Uno de los cursos principales del primer año del Doctorado en Sociología de la Universidad Pontificia de Salamanca giraba alrededor del "Estado Bienestar", ese entramado de beneficios sociales que, especialmente en Europa, durante décadas, han venido recetándose por decreto, y que ahora que son millones de ciudadanos los que se benefician de ello, llevando a los gobiernos a funcionar con grandes déficit durante los últimos años para mantener ese tren de vida, ha convertido ese estado de bienestar en una pesadilla que, con los obligados recortes presupuestarios que están teniendo que hacer ante la realidad económica, se está convirtiendo en un estado de malestar para millones de ciudadanos, tanto para quienes están en su etapa productiva como para aquellos respetables ciudadanos que ya se han retirado y ver, de la nocha a la mañana, mermadas sus pensiones. No puede haber algo más triste que, en lugar de subirle la pensión a un anciano, posiblemente enfermo y sin más recursos, se le rebaje.
Para comenzar por el principio debemos decir que, aunque Platón, con su República, fue quizás el primer socialista, todo esto comienza en el siglo XIX, en pleno auge de la industrialización capitalista, como una reacción ante las pésimas condiciones bajo las cuales se producía en las fábricas y se vivía en los centros urbanos.
Son los pensadores alemanes quienes, especialmente, le van dando fuerza a las ideas, algunos de ellos influenciados por los enormes cambios sociales producto de la Revolución Francesa, como Georg Hegel, el consolidador del método dialéctico que posteriormente utilizara Karl Marx para redactar su "Manifiesto Comunista", preparándole el campo a los pensadores posteriores para desarrollar, ya en la práctica, con muchísimas variantes, todas estas ideas que, en aquella época, eran novedosas y, por no haber sido puestas en práctica, atrayentes.
Ya el período conocido como La Ilustración, que se dio más que todo en Inglaterra y Francia, un poco antes, había influido bastante, y las ideas de ésta, mezcaladas con la algarabía que desató la presentación de Carlos Darawin de su Teoría de la Evolución de las Especies, también contribuyó al desarrollo de ideas de evolución hacia mejores fines en el ámbito del aparato social.
Es bajo ese influjo de pensamientos que se comienza a desarrollar un socialismo incipiente, que en la vertiente revolucionaria y violenta del marxismo-leninismo podemos ver llegar al poder en Rusia, con el triunfo de la Revolución Bolchevique que con un Estado centralista, el férreo control del Comité Central del Partido Comunista al frente de una dictadura llamada "del proletariado", porque el poder ejercido por esos pocos siempre se publicitó que era en nombre de todos; con la liquidación de la aristocracia y la burguesía y la paralela colectivización de la sociedad, más otros hechos como la instauración de un régimen de terror presidido por las purgas de adversarios políticos, de la cúpula militar y hasta de los mismos aliados y compañeros de causa, le fueron conformando un perfil distinto de los demás socialismos.
Pero por otro lado, las ideas socialistas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX fueron de la mano de los nuevos partidos políticos que representaban estas ideas y los sindicatos, sus aliados naturales, ambos nacidos recientemente a la vida del conglomerado social como consecuencias distintas de las mismas causas, el inhumano capitalismo incipiente que, en su afán por perfeccionarse, como todo proceso biológico y social, seguía y proseguía causando muchísimos males y haciendo evidente el enriquecimiento al grado de la opulencia de unos pocos, gracias a un sistema que explotaba, literalmente, el esfuerzo físico de las grandes mayorías, incluyendo niños, en jornadas de trabajo agotadoras, agobiantes, que muchas veces producían graves enfermedades e incapacidades y hasta la muerte.
Es así que los políticos que defendían la instauración de mejores jornadas de trabajo y, en general, mejores condiciones para la gente, coincidieron con los miembros de los sindicatos, sus electores, de manera que el socialismo comenzó a llegar a los parlamentos y, desde ahí, de una manera democrática, comenzó a impulsar sus ideas, a ganar adeptos y a aprobar, mediante decretos, los primeros beneficios no personales para el conglomerado social. Por supuesto, hasta aquí se trataba realmente de conquistas logradas a pulso, con mucho esfuerzo mediante el convencimiento de las mayorías en un ambiente, la mayoría de las veces (valga la redundancia), democrático (recordemos que, en la discusión, también había anarquistas y todo tipo de actos, algunos de ellos violentos que, hoy, podríamos calificar de terroristas).
Es decir, hubo toda una cosmovisión apoyada en ideas anteriores y relacionadas con variados temas, la cual sirvió para que, durante algunas décadas, los teóricos desarrollaran, por su cuenta, sus propias teorías que no sería sino muchos años después que germinarían al ponerse en práctica.
Ayudaba mucho a la consolidación del pensamiento socialista el que algunos teóricos, como Karl Kautsky y otros, sostuvieran que la sociedad capitalista en la cual se desenvolvían conduciría ineluctablemente a una polarización que, a la postre, acarrearía la ruina de las clases medias y de los pequeños propietarios, siendo esta la causa de la autodestrucción del capitalismo y la garantía del triunfo del socialismo que promulgaban.
