Hoy, en la radio (Emisoras Unidas), tuve la desagradable experiencia de escuchar que, tanto el Ministro de Finanzas como el Presidente del Banco de Guatemala, ante "el aumento desmedido del precio del pan" (que, por cierto, no se explican ni el Presidente ni el Vicepresidente de la República), le piden al pueblo de Guatemala que ahorren, comiendo menos, según uno, o que coman tortillas, según el otro.
Palabras más, palabras menos, la sensación que dan estos dos funcionarios no es sólo de ignorancia sino de una mala fe y una insidia tremendas para con la población.
Resulta que el negocio del pan, en su gran mayoría, no es el de las grandes fábricas, que las hay, sino el de los pequeños, muy pequeños empresarios, generalmente personas de la tercera edad que alguna vez fueron panaderos y que, en su diario quehacer, son los patronos de un reducido número de personas que, en las madrugadas, se dedican a amasar, elaborar y hornear el pan nuestro de cada día.
Como patronos de tres, cuatro o diez personas, la subida del salario mínimo los obliga a recalcular sus costos y, para mantenerse en el negocio ganando dinero, pues para eso es que madrugan, tienen que subirle el precio al público para compensar lo que tienen que pagarle de más a sus empleados, no sólo en el sueldo semanal, quincenal o mensual, sino en prestaciones.
¿Que cuánto pesa en la estructura del precio del pan el sueldo de la gente?, pues depende del tamaño de la empresa y de su volumen de negocio; no se puede determinar como dos más dos igual cuatro. Lo que sí es perfectamente predecible es que la subida de salarios no va a salir de la utilidad, que ha de ser poca, que puede sacar el jefe de los panaderos, pues lo obligaría en pocos días a salir de su negocio por las pérdidas que esto implicaría, y entonces la ciudadanía sí tendría el precio más caro que una sociedad puede pagar: la carestía, lo cual, también lógicamente, impulsaría para arriba el precio de las tortillas al quedarse sin la "competencia" que le hace el pan en la mesa diaria.
Quienes suben los salarios de la gente, por decreto, lo saben, como lo tienen que saber los ministros y quien ocupa la Presidencia del Banco de Guatemala, de modo que demuestran su mala entraña y su falta de respeto para con la gente este tipo de comentarios, quizás por cubrir de un manto de niebla al verdadero causante de todo: el Presidente de la República, su jefe (el de ambos), Álvaro Colom.
Es loable que se quiera que quienes ganan poco ganen más, pero esa medida ha traído el aumento de sueldo para algunos pero el despido para otros. Los efectos de subir salarios tienen consecuencias, sean en panaderías, en tortillerías, en donde el fenómeno es un poco distinto por la índole de participación familiar y quizás sin salario en el proceso, pero especialmente ha golpeado a las maquilas, en donde conocemos la reducción que se viene dando en algunas para ajustarse a los nuevos costos que ese "decretito" implica, y hasta el abandono del país con la consecuente pérdida total de plazas de trabajo, por pocas que parezcan ser de manera individual, que no lo son.
Tendría que haber, alguna vez, algún político que piense primero en los desempleados, que la pasan muy mal, y luego en los empleados, aunque ganen poco, pero tienen algo con lo cual subsistir. Hay que trabajar en las comunidades rurales, en la Guatemala profunda, para convivir con la pobreza y que nos marque para siempre para tenerla presente en todo nuestro actuar.
Mejor haría nuestro Presidente con pasar este año con la boca callada, sin espantar a los inversionistas con el "petate del muerto" de la ya tres años deseada y frustrada Reforma Fiscal, que sólo crea incertidumbre, y así propicie, por su simple silencio, un mejor clima de negocios para que se genere empleo en nuestro país.
El día que casi todos tengan empleo y se genere cada día más negocio, la puja por mejores salarios comenzará hacia arriba para atraer a los mejores empleados. Hoy simplemente se aumenta el salario por decreto, lo cual ocasiona un leve descenso en el nivel de empleo, pero todo esto solamente potencia los efectos de la crisis financiera y económica mundial, con efectos en nuestro país, y al haber más gente compitiendo por cada vez menos plazas, pues el aumento de costos obliga a recortarlas, la puja se da, por supuesto, pero empujando los sueldos hacia la baja, por lo cual todo es un contrasentido que parece permitirle al gobernante de turno, al año siguiente, volver a aumentar por decreto y continuar con este círculo vicioso, aparentando quedar bien con la gente sencilla que no entiende estas cosas, aunque el agradecido empleado que gana hoy unos pocos centavos más se quede sin trabajo en quince días o en dos meses.
Nosotros preferiríamos ver una población mayoritariamente empleada y productiva en donde se le permita al sistema el suficiente tiempo para desarrollarse y demostrar que es cuestión de sentido común que, mientras menos personas hay disponibles para cierta cantidad de plazas, más tendrán que pagar los patronos para conseguir trabajadores. Mientras más plazas de trabajo haya, menos aspirantes habrá detrás de cada una para ocuparla. No hay decreto alguno que sea capaz de eliminar la oferta y la demanda en el empleo, como no sea en un sistema totalitario, el cual no es nuestro caso, afortunadamente.
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