Tengo que comenzar por decir que, en El Salvador, no tienen ley electoral y, desde el punto de vista de un Observador Electoral, que lo he sido varias veces en ese país, allá les va mucho mejor que acá en el proceso de elección de sus autoridades.
Mientras que en Guatemala todo está prohibido hasta que la autoridad máxima lo autoriza, allá todos se van involucrando y convierten la pugna política en algo así como una fiesta cívica.
Es tan absurda la ley guatemalteca, que todos los partidos políticos tienen que ingeniárselas, el día de las elecciones, para que sus representantes acreditados en cada mesa tengan un distintivo, diferente al utilizado en la campaña política, que los identifique como miembros de tal o cual partido político. Un ramito de flores secas en la solapa, una pequeña moña o listón de determinado color, un brazalete hechizo en la manga, cualquier cosa menos los símbolos de su partido político, como si fuera un gran pecado frente a la Santa Inquisición. Todo contrasta con el orgullo con que dirigentes, activistas y hasta simples simpatizantes llevan camisetas, chumpas, gorras o cualquier cosa que los identifique con el partido que apoyan o el candidato de su elección en El Salvador, sin sentimientos de culpa, remordimientos o simple sensación de cometer falta alguna.
Pregunto yo: ¿Qué de malo tiene elegir autoridades pública, democrática y libremente? ¿A cuenta de qué tengo que andar escondiendo mis preferencias el día de la elección, si previamente puede haber hasta participado en debates públicos a favor de mis ideas, mis ideales y las personas que elegí apoyar en la contienda?
En el mismo orden de ideas, por un lado se trata de defender el derecho de las minorías pero, ¿no es precisamente a las minorías, con menos recursos de cualquier índole, a quienes más se afecta con este tipo de limitaciones absurdas? Así es porque son precisamente los partidos políticos más grandes y estructurados quienes se benefician, mayoritariamente, de esta situación, comenzando por el partido oficial, que mantiene una permanente campaña política a través de la publicidad pagada.
En estos últimos tiempos hemos podido identificar una nueva oleada de restricciones a esa libertad, en varios sentidos: una de ellas, la denuncia última que hace un partido político en formación, en campos pagados en la prensa escrita, en el sentido que no le quieren aprobar sus asambleas porque tienen "órdenes de arriba"; otras son las advertencias, multas y hasta cancelaciones de partidos políticos por hacer publicidad anticipada. No me voy en contra de que eso es lo que manda la ley; escribo en contra de que eso mismo diga la ley de mi país, cuando todo el mundo debiera estar en el plano de igualdad con respecto al partido oficial.
Ahora bien, si el Tribunal Supremo Electoral, TSE, canceló un partido político por no retirar unas vallas de publicidad, ¿no debiera suprimirse también al partido oficial que todos los días remacha, con fondos públicos, en todos los medios, escritos, televisivos y radiales, a una sola persona que ya manifestó claramente sus intenciones de acceder a la Presidencia de la República, aunque el tema jurídico alrededor de esa candidatura no se ha dilucidado? ¿Y esa cancelación no debiera ser doble desde el momento en que el mismísimo Presidente de la República ya expresó que será el Programa de Cohesión Social, a cargo de la denominada Primera Dama, el que logre que se hagan con un segundo mandato?
Algunos políticos se las ingenian para abrir sus programas de opinión y, encima, montar millones de quetzales en vallas publicitarias de un nuevo programa radial, televisivo, lo que sea, cuando a ninguno engañan realmente. Todos sabemos de qué se trata. No digo que sea ilegítimo; sólo recalco que si viviésemos en un país en donde la ley no restringe la participación política sino la protege, la fomenta, la valora, no habría estas distorsiones absurdas.
Todo lo anterior deviene, a mi parecer, de un autoritarismo disfrazado de paternalismo. Me explico: El paternalismo, que los autores de estas leyes ponen de frente o de fachada, se da por el antiguo argumento de que los votantes, en su mayoría, son ignorantes y, por ende, se dejan manipular por los políticos que se pasan de listos. Se les olvida que tenemos dos períodos en que los votantes han demostrado saber, perfectamente, cómo cruzar sus votos.
Yo creo que lo que hay realmente, en el fondo de todo, es un autoritarismo rayando en el absolutismo, es la defensa de un sistema que protege al que está montado en el macho.
Guatemala, óiganlo señores y señoras legisladores, se merece algo mejor. El proceso político que pronto comenzará, más que una contienda en medio de una sarta de prohibiciones, impugnaciones y amparos, desde la formación y sanción de la ley debe ser concebido como una fiesta popular en la cual todos y todas participemos alegremente.
Sólo en la medida que todos vayamos participando en esta fiesta cívica, porque elegir y ser electo es político pero antes es fundamentalmente cívico, iremos apartando a las gentes que no debieran estar en primera línea haciendo política y estaremos abriendo los espacios de participación de más gente de bien que, a su vez, invite a la participación a gente joven con otras y mejores escalas de valores que lo que hoy tenemos.
Echarle un vistazo a las noticias de prensa de los últimos meses es darme la razón al respecto. Para que haya menos corruptos en el gobierno se hacen necesarios cambios drásticos en las leyes y en la concepción que tengamos de las cosas antes de emitirlas. Una de ellas es la concepción de lo político y de la política y, por ende, de la esfera jurídica que la debe proteger, estimular e incentivar, y la manera como se ha concebido y legislado produce, hoy, los efectos contrarios en un círculo vicioso que algún día tenemos todos que romper.
Si Enrique IV de Francia (famoso porque todos sabían quién se acercaba, por el tremendo olor a ajos y pies sucios que despedía y que le precedía), siendo calvinista, abjuró de su religión y se convirtió al catolicismo para obtener el apoyo de España para lograr acceder al trono francés, emitiendo la famosa frase "París bien vale una misa", ¿no vale la pena Guatemala como para que le demos una repensada a los argumentos expuestos en esta entrega?
martes, 6 de abril de 2010
LA LEY ELECTORAL GUATEMALTECA: SINÓNIMO DEL SINSENTIDO Y DEL AUTORITARISMO DISFRAZADO DE PATERNALISMO
Etiquetas:
autoritarismo,
ley electoral,
paternalismo
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