El mundo en el que crecí era bipolar, en el sentido que las dos grandes superpotencias mundiales posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos de América, por un lado, y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por el otro, al enfrentarse en esa guerra fría (que en Centroamérica fue caliente), se mantuvieron más o menos contenidas, la una a la otra, durante décadas, con algunos intentos de avanzar hacia territorios de influencia del otro, como el caso de Cuba, que no quedó en el intento sino en un verdadero avance soviético, o el crecimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte bajo las protestas socialistas, por el otro.
Ahora que se ha conmemorado el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, paradigma de ese enfrentamiento sordo al que me he referido, me he puesto a reflexionar cómo, en los últimos años, el posicionamiento político de los diferentes países ha venido cambiando.
El derrumbamiento de la URSS rompió el esquema bipolar, dejando por algunos años como superpotencia mundial, casi con exclusividad, a EEUU, pero eso, con el tiempo, ha venido modificándose con el aparecimiento, uno tras otro, de nuevos actores.
Por un lado está la Unión Europea, que de ser una asociación de dos países, Alemania y Francia, puestos de acuerdo acerca del uso común del carbón y del acero (fundamentales, ambos, para fabricar armamento), pronto se convirtió en la Comunidad Europea (que durante mucho tiempo tuvo 12 socios) y ahora, con 23 países miembros y luego de la aprobación del Tratado de Lisboa, no sólo se enfila hacia la elección de la primera persona que haya de ser el Presidente de Europa sino, con una moneda única, fuerte y reconocida ya en todo el mundo, se convierte en la primera potencia económica del mundo, produciendo un peso político fenomenal que se verá incrementado en la medida que comience a funcionar, además, el servicio diplomático europeo, previsto de unos 6000 funcionarios alrededor del mundo.
Por otro lado, el despegue de China en el aspecto económico, que la ha llevado, además, a efectuar algunas reformas políticas, de las cuales considero de vital importancia la renovación de algunos cuadros, importantes ya por su número, del Partido Comunista, lo que ayuda a pensar que todas esas reformas políticas y económicas que ha efectuado tienden a ser irreversibles y a profundizarse (especialmente con lo que le falta, las reformas sociales); teniendo las reservas monetarias internacionales más grandes del mundo (China es, entendemos, el ahorrante número uno de EEUU), le confiere un peso específico impresionante, especialmente tomando en cuenta su gran mercado potencial de alrededor de 1600 millones de personas (de las cuales sólo alrededor de 1300 millones existen oficialmente, según entendemos también).
Paralelamente, no podemos dejar de mencionar que EEUU, lejos de aprovechar esos años en que, en solitario, fue la superpotencia del mundo, ha menguado su capacidad de influir en el mundo, como no sea contagiando al resto de la comunidad global de sus problemas internos, como la última crisis financiera, la cual evolucionó en crisis inmobiliaria y en crisis económica, en general. Las guerras más largas de su historia republicana, la de Afganistán y la de Irak, y por mucho, además, las más costosas, no le han ayudado cuando de influir en otros temas globales se trata.
Los países productores de petróleo, en su conjunto, tienen algún tipo de influencia en el mundo a través de sus simples decisiones de subir o bajar la producción, lo cual se traduce en que haya más abundancia (oferta) o más escasez de crudo y, por ende, que éste valga más, porque no hay tanto como antes, o menos, porque en el mundo hay más del que se puede consumir. Lo anterior influye en los flujos de capitales; y los países que no son productores y que, además, deben comprar moneda dura para pagar esas facturas, son los más susceptibles de ser influidos por este tipo de decisiones tipo cartel.
Ahora bien, en nuestro hemisferio, tradicionalmente de gran influencia estadounidense, las cosas no son como antes y es evidente el surgimiento de nuevos actores.
Es evidente que Venezuela tiene ya varios años, a través de la enorme influencia que da el dinero del petróleo, de venir ejerciendo gran influencia sobre varios países latinoamericanos, comenzando por aquellos que ya tenían gobiernos ideologizados de izquierda como Cuba y Bolivia, para seguir, después, influyendo para que personajes, también de izquierda, vayan asumiendo el poder en otros países, como efectivamente ha pasado en Ecuador, El Salvador, o puede suceder, como en Uruguay, o se mantengan en él, como se pretendía hacer en Honduras, se está tratando de hacer en Nicaragua y, de manera subrepticia, también en Guatemala.
