Desde hace algunas semanas, enmarcados por los cantos de zenzontles y clarineros, nuestros pensamientos han tendido a entrelazar las noticias de actualidad en el campo político, que siempre evocan los sucesos anteriores que ya no son noticia pero que están encadenados con los nuevos acontecimientos, con los olores, colores y sensaciones que la agonía del verano y el advenimiento de la época lluviosa generan en nuestro entorno.
La prolongada sequía hace que la buena grama tienda a morirse, dejando entrever, aflorando de entre la tierra convertida en polvo, sus desecadas venas, recuerdos de los conductos que llevaban los nutrientes a las ahora inexistentes hojas verdes y la energía solar hacia el resto de la planta, calvas, leñosas, sin aparente vida.
En su lugar han proliferado unas matitas que aparentan ser grama, siempre verdes a pesar de la falta de agua, delgaditas, tupiendo todo espacio posible en su afán de ahogar a las buenas matas para que, cuando venga el agua, no tengan espacio dónde desarrollarse: es el monte que, en su tenacidad, ni arrancándolo de raíz desaparece; un pequeño fragmento de raíz que quede invisible al ojo humano que lo desea descartar es suficiente para que brote nuevamente sin necesidad de cuidado o riego alguno.
Con los primeros cantos de las aves de temporada, los oídos entrenados saben qué esperar. La temporada lluviosa se aproxima y, con ella, la dinámica del jardín, del monte, del potrero, cambia.
Las primeras lluvias pueden llegar exuberantes, en forma de aguaceros tormentosos, o más modestamente, cual llovizna silenciosa que sólo se percibe porque el olor a tierra mojada es espectacularmente sorprendente y delicioso.
El efecto en la Madre Tierra es el mismo: el agua es vida. ¡Vida!, aunque haya personas a quienes les moleste su llegada, especialmente si se mojan directamente o sienten que la humedad interviene con el aspecto de su pelo.
Sin agua no solamente moriríamos sino (caigamos todos en cuenta) no habría comida qué poner en la mesa: ni tomates, ni papas, ni zanahorias, ni carnes, ni lácteos ni frutas ni nada.
Sin agua no tendríamos dinero, pues no habría bienes, de los que produce nuestro país, para exportar, pues las plantaciones de caña, de café, de mini vegetales, de arveja china o ejote francés, todo moriría.
Sin agua no habría trabajo y nuestra vida en sociedad estaría prácticamente colapsada.
El equilibrio del agua es necesario para el desarrollo de nuestras existencias. Un exceso de agua, lo sabemos por experiencias pasadas, es sinónimo de destrucción, de muerte de nuestras cosechas y, también, de personas.
Vemos, pues, que el agua es necesaria y que convierte el paisaje de la época seca en uno lleno de verdes y de abundancia que pueden llevar prosperidad a las gentes que trabajan el campo como al resto de la sociedad.
Así como vemos los campos secos a los que acude el agua de las nubes, así visualizamos el proceso político guatemalteco que, asumimos, podría tratarse del de cualquier otro país.
Para que el campo fructifique, se hacen necesarias las estaciones. En otros países son cuatro; en el nuestro son dos: la seca y la lluviosa. De igual manera, para que el proceso de elección de autoridades no se anegue, hace falta que, como la finalización de la lluvia, se termine de hacer campaña política y, así, cuando se convoque conforme a la ley, el campo esté seco y las lluvias sirvan para darle vida y que todo florezca en determinado momento.
Así como en la época de sequedad lo bueno muere para renacer y la mala hierba no se detiene, los políticos que se respetan a sí mismos, entienden el espíritu y la letra de la ley, también la respetan y, al hacerlo, demuestran que respetan al resto de personas que viven en el mismo entorno, se convierten en seres invisibles, y los malos políticos, cual cizaña, proliferan, volviendo el ambiente, que debiera ser de paz y tranquilidad para la ciudadanía, en un entorno donde la población se siente acosada.
Sin embargo, nosotros creemos que la ciudadanía tiene en sus manos un elemento importante para limpiar, para siempre, ese jardín imaginario que es nuestro proceso político: organizarse para desterrar, para siempre, a la mala hierba de las campañas anticipadas, a la plaga del dinero mal habido para mantenerse gastando en época que debiera ser de paz para todos.
Nosotros creemos que nunca, en la historia política de nuestro país, se habían dado mejores condiciones como para desterrar para siempre a los malos políticos. El enojo de la población para quienes no respetan puede y debe canalizarse hacia un futuro más prometedor donde se nos respete como ciudadanos y se respeten nuestras leyes, que para eso se hicieron.
Estamos convencidos que habrá de venir alguien, como agua de mayo, a revitalizar nuestras instituciones, a convocar a los ciudadanos de bien para comenzar a hacer las cosas de manera distinta y ordenada, a oxigenar de tal manera nuestro apestoso sistema político que no les quede más remedio, en el futuro, si quieren llegar a gobernar, que respetar a la gente y a su entorno natural.
Guatemala está lista para ser gobernada por políticos que entiendan y defiendan a la ciudadanía y para ponerle un alto a los abusos que algunos malos políticos cometen.
¡Que viva el agua! ¡Que viva la vida sin que nos molesten! ¡Que viva Guatemala!
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