domingo, 20 de junio de 2010

EL PRESIDENTE Y EL ÁRBITRO

Muchos millones de personas en el mundo acabamos de terminar de ver el partido de futbol entre las selecciones de Brasil y de Costa de Marfil, dentro de las eliminatorias del campeonato mundial de esa especialidad deportiva.

A la vista de todos están los efectos de un arbitraje defectuoso y apoyan la teoría que he venido sosteniendo de que todo acto genera una consecuencia.

Sostenida la tésis en el ámbito político, hemos visto cómo no marcar faltas evidentes o marcar algunas inexistentes, como la que provocó casi al final la expulsión de un importante y popular jugador, puede cambiar no sólo la tónica del evento sino la historia.

Un buen árbitro, por el contrario, puede llegar a poner orden en un campo en donde haya jugadas violentas. Su imparcialidad es garantía para que todos los actores rindan lo máximo a sabiendas que no se les perjudicará injustamente y que no se premiará a los contrarios injustificadamente. Es el fiel de la balanza para que las actuaciones de todos rindan lo mejor de un espectáculo y que, al final, aunque un equipo pierda, sepa que dio lo máximo de sí y que, para la próxima, debe prepararse mejor.

Con un Presidente de la República, sea éste de donde se quiera que sea porque es un caso hipotético que nada tiene que ver con nuestra realidad, sucede exactamente lo mismo.

El campo de juego lo podemos equiparar con la actividad de la sociedad en su conjunto, en donde también estamos en capacidad de identificar a dos equipos, el de los allegados del presidente y el de los opositores, en general, a su equipo de gobierno.

Quien preside un país debe equipararse al árbitro de un partido de futbol. Debe estar por encima del bien y del mal y gobernar, por igual, a allegados y opositores, porque constitucionalmente se debe a todos y representa la unidad de la nación, de modo que su imparcialidad y objetividad no sólo es deseable sino esperada por mandato de la ley de cualquier país.

Cuando la persona que ocupa la Presidencia de la República no se ve a sí misma encabezando la agenda del país sino se queda manipulando la agenda partidaria, las cosas tienen que ir mal para el país que mal gobierna.

Un Presidente de la República que hace la pantomima de dirigir la nación pero no se desprende de la campaña política que lo llevó al ejercicio de ese poder, no engaña a nadie por más que trate.

Podrá tener sus programas de radio o de televisión; podrá gastarse millones de dólares o de la moneda local en publicidad profesionalmente manejada, pero el pueblo común y corriente, en su inmensa sabiduría, siempre lo identificará como el mal árbitro que no sabe ver o no sabe marcar, o como el árbitro vendido, que ya es otra cosa, que traicionó sus propios principios por obscuros intereses, dando al traste con el desempeño de jugadores de todo el tinglado e interfiriendo, posiblemente, con el curso de la historia de su país, trayendo, para el futuro, otro tipo de negativas consecuencias que hoy serían imprevisibles.

Entender este principio no es difícil. Tampoco ha de ser difícil comprender el principio de los flujos sin desperdicio al cual hice referencia en un ensayo anterior que compara un presidente específico con un plomero, con perdón de los respetables plomeros.

Ya he manifestado que los presidentes suelen no ser personas tontas, pero sí muy tercas, patológicamente necias que creen que tienen tanto poder como para hacer lo que se les venga en gana, sin importarles si hipotecan al país, si comprometen a varias generaciones que ni siquiera han nacido o si nos llevan al borde de la guerra civil.

En este campo la FIFA, la Federación Internacional de Futbol Asociación, la cual regula en el mundo el deporte al cual nos hemos referido, se equipara al pueblo que elije presidentes. En el primer caso, son los altos dirigentes de la FIFA los que escogen a los árbitros, malos o buenos. En el caso de los presidentes somos los individuos aptos para votar los que tenemos la responsabilidad de elegir. De ahí que estemos todos muy atentos a quién es quién, qué valores representa, cuál es su experiencia y formación, a qué está acostumbrado y hasta con quién está casado y qué influencia tiene su cónyuge en la capacidad de tomar decisiones.

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