Jamás he escuchado a un político hablarnos del más significativo de nuestros símbolos patrios, el escudo nacional.
Promulgado según decreto del 17 de agosto de 1871, recién finalizada la guerra librada por Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios para hacerse del poder, en un proceso político que también es conocido como la Revolución Liberal, bien vale la pena desarmarlo mentalmente para analizar el significado de los diferentes símbolos que contiene.
Podemos comenzar por el pergamino que contiene la leyenda alusiva a la fecha de nuestra independencia de España, la cual es encabezada por la palabra "libertad", ese concepto que puede ser político, social, antropológico, teleológico, psicológico o filosófico, pero que en la práctica parece ser una declaración lírica que no llega a cuajar, pues efectivamente nos separamos administrativamente de España pero, acosados como vivimos, no podemos asegurar que gozamos de un ámbito de libertad que nos permita aspirar a elevar nuestro espíritu por encima de consideraciones materiales que, hoy por hoy, nos atan.
Esta leyenda se supone que debe estar consignada en letras de oro, dando a entender la valoración, casi sagrada, que debe atribuírsele, mas, en la práctica, hemos podido observarla en negro, en rojo o en azul.
Sobre el pergamino, en posición privilegiada, viendo hacia la izquierda, se encuentra el ave símbolo de Guatemala, el quetzal, símbolo también de libertad para recalcar las aspiraciones de los creadores del escudo, sólo que ésta ligada a la leyenda de Tecún Umán, razón por la cual podríamos decir que representa otro tipo de libertad, la del indígena, que tampoco ha llegado y sigue siendo una quimera, pues atados como están por razones económicas, educativas, sanitarias, etcétera, tampoco puede decirse que han logrado emanciparse.
Otros elementos importantes son los rifles, con bayoneta calada, que se entrecruzan, los cuales representan, no lo tengo claro, o la disposición de sus súbditos de defender al país, o la voluntad de defenderse ella misma, la patria, de las amenazas. Sea de una u otra manera, está visto y comprobado, con la vida que vivimos, que hay amenazas internas de las que no nos hemos podido defender, como los malos gobernantes y violadores de sus juramentos de defender la Constitución y las leyes, o externas, como el narcotráfico, las bandas de delincuentes organizados que provienen de otros países, especialmente centroamericanos, o esa mezcla de acreedores pro consulares, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que entre las actuaciones ilegales de unos y las enmarcadas dentro de la legalidad de los otros, es nuestro ámbito libertario el que sufre y se restringe.
A la sombra de los rifles entrecruzados también se cruzan un par de sables desenvainados que representan el honor, esa cualidad que parece haberse perdido por parte de quienes administran fondos públicos, de quienes negocian el futuro de la patria desde el Congreso de la República o de quienes, desde sus despachos, prevarican al administrar la justicia, al manipular la información y confundir a la opinión pública, al fabricar pruebas o esconder evidencias, al coludirse para nombrar al mafioso en el puesto clave, al sobrevalorar la medicina sin importarle la muerte de quienes no pueden ya ser atendidos por falta de recursos, al negociar con los alimentos de los niños que se educan, de los presos que sufren o de los enfermos que convalecen. ¡Por donde veamos, el honor al que nos referimos se ha perdido!
Ahora viene lo más triste. Todo el escudo viene enmarcado en dos ramas que forman una corona de laurel, esa que instituyó hace unos dos mil años el emperador César Augusto como símbolo de victoria y que, cuando se elaboró originalmente el escudo, simbolizaba, quizás, la victoria de la mencionada Revolución Liberal y que, ciento y pico de años después, en términos generales, debería simbolizar la victoria de la patria al sobreponerse a las adversidades, la victoria de la nación guatemalteca al erigirse educada, culta, sana y feliz, pero bajo las circunstancias en que vive la generalidad de la población, al saber a la patria más endeudada y comprometida que nunca, al ver a sus instituciones corruptas, inútiles, y que es común de hablar, si no ya de un Estado fallido, sí de un Estado que no llega a donde debe llegar. Entonces, ¿cuál es la victoria? ¿de qué estamos hablando al evocarla?
Cuando el escudo de armas, además, está enmarcado por la bandera nacional, sobre la franja blanca de las tres que tiene, podemos agregar que las bandas azules de la misma representan, por un lado, el techo azul del cielo y el fondo del océano, pero por el otro, el océano pacífico y el mar caribe que forman nuestros límites hacia arriba y al bajar la vista, nuestras costas, fronteras donde se pierde la vista en el horizonte.
Luego, al tener en mente el concepto global de nuestro escudo de armas, entendemos claramente que la patria reclama unas metas que no se han cumplido, tanto en lo material como en esa escala de valores que hace tiempo fue fijada en el ideal del imaginario colectivo.
No hace falta que sea el "mes de la patria", como le llaman a todos los septiembres, para pensar en élla, en lo que es, en lo que representa y en lo que le hace falta.
Sus mejores hombres y mujeres deberían reaccionar a esta simbología que marca con precisión una ruta que debemos emprender.
No hay honor si no hay victoria, y esta no se logra si no se lucha y se vence, y si se vence sin honor la victoria no es completa, de modo que es imprescindible que tengamos claro que, para rescatar a Guatemala de las garras perversas en las que ha caído, desde la Presidencia de la República para abajo, con muy contadas excepciones en el servicio público, no basta quedarse en casa criticando. Hay que dar la cara, organizarse, salir a decir lo que se piensa, participar e involucrarse en la gestión de lo que es de todos.
Hoy no es suficiente cantar "Nuestros padres lucharon un día...", uno de los versos de nuestro himno nacional. Hace falta, para una patria y una nación que trata de sobrevivir, que sus mejores elementos luchen hoy día con las armas del conocimiento, de la educación, de la experiencia, de la hombría de bien, de la dignidad, de ese honor perdido que vale la pena recuperar, y así, de viejos, podamos sentirnos satisfechos cuando la niñez cante nuestro himno, pues habremos luchado "...encendidos en patrio ardimiento".
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