Hoy recibí en mi bandeja de correo una comunicación alusiva a la festividad del Día de la Madre que, mañana 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción según el santoral de la Iglesia Católica, se celebra en Panamá.
La humanidad, desde hace milenios, reconoce el valor de la madre. La festejaban los antiguos griegos al hacerle ofrendas a Rea, la madre de Zeus, de Hades y de Poseidón, festividad que fue posteriormente copiada por los romanos, quienes celebraban tres días de fiesta en el templo de Cibeles, la diosa de la Madre Tierra que se ha hecho tan famosa hasta nuestros días en virtud de la estatua que la conmemora en el centro de una famosa fuente de la ciudad de Madrid.
Posteriormente, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, surgieron sendos movimientos para honrar a la madre y, especialmente la ciudad de Boston en este último país, resaltando su figura como un símbolo de paz, ya desde el último tercio del siglo XIX.
Posteriormente fue creado el Día Internacional de la Mujer, de tal manera que casi todos los países celebran, a su manera, el día de la madre, unos con el inicio de la primavera, otros, el día que se conmemora la Inmaculada Concepción de la Virgen María, otros el 8 de marzo, el día internacional dedicado a la mujer, otros el 10 de mayo, otros el segundo domingo de mayo y varios países con fechas tan disímiles unos de otros, que pareciera no haber conexión alguna, pero casi todo el mundo civilizado ha coincidido con dedicarle un día a las madres.
Las diferentes culturas han destacado el papel femenino desde prácticamente los orígenes del conocimiento, y la manera de destacarlo, presumo, ha sido elevar a nivel de adoración, en algunos casos, esa figura, tal como sucedió con los griegos, los romanos, el cristianismo y otras culturas; o destacando los caracteres de sencillez y de grandeza y, a su vez, aprovechando la admiración y el cariño puro que cada hombre siente por su progenitora, a partir del siglo XIX y hasta la fecha.
La concepción actual que debemos tener de una madre, al conmemorarse su día, sea el día que fuere y en el país que se lleve a cabo, es el amor incondicional, la entrega voluntaria y total, la abnegación hasta el cansancio y, a veces, hasta el sacrificio, que un ser especialmente dotado tiene para con sus hijos. Eso, consideramos, es símbolo de paz.
Sin embargo, los últimos años hemos podido ver cómo nuestras sociedades van cambiando. No me refiero solamente a las madres trabajadoras y ejecutivas que dejan de ser la imagen paradigmática de la madre de hace 50 años, ocupada de labores del hogar. No.
Me refiero, especialmente, pero no únicamente, al fenómeno que, durante los últimos años, viene incrementándose, con el espantoso asesinato de mujeres, lo cual se ha convertido, en algunos de nuestros países, en un tema recurrente que aflige verdaderamente.
También se ha incrementado el conocimiento de hechos de violencia física y de maltrato en contra de mujeres, especialmente madres, que muchas veces son asesinadas y, cuando sobreviven, de todos modos han sufrido esa violencia física que, de alguna manera, tenemos que erradicar de nuestras comunidades.
El resultado de unos y otros actos, generalmente cometidos por hombres ignorantes, pero no exclusivamente, es la orfandad o el trauma emocional de menores y, además, cuando esos menores tienen abuelas, una injusta carga de trabajo para otra madre que ya merece descansar un poco, o unos niños en manos de instituciones del Estado.
De una u otra forma, ese símbolo de paz de la humanidad está bajo asedio, y es urgente que quienes comprendemos estos fenómenos sociales, proveamos la manera de ir desarticulando esta enfermedad de nuestras sociedades.
La violencia de género tiene que ser reprimida con firmeza. Detener la violencia de género es darle a millares de niños la oportunidad de vivir su niñez y de ser, mañana, mejores hombres que sus propios padres.
lunes, 7 de diciembre de 2009
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