La Primera Guerra Mundial fue, quizás, uno de los primeros indicios de la globalización que se dieron en el planeta y, hasta esa fecha, fue probablemente el acontecimiento más grande que hubiese sucedido bajo los registros de la historia humana (es decir, no cuenta el exterminio masivo de los dinosaurios).
Hasta el advenimiento de esta terrible guerra el gobierno no intervenía en la orientación de las políticas económicas, ya que privaba el denominado laissez-faire (el dejar hacer, dejar pasar); pero la depresión económica de la posguerra con la consecuente crisis de empleo que generó, más el advenimiento de los primeros gobiernos fascistas que mucha gente creía producto de ese dejar hacer, dejar pasar, las ideas volvieron a tomar su curso y, de ahí en adelante, los gobiernos comenzaron a influir en las políticas económicas y de generación de empleo sin que mucha gente objetara al respecto.
Mientras tanto, era tal el nivel de desocupación, que las plataformas de todos los partidos socialistas de la época contemplaban la promesa del pleno empleo. Ésa era la incursión, en los asuntos de todos, de los planificadores económicos, quienes veían como algo natural al proceso de incursión en los destinos del país la nacionalización de empresas que, hasta entonces, habían estado en manos privadas, al amparo del postulado que la producción debía estar para el uso de la sociedad y no para el beneficio de algún particular, lo cual les granjeaba gran apoyo popular y, de alguna manera, los legitimaba.
El otro gran evento del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, con su senda de destrucción y muerte sólo abrió paso, en el período de la nueva posguerra, al rediseño de las primeras políticas globalizadoras de la economía y las finanzas, con los Acuerdos de Bretton Woods, en donde se decide la creación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
Casi tres años antes, Franklin D. Roossevelt y Winston Churchill habían firmado la Carta del Atlántico en donde, con gran visión, en medio de la guerra (en la cual Estados Unidos todavía no había entrado), se atrevían a vislumbrar al mundo de la posguerra.
Los trabajos de preparación de la conferencia de Bretton Woods, por el lado británico, estuvieron a cargo del economista Johan Maynard Keynes, que con sus ideas de la intervención estatal en la economía a través de la utilización del gasto público para fomentar el desarrollo y, especialmente, en torno a la política de generación de empleo, han sido dos elementos característicos de la totalidad de gobiernos socialdemócratas hasta la fecha, aunque muchos otros incluían en su plataforma política la controvertida redistribución del ingreso.
Keynes rechazaba la teoría marxista de la autodestrucción del capitalismo, y sostenía que sus ideas eran una forma burocrática de lidiar con los problemas, los cuales podían y debían ser resueltos con refinamiento y delicadeza, generando el ambiente propicio para que el capital prosperara, garantizándose, así, la paz y el tan ansiado consenso social sin sobresalto alguno. ¡La flema inglesa!
Fue de esta manera como el capitalismo salvaje inicial, el denominado capitalismo tradicional, fue evolucionando, reformándose, modificándose y reinventándose, sin perder su esencia, por efecto de las ideas socialistas que, como reacción a sus efectos originarios, lo fueron permeando.
Mientras esto se daba, me refiero a los países europeos, las originales clases obreras, marginadas, del siglo XIX, se fueron aburguesando. Ya no eran los trabajadores harapientos que no tenían derecho alguno y que se veían constreñidos a trabajar de sol a sol, sino los empleados de la fábrica que vivían en departamentos en edificios multifamiliares, que iban al trabajo en auto propio o en transporte colectivo, que salían a cenar, iban al cine y visitaban el zoológico con los niños.
Así, una nueva sacudida socialista se da en 1968, en que la juventud europea, espoleada por la francesa, sale a rebelarse en contra de todo orden establecido, es decir, también en contra de los dirigentes de izquierda, los socialistas y los comunistas, a quienes les reclaman haber traicionado la revolución. Recordemos que ya los dirigentes comunistas de la Europa democrática habían optando por apoyar, políticamente, la represión que la URSS hizo de las juventudes revolucionarias húngaras, en 1956, prefiriendo aliarse a la ortodoxia comunista representada por Moscú que a los ideales intangibles de la aspiración socialista.
Es así como muchos gobiernos socialistas han venido gobernando en algunos países de Europa, administrando el capitalismo, eso sí, y muchas veces implementando políticas neoliberales para poder mantenerse en el poder, como lo vimos con Francoise Mitterrand, en Francia, o Felipe González, en España, quienes, encabezando partidos denominados socialistas, lideraron los procesos de privatización y tomaron medidas económicas contrarias a la, hasta entonces, ortodoxia socialista de nacionalizar los bienes de producción y democratizar, por lo menos en teoría, los beneficios de ellos, haciendo un lado el dogmatismo para privilegiar un pragmatismo hasta entonces inusitado.
Sin embargo, en Europa las fuerzas políticas están en los parlamentos y es ahí donde se da el debate político, y durante años ese debate ha ido de la mano del populismo, de la granjería, del otorgamiento de beneficio tras beneficio al conglomerado social que ellos, los diputados, ven como electores e instrumentos para obtener su permamencia en los estratos de poder.