Podríamos discutir, en esta parte de mis reflexiones, si la actuación pasada y presente de Venezuela es geopolítica, estrictamente hablando, o injerencia en los asuntos internos de otros estados. Lo que sí es seguro es que la sola noticia del descubrimiento reciente de una reserva extraordinaria de barriles de petróleo en su territorio, hace que el peso específico de Venezuela pese más cada día.
Una manera de observar cómo se está orquestando este reordenamiento será el nombramiento o reelección del Secretario General de la OEA, actividad que viene dándose desde hace tiempo, girando muchas cosas alrededor de los designios de Caracas, circunstancia que también ha afectado el comportamiento del organismo regional no sólo en la injerencia en asuntos de Honduras, que motivaron hasta su expulsión temporal, como el levantamiento de anteriores medidas, por antidemocrático, hacia el régimen cubano, sin que haya habido mejora alguna en ese contexto.
Además, cuando el Presidente Hugo Chávez habla de prepararse para la guerra con Colombia, hay que pensar bien acerca de lo que está pasando en ese país y de cómo un mal líder en un país influyente, geopolíticamente, puede llevar al caos a todo un continente y a sus instituciones de integración.
No podemos dejar de mencionar a Cuba como eje político, un caso especial que, no teniendo recursos económicos como los demás debido a las décadas de un sistema que no está diseñado para producir, pero que, ante los ojos de algunas naciones, no sólo es respetada sino elevados los designios del viejo dictador a nivel de oráculo. En ese orden de ideas podemos pensar que hoy, en su vejez, Fidel Castro puede que tenga mayor influencia real a nivel de política efectiva que la que anteriormente tuvo como modelo de inspiración de la juventud revolucionaria de los años 1960's, 1970's y 1980's.
En América Latina, por otro lado, tradicionalmente hubo una fuerte influencia geopolítica de México, paladín, a través de la Doctrina Estrada, del respeto mutuo entre los Estados, especialmente en lo concerniente a los asuntos internos de cada quien y a su soberanía. Sin embargo, después de 70 años de mantener su tésis, la misma fue descartada en el año 2000 y, con ello, la estrella de México en la geopolítica latinoamericana declinó o, por lo menos, lo ha venido haciendo paulatina pero sostenidamente.
Hoy, la injerencia de la cancillería brasileña en los problemas internos de Honduras, actuando al margen de los dictados de la ONU y de la OEA, organismos de los cuales es parte, hace pensar que, geopolíticamente hablando, ha surgido un nuevo actor, Brasil, lo cual nos hace pensar que la influencia política va de la mano del crecimiento económico y del bienestar. Es como si los países, siguiendo la pirámide de Maslow, tuvieran el tiempo, la ocasión, la oportunidad, las fuerzas para pensar en cómo actuar para influir en el futuro de sus relaciones para con los demás países, mientras que las naciones pobres están inmersas en sus propios problemas de subsistencia y no tienen tiempo más que para ir, en el día a día, apagando incendios internos.
Hace algunos años hubiese sido impensable que Brasil incursionara, en un área de influencia cercana a México, de la manera que lo ha hecho en el caso de la crisis hondureña que desató el expresidente Manuel Zelaya. Hoy, el vigor de su economía y la confianza en un provechoso porvenir les permite a los brasileños incursionar en esferas de influencia que, antes, no habían recorrido.
De todos modos, es de darse cuenta que estamos viviendo una etapa de transición. Las transiciones políticas, más cuando se dan entre naciones, pueden durar años, lustros, décadas, siglos. Esta etapa ha comenzado pero no sabemos cuándo terminará, si terminará o por dónde, dentro de su evolución, nos encontramos.
Lo importante es, por el momento, entender que hay fuerzas que se están acomodando; unas porque pierden impulso, otras porque tienen mayor empuje y desean ocupar espacios.
martes, 10 de noviembre de 2009
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Con las disculpas para mis apreciados lectores, en virtud de habérseme escapado la influencia política, en América Latina, de Irán, a través de Venezuela, lo cual puede, por el momento, hacernos pensar en cambios religiosos paulatinos en el Cono Sur, así como la posibilidad de nuevas controversias con la posible instalación, en este mismo país, de la primera planta enriquecedora de uranio al sur del Río Bravo. Ojalá y me equivoque.
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