Para actuar en política hay que tener una visión del mundo. Para gobernar, tuvo que haberse actuado, previamente, en política, pues es el único medio de acceder a manejar los hilos del poder.
Es decir, un gobernante que sabe a dónde va y utiliza su corto período de ejercicio del poder en beneficio de la población gobernada y de su país, es aquel que tuvo años de preparación, lo cual implica un debido y honrado esfuerzo académico y una buena dosis de experiencia en el campo, además de, por supuesto, un corazón limpio, un respeto por los demás, una valoración de la buena fe.
Lo que vemos en varios países de la región, especialmente en Guatemala, con todos los problemas de ingobernabilidad que acarrean la indecisión, la falta de cultura jurídica que les hace dar reveses consuetudinariamente, la campante corrupción que denota una falta de amor por la patria y un sinnúmero de diferentes circunstancias, que ya se cuentan por centenas, que nos hacen pensar que no hubo ni una buena preparación académica ni una provechosa experiencia previa, combinación necesaria para hacer buen gobierno, lleva a los países que tienen este tipo de autoridades hacia un caos social, hacia una anarquía generalizada y hacia el asqueo en el imaginario popular de todo lo que se refiere a la gestión pública.
El estrabismo político campea y, con él, la estulticia, cuando no la mala fe.
Una sociedad que se acuerda de la patria sólo en el mes en que se conmemora una cuestionada independencia, no progresa. La patria se construye todos los días de la vida.
Si deseamos un país distinto algún día, es hora de que la niñez, la juventud, los adultos jóvenes sin distinción de género ni condición, se preparen, que estudien, que cuestionen lo que se dice, lo que se escribe, lo que se opina en todo sentido y, con un idealismo a toda prueba, aunque les hagan el feo en un principio, persistan en participar en las cosas de todos.
El caso de Guatemala con las autoridades actuales es insufrible, pero gran parte de la culpa la tiene el electorado que no se entera, que no participa, que no le importa la cosa pública.
El estrabismo político se puede corregir, pero no de un día para otro; y para cambiar la manera en que se nos gobierna debemos influir en donde se toman las grandes decisiones, con conocimiento de causa y con el peso irrebatible de la razón y del sentido común que nos darán un pensamiento sólido porque ha sido debidamente cultivado.
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