Poco a poco las sociedades europeas han ido adquiriendo mayores beneficios económicos y condiciones, tanto en salud, en educación, como en edad de jubilación, porcentajes de sueldo al jubilarse, seguros de desempleo, etcétera.
Una de las grandes rémoras de España consiste, precisamente, en lo que ellos denominan el paro y que nosotros denominamos desempleo. Existen tales incentivos para no trabajar, en España, que mucha gente prefiere no trabajar que hacer el esfuerzo por conseguir empleo.
En Holanda, por ejemplo, el socialismo es tal, que cuando alguien se queda sin empleo no tiene que salir a buscar uno; el Estado le comienza a pagar un alto porcentaje del último sueldo reportado y, encima, se encarga de conseguirle un nuevo trabajo de acuerdo a sus habilidades y condiciones, y le avisa cuando se lo consigue, lo cual, según he podido observar, es ineficiente.
Ahora que se ha destapado el patético caso griego y que los alemanes han salido a apoyar con dinero, no se sabe si a Grecia como país o a los mismos bancos alemanes, acreedores de los bancos y del gobierno griego, el debate que se ha dado en Alemania es interesante porque son los contribuyentes alemanes, con fondos provenientes de los impuestos que pagan, los que ayudarán a los griegos a salir adelante del problema que enfrentan por irresponsabilidad en el manejo de las finanzas. Sin embargo, mientras un alemán tiene que trabajar hasta los 65 años y se jubila con un 65% de su último salario, los griegos se pueden jubilar a los 47 años con un 80% de su último salario. Sólo en este ejemplo nos podemos dar cuenta por qué los alemanes tienen dinero para rescatar a los griegos, que no lo tienen.
No es casualidad, por ejemplo, que Georgios Papandreu hijo, el Primer Ministro griego, sea hijo del fundador, del mismo nombre, del Partido Socialista Democráctico (en 1935) y que, habiendo sido formado en un ambiente socialista que lo ha llevado no sólo a ocupar el indicado puesto sino a ser el Presidente de la poderosa Internacional Socialista, haya presidido también el XXIII Congreso Internacional de la misma en Atenas, en 2008. Me pregunto cuándo convocarán el siguiente Congreso y cuál será la agenda en medio de esta crisis existencial.
Es que el Estado Bienestar tiene un costo, un enorme costo. Como bien dijo Milton Friedman, no hay almuerzo gratis. El despilfarro de hoy, mañana o pasado mañana se tiene que pagar. Eso le está sucediendo a Grecia.
España no se queda atrás. Está en un proceso de dar marcha atrás en algunas liberalidades de ese Estado Bienestar, rebajando pensiones, agregándole años a la edad de retiro. Ahora mismo está en discusión, con las centrales de trabajadores que aglutinan a sindicatos que representan millones de trabajadores, el nuevo acuerdo laboral que España necesita para salir adelante de la crisis en que está porque, en ese almuerzo del que hablaba Friedma, han terminado el postre y, mientras se toman el café (de Guatemala, por supuesto), la factura les ha llegado y hay que pagar. Ya ha dicho el Presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, que si no hay acuerdo, igual va a firmar, el 16 de junio en curso, el decreto con la nueva política laboral española, lo cual vaticina o una política con cambios tibios o una batalla campal, en las calles, entre sindicatos y gobierno.
De ahí el título de este ensayo. Los beneficios sociales, como cuestan dinero, deben ir de la mano de la capacidad real del Estado no sólo para otorgarlos sino para garantizarlos en el tiempo, porque otorgar beneficio tras beneficio sin reparar en los costos hasta que ya no se puede cumplir ni siquiera con las obligaciones primordiales, no deja opción, obliga a hacer recortes en aquéllos, cambiando el estado de bienestar que producen cuando se otorgan a un estado de malestar cuando, sin quitarlos, simplemente se reducen, produciendo, como es de esperarse, convulsiones sociales innecesarias si los políticos que se llenan la boca al aprobarlos tuvieran un tanto de responsabilidad para vislumbrar el futuro del país y no ver tano sólo el momento actual o su posible reelección.
Este ensayo tiene historia comprobable y conlleva la intención de hacer pensar, con ejemplos de actualidad de lo que sucede en los países desarrollados que tienen muchísimo más dinero que nosotros, con relación a lo que sucede en nuestros países, en donde la tendencia actual es a hacer piñata el futuro de varias generaciones, endeudando irresponsablemente al país por dos razones fundamentales: la primera, para regalar el dinero en un programa poco transparente y que genera más dudas que otra cosa, el cual podría ser de enorme beneficio si se institucionalizara sin el ingrediente político partidista; la segunda, para pagar intereses de deudas contraídas con anterioridad.
Quien tenga dos dedos de frente concordará conmigo en que ese almuerzo, representado por ese despilfarro que se hace de los recursos del Estado, todos lo tendremos que pagar, hasta los guatemaltecos que no han tenido la oportunidad de nacer todavía.
miércoles, 2 de junio de 2010
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