos para cualquier parte del mundo en donde se busque no sólo elevar la productividad por empleado contratado sino mejorar las condiciones de vida de los habitantes.
Este tema será oportuno de discutir para cuando las condiciones del país sean las propicias para establecer una ciudad o una zona disruptiva (conocidas como "Start-up Cities"), pues para que se afinquen los grandes capitales que andan buscando oportunidades para montar nuevas industrias, no sólo debe haber seguridad, capacidad de montar institutos técnicos o universidades para montar una política de "educación continuada", infraestructura adecuada que incluya carreteras, puertos y energía suficiente y a precios competitivos, sino una especie de pacto como del que escribimos, que privilegie una asociación ética entre el capital y el trabajo, con una visión de muy (o de muuuuuuy) largo plazo que sea mutuamente compartida, que rompa los paradigmas que tienen al país con unos índices de desempleo y de falta de oportunidades que nos hacen llorar sangre.
Hoy, sin reglas claras y con un gobierno que privilegia la corrupción y la campaña política para pretender perpetuarse, no existen las condiciones para tener una discusión seria al respecto.
Ojalá tengamos la oportunidad, en algún tiempo, de poder comentar en este espacio la experiencia exitosa de poner a rodar un círculo virtuoso de buenas y convenientes relaciones y que podamos demostrar, con los índices en la mano, que se obtiene más beneficio entendiendo que el capital y el trabajo pueden ser las dos caras de la misma medalla que llamamos progreso y que no tienen, forzosamente, que estar divorciados el uno del otro.
Esta puede ser, quizás, la manera de llevar las ansiadas oportunidades de trabajar a tanta gente del campo que hoy no tiene más remedio que mendigar, emigrar o morirse de hambre. Lo que algunos observadores poco acuciosos llaman estoicismo y que no es más que desesperanza y hambre, para nuestra vergüenza.
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