miércoles, 30 de julio de 2014

LOS FONDOS BUITRES DE LA DEUDA ARGENTINA. LECCIONES PARA LOS PAÍSES DEUDORES

     Nos ha parecido curioso que nadie que hayamos leído o escuchado en los canales internacionales de noticias, acerca de la sentencia dictada en Nueva York que obliga al gobierno argentino a pagar parte de la deuda contraída, lo haga, ya no digamos con la verdad, sino con sentido común.

     Todas las notas hacen ver al juez que la dictó como el malo de la película, a los tenedores de los bonos que demandaron judicialmente el pago y que ganaron el juicio, como los "buitres", y al gobierno argentino como la víctima porque hubo gente que no se quiso plegar a la "negociación" tan buena para ellos que se hizo años atrás.

     Comencemos por decir la verdad más grande: aquí, la única víctima que existe, es el pueblo argentino que, hemos visto durante décadas, no sólo paga impuestos sino que ha sido esquilmado por procesos inflacionarios absurdamente perversos que han minado su poder de compra, por una megalomanía de su clase dirigente (que incluye presidentes, ministros, directores generales, alcaldes, diputados y una pléyade de funcionarios inútiles donde sabemos que alguien habrá de salvarse pero no lo conocemos todavía) que, con una corrupción enquistada en la médula de su sistema político, no ha sido capaz de sacársela de encima y los sigue acarreando y cargando gobierno tras gobierno.  ¡Desde aquí mi solidaridad para con la gente de a pie que tiene que sufrir a estas lacras!

     Comencemos también por decir otra verdad de perogrullo: las deudas se contraen para pagarse.

     ¿Cómo sería un mundo donde toda persona individual o jurídica que contrajese una deuda lo hiciese con el ánimo de manipular las cosas, extorsionar a sus acreedores y, finalmente, no pagarles o pagarles sólo la parte que le venga en gana?

     ¿Habría un banco interesado en prestarle dinero? ¿Habría un almacén dispuesto a darle crédito para comprar el más sencillo electrodoméstico?

     ¿Se puede imaginar un mundo donde el "fiado", las entregas "en consignación" y las tarjetas y cartas de crédito no existan y toda compra deba hacerse estrictamente al contado? 

     Imagínese un mundo sin cheques, por temor a que no se lo paguen al llegar al banco porque el librador giró orden en contrario o porque el banco pagador se pone a negociar con Ud. cuánto él desea pagarle a Ud. del monto original.

     Pues esto es lo que sucede con la deuda argentina, que en años pasados fue creciendo y creciendo, por irresponsabilidad de ese puñado de políticos de turno que hemos mencionado, al contratarla, hasta que llegó alguien que quiso pasarse de listo y pagar solamente un porcentaje de la deuda total, olvidándose que los primeros políticos, aquéllos que contrataron la deuda, en un afán por lavarle la cara al negocio y por darle tranquilidad a los inversores de aquel momento, le dieron vida a las emisiones de bonos, esos que hoy no quieren pagar, bajo el amparo de leyes de otro país, en este caso de Estados Unidos de América, específicamente las leyes de Nueva York, que es un centro financiero mundial que inspira confianza.

     Anoche, en un noticiero internacional, vimos y escuchamos las declaraciones de la presidenta argentina Cristina Fernández en las que dice: "no queremos que nadie nos regale nada"; lo cual es una gran falacia porque, si no está en disposición de pagar la deuda que el gobierno que hoy representa contrató con garantía soberana (pensemos por un momento sobre la profundidad que esto conlleva, pues hablamos del honor de nuestra patria), y que seguramente recibió en su totalidad, ejerciendo presión para no cumplir lo que cada título representativo de esa deuda señala en letras y en números, lo que efectivamente desea es, precisamente, un regalo.

     Sacarle las cuentas a los tenedores actuales de esos títulos, del valor en que compraron y lo que ganarían ahora, tratando de forzar otra "negociación", pero no sacarse las propias cuentas de lo que han dejado de pagar a todos los acreedores que confiaron en la solvencia del país y se espantaron cuando los amenazaron que o aceptaban o no les pagaban nada, es, sumado a lo anterior, doblemente inmoral.  ¿Quién es el verdadero buitre de este entuerto?  Es la ciudadanía argentina la que debería sacarle las cuentas a sus gobernantes de en qué se gastaron el dinero, a qué cuentas fue a parar y, especialmente, cuál es el daño que le han hecho al entorno de negocios del país entero.

     De lo que estamos seguros es que no fueron los acreedores quienes se pusieron de acuerdo y fueron a Argentina a endeudarla.  Fueron los políticos del gobierno los geniales creadores de las emisiones de bonos y de gastar y despilfarrar la plata, y fueron los técnicos y diputados los que aprobaron la deuda: otros políticos.  Se trata de influenciar la opinión pública en el sentido que quienes quieren recuperar su dinero son buitres, pero la verdadera carroña proviene de otro origen, qué años que se dio y todavía apesta.

     ¿Por qué elevamos nuestras ideas con indignación al respecto? 

     A mediados de la década de 1990 surgió una iniciativa del Banco Mundial, BM, encaminada a aliviar la deuda de los Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC, por sus siglas en inglés). Honduras y Nicaragua, en Centroamérica, calificaban para aplicar a este programa que les reduciría la enorme carga que tenían por servicio de la deuda, y se suponía que esto no sería gratis, pues también había unas condiciones que los países beneficiarios deberían cumplir.

