martes, 23 de febrero de 2010

LA PICARESCA Y LA POLÍTICA CRIOLLA

Los españoles llegaron a Centroamérica en 1524. Apenas unos 30 años después, con la publicación anónima del Lazarillo de Tormes, nacía el género de novela que, con el tiempo y la aparición de El Buscón, Guzmán de Alfarache, El Diablo Cojuelo y otras tantas novelas menos conocidas, dio en llamarse picaresco.

No eran tan sólo novelas costumbristas, es decir, que narraran el tipo de vida de la época; eran parodias de las realidades de la vida social en donde el protagonista siempre era un pícaro, proveniente, en términos generales, del bajo mundo, normalmente huérfano o descendiente de padres o familiares de dudosa hondarez que, en aquella época de aventuras de hidalgos y de caballería, hacía de una especie de héroe de lo ridículo, de lo mordaz, o de antihéroe, si se quiere, toda vez que la narración de sus peripecias tendía a resaltar la manera como solía salirse con la suya el protagonista mediante argucias y métodos no sólo poco ortodoxos sino reñidos con los altos principios morales y éticos.

Jugarle la vuelta al ciego para robarle el sustento diario era totalmente permisible, como lo era saltarse una tapia y disfrutar de las mejores delicias que una dama de alta alcurnia podría brindar a un amante, sólo que resultaba no ser el amado amante sino el vulgar y sucio protagonista, usurpando calidades aprovechando la obscuridad de la noche y el descuido de guardias y criados.

Este género literario nació espontáneamente dentro de la sociedad española, y como una real maldición ha traspasado los limitados márgenes de la comunicación escrita para incrustarse en nuestra vida política nacional. Pensando que fue una manera de manifestarse quienes en el siglo XVI tenían vocación de escritores, ha logrado traspasar los umbrales del tiempo y resucitar, en carne y hueso, en las actitudes de políticos de actualidad, cuyas agendas parecieran ser, más que salidas de uno de esos viejos libros, algo así como el reafianzamiento de las bajezas humanas que los artistas de la pluma advirtieron y de las cuales quisieron burlarse, divirtiendo, a su vez, a varias generaciones de lectores.

El género literario picaresco, debemos advertir, es propio del idioma español, del idioma que la sociedad española de ese siglo XVI trajo a América y, con él, pareciera que las características humanas de las cuales hace burla.

Sí. Porque voltea uno a ver por cualquier lado y, ¿qué encuentra uno? Pícaros. Y pícaras. Pero eso no es todo. En esta novela picaresca posmoderna que llamamos realidad política nacional, en la mayoría de países hispanoamericanos, está ahora nutrida desde muchas partes, pero la más peligrosa es la que hace de modernos lectores, los conciudadanos, que en nuestra idiosincracia tendemos a premiar precisamente al pícaro, al que la hace.

La tendencia popular no es a aborrecer al funcionario ladrón, sino a alentarlos a que roben pero que hagan algo. Igualmente podemos decir del apoyo popular para quienes, flagrante y reiteradamente, violan la ley, roban, esconden información, son poco transparentes en la utilización de los recursos, etcétera, pues es inverosímil ver a las grandes masas apoyando a este tipo de personajes, premiando el hecho de que no los puedan agarrar en lo que todos sabemos que están haciendo.

España, afortunadamente, logró superar en gran medida a los pícaros vanagloriados en el pasado a través de siglos de publicaciones populares, y hoy tiene políticos que se equivocan pero que no podemos, en general, tildar de pícaros. Pero lastimosamente no es lo mismo lo que podemos pensar y decir de la generalidad de políticos de nuestra querida América Latina, por más que haya unos cuantos gobernantes que, por el momento, se libren de tal calificativo.

Necesitamos que los niveles de educación de la población se eleven muy por encima de donde hoy se encuentran para que la gente común y corriente deje de sentirse heredera de las hazañas de los pícaros de la actualidad que, como dije, son algunos políticos, no todos, y mucha ciudadanía que les permite y los acompaña.

Esa sintomatología del espíritu nacional de nuestros países merece una mejor perspectiva.

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