lunes, 20 de julio de 2009

SOBRE LA LIBERTAD Y LOS GOBERNANTES AUTORITARIOS

La historia tiende a repetirse. Por eso hay que estudiarla y, en la medida de lo posible, comprender las causas de errores anteriores para no volver a cometerlos.
En la época de Jorge III de Inglaterra, que fue muy larga, ya que reinó unos 60 años, se sucedieron Primeros Ministros que, con la ayuda de la soberbia del rey, volvieron intolerante el vínculo entre las colonias que hoy forman los Estados Unidos de América y la corona británica. Es interesante estudiar las causas, los efectos, y todos los movimientos sociales y políticos de esa época, así como las alianzas de los diferentes actores, Francia incluida, para entender que en la crisis política hondureña se están cometiendo una serie de errores que, en el pasado, en lugar de lograr la paz y la armonía, dieron con el rompimiento definitivo de los vínculos que, hasta entonces, los unían.
La prepotencia de la Organización de Estados Americanos, OEA, de la Organización de Naciones Unidas, ONU, y de muchos Estados que las conforman, que primero juzgaron y condenaron y luego trataron de averiguar qué cosa pasaba en ese país, los orilló a la situación de tener que apoyar al presidente de Costa Rica, Oscar Arias, para conducir un diálogo, tal vez por las cartas de presentación de dicho presidente, una de las personas laureadas con el Premio Nobel de la Paz.
Sin embargo, mi opinión es que Oscar Arias, al ponerse en una posición que no es la de escuchar a las partes y tratar de encontrar, con ambas, una solución, sino la de exigir sólo a una de éllas, comete los mismos errores de autoritarismo que la historia demuestran que no conducen a nada.
Hace más de 235 años, el autoritarismo llevó a los ingleses a legislar, casuísticamente, leyes punitivas en contra de los habitantes de Massachussetts, a cerrar el Puerto de Boston en un afán por dejarlos incomunicados y de matar el comercio y, por ende, a la colonia, y la historia señala que lo único que eso provocó fue la radicalización de un conflicto que pudo haberse resuelto de otra manera. Prácticamente lo mismo que sucedió en la América Hispana con el absolutismo de los borbones.
Hoy la historia tiende a repetirse. La prensa mundial ha dado en repetir las palabras del insulso y comprometido José Miguel Insulza, del cura ex guerrillero Miguel D'Escoto, secretarios generales de la OEA y la ONU, respectivamente, y de Oscar Arias: "el gobierno de facto", para referirse al de Roberto Micheletti, dando a entender al mundo, a priori, algo que la mayoría de los hondureños se empeña por todos los medios de aclarar, de hacer ver que no es así. Que no es un gobierno de facto sino un gobierno constitucional. Yo no digo que lo sea o que no lo sea. Señalo el hecho, porque me parece apropiado, por respeto a los hondureños, que quienes vemos y criticamos de lejos, seamos imparciales, y bien haríamos en referirnos a ese gobierno como "en ejercicio" o como mejor nos guste, pero no de facto.
Nosotros, en Guatemala, que ya tenemos experiencias al respecto, no habríamos aceptado que al presidente Ramiro de León Carpio, QEPD, después de haberle ganado en el Congreso de la República la elección al Dr. Arturo Herbruger Asturias para ese cargo, se hubiese insistido desde el exterior en denominarlo Presidente de facto. Y es de recordar que el Presidente Constitucional de Guatemala, Jorge Serrano Elías, otro gobernante autoritario y violador de la Constitución, no salió huyendo, sino lo sacó el Ejército de Guatemala hacia El Salvador; y que el Vicepresidente Constitucional, la persona electa por el pueblo para sustituir al Presidente de la República, Gustavo Espina Salguero, tuvo la oportunidad hasta de dirigirse al pleno del Congreso de la República en su afán por quedarse gobernando e, igualmente, no se le dejó sustituir a Serrano Elías, teniendo que salir también del país.
Los casos guatemalteco y hondureño en algo se parecen. No son iguales, pero tienen parecidas características, pero el tratamiento que se le dio a la sociedad guatemalteca, en esa oportunidad, a excepción de un embajador de un país sudamericano, fue de ACOMPAÑAMIENTO, no de condena y, mucho menos, a priori, como ha sucedido con el caso hondureño.
Las crisis políticas de las colonias que luego formaron Estados Unidos de América (1760-1776), la de Guatemala en 1993 y la de Honduras en 2009, tienen en común la pérdida de la libertad que los ciudadanos creen que les pertenece.
La libertad es un bien intangible que, en la medida que más se aprecia, más tiende a defenderse. Las colonias del norte del continente creían que tenían la libertad de discutir y aprobar, por sí mismas, lo relativo a los impuestos que se les cobrasen, y fue el Parlamento Británico, desde el otro lado del mundo, el que, por presiones del Rey y de sus ministros, insistió en decretarlo sin representación de las colonias, interpretándose el acto como una intromisión en la esfera de derechos y al ámbito de libertad de estas últimas, terminando todo en la separación.
El caso de Guatemala y de Honduras obedece a que ambos países tienen consagrados los deberes y los derechos en una Ley Suprema que se llama Constitución. Jorge Serrano y Manuel Zelaya, los dos, a su modo, no le dieron importancia a la Constitución, tampoco a la violación de la esfera de derechos y libertades de la población y, en un afán por darle trámite a su agenda personal (si asumimos que ningún presidente sudamericano ha metido mano en el asunto), les pasaron encima a las leyes, a las personas y a las instituciones de su respectivo país.
Ahora, finalizar esta entrega sin recalcar, con las irresponsables declaraciones que el presidente depuesto Manuel Zelaya otorgó a un medio de comunicación, desde Brasil, el sábado 18 de julio, en el sentido de insistir en que, de regresar a Honduras, modificaría la Constitución (y todos lo ponen entre paréntesis, "con el objetivo de buscar la reelección"), recalcar, repetimos, que el papel del presidente Oscar Arias como árbitro en este debate ha sido triste para quienes observamos cómo ha tomado partido por el bando depuesto que insiste en violar su propia Constitución. Si fuera lucha libre no sabría quién de los dos es el técnico y quién el rudo, pero si fuera futbol, con estas declaraciones tontas e inoportunas, si estuviera en los zapatos de Oscar Arias, yo le habría sacado tarjeta roja al asunto y hubiese dejado de intermediar cuando en la mesa dicen una cosa y luego, en ese alegre viaje por el mundo, se comete apología del delito por quien no sólo ocasionó la terrible crisis sino por quien debiera permanecer a la espectativa, por lo menos por respeto a su propia delegación de representantes en la mesa de diálogo. Si Oscar Arias continúa intermediando bajo estas circunstancis, perdería seriedad.
Hace semanas compartí mis temores por un baño de sangre innecesario en Honduras. Hoy, por el bien de ese querido país, me permito sugerirle a Manuel Zelaya, al irresponsable Manuel Zelaya que sólo puedo comparar con Jorge Serrano, que desista de sus intenciones; que deje de hacer llamados a la insurrección; que entienda que son sus actos los que llevaron a su país al estado de convulsión en que él y sólo él lo tiene; que si de verdad quiere a su país y a sus compatriotas, que por lo menos permita que las personas de su confianza, poniendo la cara por él ante la otra delegación y ante Oscar Arias, hagan su trabajo. Zelaya: ¡no sea tan irresponsablemente falto de seriedad!

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