La muerte reciente de Carlos Andrés Pérez evoca en mi mente varias situaciones. La primera es la broma que, durante años, hemos mantenido el doctor Armando de la Torre y quien escribe, la cual el iniciara al decirme que me parecía (en aquella época, hace unos diez o doce años), a Jaques Chirac en su juventud, precisamente en la época en que había ordenado la explosión de unas bombas atómicas en lo profundo de la corteza terrestre, a lo cual le repliqué que, en todo caso, él saldría perdiendo, porque se parecía a Carlos Andrés Pérez, un político venezolano, ex Presidente de ese país, caído en desgracia por varios juicios en su contra, por actos de corrupción, que derivaron en su destitución y separación de tan alto cargo.
Hablar de lecciones de Carlos Andrés Pérez, para nuestro entorno, sea el guatemalteco o el centroamericano, sólo puede hacerse por lo que sucedió después en Venezuela, país al cual dejó en una crisis política que visualizó un aprovechado que se hizo con el poder por la fuerza, se mantiene en él a base de subterfugios y del despilfarro sin precedentes de la fortuna que el petróleo produce para los venezolanos y, encima, los está llevando hacia un caos todavía no escrito a través de la destrucción de las instituciones, del aparato productivo y de las leyes, las cuales retuerce y modifica a su antojo.
Todo lo que ha venido sucediendo en Venezuela, difícilmente habría sucedido si Carlos Andrés Pérez hubiese sido un presidente ponderado que no hubiese cometido actos de corrupción que derivaran en su sometimiento a la justicia durante su propio mandato y a su posterior destitución.
Las instituciones democráticas necesitan personas de temple, de honradez en el manejo de la cosa pública para mentener su prestigio, caso contrario, las manchas de las personas tienden a manchar procesos, épocas, países, conglomerados sociales e instituciones que poco o nada tienen que ver con los actos personales de unos pocos, y eso es, precisamente, lo que aprovechó Hugo Chávez, en su momento, para hacerse del poder de una manera ilegal, cosa que hoy casi nadie recuerda.
Sí. Uno de los mayores críticos del Golpe de Estado de Honduras, aquel que llamaba "gorileti" al presidente Micheletti, quien sustituyó, por conducto del proceso constitucional hondureño al ex presidente Zelaya, es, en primer lugar, un golpista, que luego que se hizo del poder y lo consolidó con armas y petrodólares, convocó a elecciones y se hizo proclamar presidente.
El peligro de pasar por el gobierno dejando una ola de corrupción, de falta de transparencia, de arrogancia, de prepotencia, inclusive de ignorancia no sólo de temas cruciales sino de cuestiones evidentes, como las necesidades de la gente, crea zozobra, fomenta un ambiente en el que parece que todos los políticos valieran lo mismo y fuesen iguales, crea una situación en que las instituciones se desvalorizan, el principio de autoridad se pierde y el respeto a quienes deben mandar o tomar decisiones mengua.
Luego, los responsables de crear ese clima en el cual nada parece funcionar, ni la economía, ni los sistemas de salud, ni cualquier esfuerzo en educación; en donde cada centavo que se invierte en proyectos que se publicitan como de cohesión social o de desarrollo, muchas veces a costa de transferencias de otros programas y proyectos indispensables, fomenta la sensación de que en el entorno en el cual nos desenvolvemos todo se lo están robando; en un país en donde la obra pública colapsa con un período de lluvias encima de lo normal, en donde los posibles candidatos de la siguiente campaña política salen a regalar lo que no es suyo y, lo que es peor, a ofrecer lo que hoy no pueden cumplir y mañana que no tengan el poder, menos; todo ese clima desastroso de hoy, similar al de la Venezuela posterior al mandato truncado de Carlos Andrés Pérez, puede tener otro tipo de consecuencias.
Los buenos actos de quienes gobiernan puede ser que muchas veces pasen desapercibidos, pero la sumatoria de las estupideces, los actos de corrupción, las comisiones bajo la mesa, las asquerosas negociaciones alrededor de la aprobación del presupuesto, los ofrecimientos que de antemano se sabe que no tienen la menor intención de cumplir, las declaraciones ignorantes o cargadas de arrogancia y hasta de insultos a quienes no piensan como ellos, generan un clima malo para los negocios, pésimo para las inversiones pero impredecible en términos políticos.
Por eso, el sentido común nos hace recapacitar y traer a cuento las lecciones que la trayectoria de un presidente venezolano nos pueden dejar, una persona que se dedicó principalmente a hacerse campo entre sus pares de la Internacional Socialista, a quien le gustó opinar y hasta servir de árbitro en cuestiones de índole internacional, que pudo haber sido un gran teórico o conocedor de los demás países, pero que no quiso, no supo o no pudo hacer mayor cosa dentro de su propio país, más que abrir la puerta a su propio sometimiento a la justicia, dejando un caos que, como vemos, no produjo nada bueno.
Ojalá los presidentes de Centroamérica aprendieran un poco de este tipo de lecciones que están escritas con sangre y lágrimas en las páginas de la historia.
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