domingo, 7 de febrero de 2010

EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD, O SE FORTALECE O SE DEBILITA

No es mi deseo cansar a mis lectores con cuestiones epistemológicas o filosóficas acerca de la legitimación de la autoridad, pero sí debemos reconocer que hay, alrededor del ejercicio del poder, de cualquier tipo de poder, cierto sentido de obediencia tácita, es decir, sin necesidad de recurrir a coacción alguna, media vez existe, también, cierto consenso entre la población acerca de aceptar el ejercicio de dicha autoridad.

Esto se da desde el agente de tránsito hasta el mismo Presidente de la República, pasando por cualquier tipo de servidor público o de autoridad privada.

Sin embargo, hay características de este ejercicio de la autoridad que son dinámicas, cambiantes, y que al ser percibidas por esa población con quien suelen tener contacto, quienes supuestamente deben obedecer a dicha autoridad, tenderán a fortalecer su posición o a denigrarla, afectando, entonces, el entorno de gobernabilidad, tanto para bien como para mal.

A través de este ensayo trato de demostrar que el principio de autoridad al cual me refiero no es estático, depende de muchos factores que pueden, para ser prácticos, dividirse en dos: los factores que emanan de la autoridad y los factores que percibe la población.

Dentro de los factores provenientes de la autoridad podemos mencionar, en primer lugar, la consistencia de pensamiento de la persona que ejerce o pretende ejercer dicha autoridad. Eso está íntimamente ligado con la manera como lo perciba la población, si apegado a la verdad o mentiroso. Sin pensarlo mucho puedo asegurar que cualquier población tenderá a denigrar el grado de respeto a una autoridad constituida que miente. Ése ha sido, considero, uno de los grandes problemas de gobernabilidad de Guatemala.

En la medida que la autoridad se aleja de la verdad, que también tiene su escala hasta llegar a la desfachatez, en esa misma medida se pierde cualquier posibilidad de encausar, voluntariamente, a una población, hacia un fin determinado. En la medida que esa aguja imaginaria va pasando de mentira leve a mentira grave, y de esta última a desfachatez, en esa medida no sólo se deja de hacer caso a la autoridad constituida sino se comienza a adversarla voluntariamente.

El tema de fondo de tales faltas a la verdad también está relacionado con el grado de animadversión que causan en la población. Por ejemplo, en este país, mentir sobre una relación amorosa extramarital, podría ocasionar pocas consecuencias políticas o del ejercicio de la autoridad, contrario a lo que podría suceder, por ejemplo, en Estados Unidos. Pero cuando la mentira tiene que ver con algún tema que, de alguna medida, le afecte a la persona que en determinado momento tiene que obedecer a esa autoridad que se aleja de la verdad, en esa misma medida se tornará contrario a seguir los designios que se le mandan.

No sólo las declaraciones contradictorias o alejadas de la verdad desgastan a la autoridad. Otros ejemplos de desgaste son las indecisiones para ejercerla; los resbalones en decisiones equivocadas que producen otro tipo de toma de decisiones hasta que se va medio arribando a lo que, desde un principio, debió haber sido (el ejemplo de las varias que se tomaron con relación al color de los chalecos para motoristas, puede servir acá); las decisiones que sirven para tratar de encubrir actos de corrupción o los actos de corrupción, en sí, son totalmente desgastantes.

Por el otro lado, como explicamos, está la manera como las actuaciones de la autoridad son percibidas por la población. Hoy día, los medios de comunicación llegan mejor que nunca en la historia de la humanidad a todos lados, sea por información escrita, radial, televisiva, por internet, por mensaje de texto; hay tantas maneras de estar informado que la autoridad debe estar consciente que todas sus actuaciones, conforme pasa el día, están siendo percibidas de una u otra manera, y en la medida que las mismas son bien percibidas o no, en esa medida la población se encuentra dispuesta a apoyar o a adversar cualquier medida que se proponga.

El ejemplo de los chalecos para motoristas nos vuelve a servir. Por lo menos, yo siento que dicha medida, aunque legal, ha sido de las menos respaldadas por la ciudadanía en los últimos tiempos, especialmente porque gran cantidad de familias se vio directamente afectada, y los que no lo fuimos, jamás fuimos convencidos que con dicha medida se iba, como se prometía, a frenar la violencia ejercida por sicarios desde ese medio de transporte.

No puedo dejar de pensar en todas las familias enlutadas por la muerte de pilotos de transporte y sus ayudantes, y siento pena por todos ellos, así como por quienes todavía trabajan en dicha actividad y siguen arriesgando sus vidas, pero con sólo ver los índices de muertes, en este sector, en lo que va del presente año, se puede entender la inutilidad de dicha medida y cómo la población, con más sentido común que las autoridades, así lo percibió desde un principio.

Ahora bien, cuando en un país tenemos gobernantes despistados que parecieran no entender los temas de fondo del país; cuando la percepción de la ciudadanía es que la autoridad constituida no es quien manda sino otra persona; cuando el ejercicio del poder se traslada, prematuramente, al candidato oficial, todo lo anterior aunado a la falta de apego a la verdad y a los trastumbos hasta para el nombramiento del equipo más cercano de gobierno, el principio de autoridad tiene que estar sumamente debilitado.

Lo invito a que haga un ejercicio mental acerca de las declaraciones que han dado sus autoridades en los últimos dos años, y que arribe, solito, a determinar si su Presidente, si el Alcalde de su localidad, si el Diputado de su distrito, han sido consistentes en sus declaraciones como candidatos, como autoridades en ejercicio del poder, si han sido apegados a la verdad aunque tengan, a veces, que pedir disculpas, y si han dado muestras de experiencia, de saber hacia dónde van, fortaleciendo o debilitando el ejercicio de su mandato.

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