Bien se dice que la sociedad decimonónica lo siguió siendo bien entrado el siglo XX. No es sino hasta la Gran Guerra que inició en 1914, denominada mucho después como la Primera Guerra Mundial, que las sociedades que conforman lo que se denomina la "civilización occidental", políticos incluidos, reaccionaron, viéndose de pronto, casi forzados, en una nueva era. El siglo XX, podríamos decir, comenzó al finalizar la guerra, en 1918.
Algo parecido está sucediendo ahora, especialmente en el escenario local, en que sabemos que desde hace años estamos en el siglo XXI, avanzamos de la mano de la tecnología y bajo el manto de los avances científicos, pero en el campo político no ha habido evolución. Si no seguimos en las mismas, estamos peor.
No podemos hablar por todos los países, pero la generalidad del político guatemalteco, por lo menos, continúa siendo una réplica del molde que tenía hace 50 o 60 años en que, triste recordarlo, todo se hacía al son de "esta mula es mi macho", con una casi total falta de preparación, estudios mínimos, experiencia casi nula pero grandes dosis de autosuficiencia y hasta de prepotencia, todo aderezado por una laxa, muy laxa, escala de valores, totalmente adecuada a la máxima maquiavélica de que "el fin justifica los medios".
El resultado de esa falta de capacidad para gobernar en donde se privilegió la "listura" en lugar de la decencia, donde se instauró la mentira en ofrecimientos descarados a una masa votante por lo general ignorante, pero necesitada, en donde reinó el compadrazgo, el amiguismo y hasta el nepotismo por sobre la capacidad, el conocimiento o la experiencia, en donde no hubo planes de desarrollo sino planes para desbancar y desfalcar, está a la vista.
Los índices del país, por donde se lean, son vergonzosos: la pobreza de las grandes mayorías llegando a la inanición, los planes de educación generando más ignorancia, un país agrícola convertido en campo de muerte para tantos niños y, a propósito de niños, con unos niveles de desnutrición que constituirán, cuando crezcan, más una carga que un segmento de población productiva. ¡Tenemos que entrar al siglo XXI porque esto no puede seguir así!
Hasta aquí todos hemos tenido la culpa. La ciudadanía electora en la que nos incluimos, también.
Guatemala, y con ella gran parte de América Latina y posiblemente algunos otros países "en vías de desarrollo" (así, entre comillas por el eufemismo que representa), en el campo de la política y de sus políticos, no ha entrado al siglo XXI; seguimos en el recordado siglo XX.
Sin embargo, un poco de la mano de la masa que elige (que presentimos que está cambiando), y un poco de la mano de los mismos políticos que, con lo mal que lo están haciendo, están forzando ese cambio, nos atrevemos a predecir que en las elecciones de 2015 o, a más tardar, en las de 2019, al ponerle un alto a los desmanes de quienes hoy se creen con derecho a hacer y a decir cualquier cosa, harán que el país vaya entrando a una nueva etapa dentro de su evolución política. El cambio no es lo que ellos ofrecen sino lo que nosotros sentimos que se debe hacer.
El político marrullero e ignorante tendrá que darle paso a un político con otro perfil que, intuimos, será algo así como la antítesis de lo que hoy ofrecen con descaro y por encima del más elemental sentido común quienes pretenden gobernarnos.
La ciudadanía votante ya no privilegiará a quien le falta el respeto o se lo falta a la Naturaleza, sino lo hará por quien demuestre un comportamiento mesurado que esté por encima de los vaivenes y de los pormenores de la política partidista cotidiana; por quien sea capaz de ver el futuro y las necesidades de los "sin voz", no el aquí y su propio bolsillo o el de sus parientes.
En el futuro esperamos que los ciudadanos no le den su voto a quien no tenga una sólida preparación, una trayectoria de vida en la que su patrimonio se pueda explicar con facilidad, experiencia demostrada en diversas instituciones sin colas que le machuquen, actuaciones que sean consecuentes con su discurso o con sus ideas, apertura mental para escuchar sugerencias, comentarios y hasta críticas de su gestión anterior o de sus planes; respeto por la gente, por la legalidad, por los tiempos y los aspectos culturales, en general; que cuente con un auténtico liderazgo, con auténtico patriotismo, con anhelos y esperanzas nacidas de un corazón que no miente, con un nacionalismo bien entendido, con capacidad demostrada de comprender las necesidades distintas y urgentes de los diferentes estratos de la población.
Es en la medida que los políticos de turno lo han hecho mal que están uniendo al electorado en su contra, y es en la medida que ese electorado se vaya uniendo en que los cambios a los que nos referimos serán irrevertibles, pues de parte de los primeros existe malcriadez y prepotencia, pero no estupidez, y tendrán que adaptarse. Para cautivar de nuevo al elector, tendrán que cambiar o ser otros políticos quienes cuenten con el favor del ciudadano, especialmente si el ciudadano de a pie puede intuir que ese nuevo actor que pretende representarlo tiene una escala más elevada de valores y se rige por principios, no por negociaciones obscuras.
Es cuando analizamos lo que tenemos y lo que aspiramos que nos damos cuenta que aquel dicho que dice que todo tiempo pasado fue mejor, no tiene aplicación para lo que venimos describiendo. ¡Este fango en el que nos tienen lo tenemos que cambiar! ¡Es de sentido común y es cuestión de tiempo que esto pase!
miércoles, 17 de septiembre de 2014
LOS POLÍTICOS DEL SIGLO XXI DEBERÁN SER DISTINTOS
Etiquetas:
liderazgo,
nacionalismo,
patriotismo,
Política,
principios morales,
siglo XXI,
valores fundamentales
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