lunes, 5 de abril de 2010

LAS PROCESIONES, LA POLÍTICA Y EL SENTIDO COMÚN.

Estuve inmerso, durante la Semana Santa, en la lectura de un buen libro. En esta ocasión me llevé “Colon desde Andalucía, 1492-1505”, un portentoso libro que tuviera a bien obsequiarme, hace algunos años, María Isabel Simó Rodríguez, Directora del Archivo de Indias, con ocasión de una visita de trabajo que hiciera a esa institución española localizada en Sevilla.

En el mencionado libro he encontrado un dato por demás interesante que vale compartir con mis lectores y analizarlo, al través de los siglos, dentro del contexto que impulso en este espacio, relacionado con la política y el sentido común, aunque poco tenga que ver con la legalidad de nuestros días pero sí con la triste realidad legal de hace 500 años que, dicho sea de paso, afortunadamente, como humanidad, hemos superado.

Resulta que, en 1492, España sufrió una serie de cuestiones que le afectaron tremendamente a lo interno, dando lugar algunos de esos sucesos a verdaderos cambios de giro en el resto de la cultura, ya occidental, ya islámica, ya semita.

Ese año inicia, prácticamente, con la toma de Gradada, última ciudad musulmana en la península ibérica, por parte de Fernando de Aragón y su esposa, Isabel de Castilla, los “Reyes Católicos”, con lo cual comienza un éxodo de personas que se mudan hacia el norte de África, especialmente, escapando de un conquistador que no llegaba tan solo a quedarse con un territorio y a imponer sus leyes, sino, finalmente, a imponer su religión. Recordemos que esa capitulación era, prácticamente, la culminación de poco más de un siglo de esfuerzos militares y más de ocho siglos de dominación.

En marzo de ese mismo año y por las mismas razones religiosas, se decide y ordena la expulsión de España de los judíos que no se conviertan a la religión católica.

Simultáneamente, se iniciaba una política de repoblación de los territorios antiguamente musulmanes que habían quedado medio desiertos.

Dentro de ese contexto convulso se procedió a nombrar nuevas autoridades, tanto civiles como eclesiásticas y, como es de suponer, cada quien le impuso a su respectivo quehacer el sello personal, ya que todo estaba prácticamente por hacerse y no había, realmente, a quién emular en una tarea que ha de haber sido nueva para casi todos.

Inicialmente, los reyes nombraron al Conde de Tendilla Capitán General de Granada, con poderes excepcionales dadas las circunstancias, institución que, poco después, entra en conflicto con la Real Chancillería, que es trasladada a la misma ciudad de Granada.

Dentro de todo este esfuerzo por castellanizar el territorio que, además, comportaba un esfuerzo adicional por implantar un nuevo orden legal y, como corolario, era la partida para dar por terminada, prácticamente, la Edad Media y comenzar un nuevo orden con mirada hacia el futuro, la Iglesia Católica también jugó un papel importante.

Dentro de las personas que verdaderamente destacan en este proceso, los reyes nombraron Arzobispo de Granada a un gran humanista, Fray Hernando de Talavera, un judeoconverso quien a su misión apostólica le dio su sello personal al visualizar a los pobladores almorávides como personas que había de comprender primero para ganárselos después. De hecho, lo primero que hizo fue aprender árabe; luego introdujo la imprenta a la ciudad reconquistada y, con ella, se dio a la tarea de imprimir cuestiones religiosas cristianas en la propia lengua árabe, se les fue acercando sin imposiciones, enseñándoles su fe, al grado que con el paso del tiempo logró que los antiguos musulmanes lo consideraran un santo.

Contrastaba con su manera de hacer las cosas la visión del temible Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, Arzobispo de Toledo y Confesor de la Reina Isabel; el primero, con el aparato represivo del Santo Oficio, la temible Inquisición, prefería hacer las cosas de otra manera, y los Autos de Fe, actos públicos en los que se quemaba vivas a las personas por diferencias religiosas, son testimonios bien tristes de la etapa de terror que, durante varias décadas, tuvieron que vivir muchísimas personas.

