lunes, 22 de septiembre de 2014

EJERCITANDO LA REBELDIA EN LA ENCRUCIJADA

     Toda persona que tenga sangre en la venas, al verse acorralada en su papel de gobernada y de ciudadana, tanto por gobernantes corruptos e irresponsables como por políticos sin vergüenza alguna que pretenden llegar a gobernarla, ve inflamados sus ánimos y está en derecho de ejercer esa rebeldía que todos llevamos dentro.

     La rebeldía ciudadana, la rebeldía política, si provienen de un corazón puro y de un espíritu limpio, son bienvenidas y hasta beneficiosas para encausar la gestión de los primeros y el comportamiento de los segundos, en alguna medida.

     Esas diversas clases de la misma capacidad humana de rebelarse son benéficas en la medida que, quien se rebela, lo hace con argumentos, con conocimientos de causa, razonando debidamente, con un fin altruista o positivo en la mente, y siempre por amor a su país.

     Llevar una espina rebelde en el corazón sin visualizar una manera de cambiar las causas de esa molestia solamente origina más desazón, más malestar, más desesperanza.

     Esa necesidad de levantarse y oponerse a lo que está mal de nuestra vida en sociedad, para que tenga los efectos beneficiosos que todos, en el fondo, intuimos, debe ser articulada de alguna manera.

     La articulación del conjunto de esas rebeliones individuales puede ser encausada de varias maneras, las que requieren, siempre, de algún tipo de liderazgo, pero la que mejores efectos producirá, intuimos con algún grado de certeza, es la que encabeza un líder nacional que comparte el mismo sentimiento de frustración que el resto de los ciudadanos, que ha experimentado en carne propia sus causas, que también tiene alguna experiencia en la resolución de las mismas y, además, que ha desarrollado su intelecto al nivel de quien comprende el conjunto de la problemática, que a nivel de una sociedad completa es compleja y profunda; y, por ende, puede visualizar, con relativa mayor facilidad, las posibles soluciones en el campo rural, en la ciudad, en el tiempo, en el exterior donde tantos conciudadanos viven, en todos los escenarios que componen esa complejidad de la que hablamos.

     Nuestro país, como muchos en vías de desarrollo, especialmente en América Latina, está en la encrucijada.  Hemos tenido gobiernos igual de peores (sic. a nosotros mismos) que éste, pero nunca habíamos tenido tan malos candidatos para optar a seguirnos mal gobernando como en este momento.

     El malestar ciudadano de la oferta política es tal, que la rebeldía que detectamos en estos momentos no tiene precedentes en la historia política del país.

     La mesa está puesta para que aparezca un verdadero líder político que ame con la entrañas a su país, que tenga conciencia social, que comprenda el manejo de la administración pública, que tenga una capacidad de convocatoria para hacer gobierno de los más altos niveles, que su escala de valores familiares sea conocida y aceptada por la generalidad, que actúe apoyado en principios en lugar de conveniencias y que, por alguna vez en nuestra historia política, privilegie a la ciudadanía frente al capital o a los poderosos que se dedican a hacer negocios y a esquilmar y destruir las instituciones del Estado.  Un verdadero líder que tome, por fin, las decisiones apropiadas para cambiar las cosas a favor de la gente.

     La rebeldía está en cada uno, y las redes sociales están ayudando para que una parte de la población vaya unificando criterios en los sentidos anteriores.  Sólo falta que el campesinado del país, con poco acceso a esas redes sociales pero que también está frustrado de tanta mentira, abandono y traición, se vaya poniendo en sintonía.

     Esa rebeldía bien entendida de la población urbana y del campo podrá cambiar, para siempre, a nuestro país.  Todo está en articular ese malestar y cerrarle la puerta, para siempre, a quienes nos quieren gobernar pero no nos respetan.  Nosotros, los ciudadanos, nos merecemos el mejor gobierno para salir del atraso y del subdesarrollo en que nos tienen.

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