     Nosotros conocimos de cerca esta iniciativa cuando, en febrero de 1996 nos incorporamos al directorio del Banco Centroamericano de Integración Económica, BCIE, el Banco de Desarrollo Regional de Centroamérica.

     En algún momento, antes de finalizar el milenio pasado, Honduras y Nicaragua finalmente fueron parte de este alivio de deuda que nunca pareció una extorsión, pues no provenía directamente de los países deudores sino de la banca multilateral, y han pasado suficiente años como para que no mantengamos frescos los detalles.

     Sin embargo, hay varios elementos que vale la pena recordar. Uno de ellos es que los beneficiarios no podían volver a contratar deuda como no fuese en términos preferenciales, lo que se entendía con largos períodos de gracia e intereses que no pasaran del 2% anual.  

     Otro, la parte más dolorosa de la HIPC, es que los grandes bancos multilaterales, el BM, el Fondo Monetario Internacional, FMI, y el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, especialmente, involucraron en ese alivio de deuda forzoso al mismo BCIE, lo que significó que los demás socios del banco, especialmente los países fundadores como Guatemala, El Salvador y Costa Rica, que han mantenido su disciplina para endeudarse y que también son países pobres y con grandes necesidades, tuvieron que pagar las piñatas que se habían roto en los patios de sus vecinos y correr con los costos del alivio de deuda de Honduras y de Nicaragua.

     Fue tan injusto el trato que se le impuso al BCIE en contra de los otros países pobres de la región, que la propuesta de que se aliviara la deuda de estos dos países a cuenta de su capital accionario, que a la larga tampoco los habría afectado, no se aceptó, por lo que hoy continúan en calidad de socios con los mismos porcentajes que los demás.  Es más, por lo que observamos hoy día, ni siquiera la limitación para volverse a endeudar parece estarse cumpliendo.

     De modo que estamos familiarizados con lo injusto de estas condonaciones a cargo de otros y a entender cómo una acción de un país, por no pagar su deuda, le puede afectar a otro, especialmente si es el tuyo.

     ¿O somos tan ingenuos de no darnos cuenta que la irresponsabilidad de los políticos argentinos le afecta a todos los demás países latinoamericanos por el riesgo que implica meterse a financiar proyectos en una región en donde los compromisos no se honran?

     Estamos seguros que la iniciativa privada argentina, con ese trato peculiar de sus autoridades para con quienes han confiado e invertido en su país, financiándolo, o llegado a operar proyectos que luego le son arrebatados, como le sucedió a una empresa española, han sentido en carne propia cómo se les han cerrado las puertas para el financiamiento privado, pues el "capital" es ingrato (realmente quienes lo manejan) y suele no hacer distinciones entre el empresario que produce en un país y las autoridades de ese país.  Ni siquiera, insistimos, entre países de la misma parte del mundo.

     Por eso hemos sostenido en este espacio, desde hace años, que el desempeño personal de las autoridades y no sólo el marco legal de un país, hace que las cosas funcionen debidamente o se conviertan, paulatinamente, en un caos generalizado.

     Sabemos y entendemos de esa cláusula que se dio, en medio de las negociaciones anteriores para no pagar la totalidad de la deuda, que le permiten a los tenedores con quienes se negoció, optar por un mejor trato si a alguien más se le paga mejor que a ellos: la cláusula RUFO.  Como lo vemos es que fue un riesgo que se corrieron las autoridades argentinas, en esa oportunidad, con tal que los tenedores aceptaran una más que forzada negociación, y perdieron.  Así como los inversionistas compraron unos bonos que el gobierno que los emitió se encargó que valieran igual que la basura, corriéndose a su vez su propio riesgo, y ganaron.

     La mejor elección que pueda haber de todo esto es que Argentina pague lo que debe.  Sus reservas internacionales en dólares de los Estados Unidos de América se lo permiten, por un lado, pero por otro está el respeto a lo que dice un bono, respaldado por las leyes de Nueva York.  ¿Por qué? Porque detrás de esa elección está la lección: ¿Quién querría invertir, en adelante, sobre la emisión de cualquiera otro de nuestros países, si ni siquiera en Nueva York se respeta lo que en esa ciudad y bajo el amparo de su legislación se suscribió?

     No creemos que los neoyorquinos permitan que su plaza, una de las más importantes y serias del mundo para hacer negocios, sirva a politiqueros del tercer mundo, que así nos ven, para montar nuestros propios esquemas de enriquecimiento ilícito.

     Además, si quienes han gobernado Argentina y lo siguen haciendo no tienen palabra de honor, es su problema.  Nosotros abogamos por que los contratos, las emisiones de deuda, el marco legal y hasta la palabra dada, se respeten.

     El gobierno argentino le haría un inmenso favor a su ciudadanía productiva no dándole más vueltas al asunto, pasando página y dedicándose a construir una nueva etapa de la mano de los empresarios que arriesgan, de los trabajadores que la sudan duro para llevar sustento a su familia, y especialmente por ese clima de negocios que hoy no es propicio para invertir y para generar más empleos.  En el fondo todos sabemos que ese dinero lo deben.

     Además, las sentencias no se negocian.  Se cumplen.

     

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