Un dato curioso, adicional, es que le debemos al Cardenal Cisneros, cuyo nombre de pila era Gonzalo pero se lo cambió por Francisco al ingresar a la orden franciscana, es que por una ordenanza suya, de 1501, todas las personas llevamos una apellido fijo, que suele ser el del padre, ya que anteriormente llevaban un nombre y luego, el apellido, estaba ligado al lugar de nacimiento, de modo que los hijos del mismo padre podían llevar distintos nombres y apellidos, generándose un gran caos administrativo.

El presente texto es tal vez un poco largo pero valioso para que podamos hacer una breve inmersión en un período de la historia que, de alguna manera, ha llegado a nosotros con otras formas y expresiones.

Resulta que de la lectura del mencionado libro me he podido enterar que fray Hernando de Talavera, en su misión evangelizadora pero sin violencia, permitió que los descendientes de los árabes se expresaran en procesiones, como había sido su costumbre durante su vida musulmana, pero ahora como una expresión dentro de la iglesia católica. Esto le valió la animadversión de sus contrarios dentro del ala dura de una iglesia que, acompañando a sus reyes que se hacían llamar católicos, había derrotado al musulmán por la fuerza de las armas, y era más dada a exigir el cumplimiento exacto del ritual sin cambio alguno. ¡Eran poderosos adversarios!

La animadversión de los contrarios llevó, incluso, al procesamiento del mismo arzobispo Talavera, al fallecimiento de la reina Isabel, de quien fue también su confesor desde antes que asumirá su reinado, proceso bajo el cual falleció apenas una semana antes de que llegara la comunicación del mismo Papa, Julio II (uno de los papas Médici) absolviéndolo de cualquier cargo que se le hubiese hecho.

Valga decir que, con la muerte de Talavera, la corriente represiva de la iglesia de esa época ya no encontró freno y la brutalidad con que actuaron posteriormente ha quedado registrada en la historia de la humanidad; pero lo importante para efectos de nuestro análisis es que, con todo y esa represión espantosa, de mazmorra, torturas y muerte, no fue capaz de acabarse con la expresión popular que los árabes le dieron a los rituales católicos y que, con el tiempo, no sólo se convirtieron en una expresión de fervor, especialmente en Sevilla, sino que fueron la simiente de una expresión cultural y de fervor tan arraigada en nuestras tierras americanas, que no vieron ni tuvieron que ver con todo lo que sucedió en esos años en el sur de España; ¡y Guatemala es prácticamente la gran heredera de dichas costumbres!

Podemos decir, entonces, que los estilos personales para enfrentar un problema político, existen, de modo que tenemos una infinita variante para hacerle frente a los temas que la vida nos brinda.

Por otro lado, también podemos decir que es preferible, para efectos de una política duradera, encontrar el sentido y remar a favor de la corriente al lado del pueblo, que montarse en el macho de la prepotencia y la arrogancia para tratar de hacer algo que nadie quiere y por lo cual nadie arriesgaría absolutamente nada.

Queda demostrado, con esta historia, que un pueblo puede ser violentado y hasta sacrificado en múltiples formas, pero esos pequeños detalles que puedan constituir su esencia no pueden ser eliminados y, finalmente, podrán pervivir y superar cualquier obstáculo porque hacen sentido y, en el corazón de las gentes comunes, no está el combatirlos sino el acuerparlos.

No conozco que en Guatemala, país verdaderamente posicionado por unas procesiones que involucran a miles de familias, tanto en la elaboración de alfombras como en las bandas de música y turnos para cargar, a donde vienen centenas de miles de extranjeros a disfrutarse la expresión popular de Semana Santa, se le haya rendido justo homenaje al arzobispo Talavera y a los mártires árabes convertidos al cristianismo, sin cuya visión y esfuerzo probablemente no tendríamos una Semana Mayor inigualable que los viajeros del mundo buscan para vivirla con nosotros.

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