miércoles, 21 de abril de 2010

LA CORRUPCIÓN Y LOS ORÍGENES DEL CONFLICTO ARMADO INTERNO EN GUATEMALA

Hoy asistí a un foro organizado por la Fundación Esquipulas que preside el ex presidente de Guatemala Vinicio Cerezo Arévalo, el cual denominaron "POSTCONFLICTO Retos Sociales y económicos en Centroamérica" (sic.), en donde, bajo diferentes aristas, se viene analizando el conflicto armado interno, su conclusión y, en el postconflicto, la evolución de los Acuerdos de Paz.

Ese entorno me ha permitido reflexionar un poco acerca de los orígenes del conflicto armado interno que duró poco más de 36 años, y las razones que encuentro para que, a inicios de la década de 1960 se hubieran desbordado las pasiones y un grupo de militares haya optado por rebelarse, son relacionadas con la corrupción del gobierno del general Miguel Idígoras Fuentes.

Las personas mayores a mi generación suelen coincidir con que la corrupción inició con el gobierno de este último. Yo no estoy muy de acuerdo porque sé de actos de corrupción anteriores a la gestión de este pintoresco general, quien se tomó la molestia de escribir, en los periódicos, de qué manera conoció a mi abuela, la escritora Elisa Hall, con ocasión del fallecimiento de esta última.

Lo más seguro es que en el gobierno de Idígoras sí inició un período de mayor corrupción, en donde el colmo fue la entrega de una millonada de dinero al yerno del Presidente de la República, con el encargo de que fuera a comprar un barco a Inglaterra, y ni siquiera regresó por la mujer, quedándose con el dinero de Guatemala viviendo en la Gran Bretaña.

Es posible que los militares que iniciaron la sublevación en el Fuerte Matamoros, el 13 de noviembre de 1962, y que después se fortaleciera en el oriente del país, al frente de Luis Turcios Lima y Marco Antonio Yon Sosa, haya iniciado como una reacción patriótica frente a los desmanes de la clase política, metiendo mano en los recursos del Estado, circunstancia que no era frecuente en aquella época.

Pasar de un levantamiento patriótico para convertirse en adalides del movimiento marxista, y transformar una revuelta de cuartel en una lucha ideologizada de guerrillas urbanas y en la selva de casi cuatro décadas, merecen un análisis mucho más profundo que éste.

Sin embargo, el propósito de este ensayo es llamar la atención acerca de lo que hoy sucede en el país y cómo, en las páginas de nuestra propia historia, tenemos elementos para darnos cuenta y aprender que es hora de corregir el rumbo. Esas decenas de miles de muertos, de uno y otro bando, merecen un alto en el camino, una reflexión más que profunda y una posibilidad de repensar qué será de nosotros si las mismas causas logran producir semejantes efectos en un futuro.

La corrupción, en cualquier esfera, es odiosa; pero los niveles a los que nos están llevando los actuales mandatarios, que nadie sabe si es uno, si son dos o si son tres, es inaudita. Todo con la comparsa asquerosa de sus huestes del Congreso y uno que otro contralor, fiscal, auditor o juez, sin olvidarse a los empresarios, bien identificados, que están participando y fomentando este latrocinio.

El pueblo que no aprende de su historia, lejana o reciente, está condenado a cometer los mismos errores. Por mi parte, tengo tiempo de estar advirtiendo la posibilidad de un levantamiento, epecialmente porque mantengo contacto con líderes comunitarios del interior del país, quienes están desesperados por la relagación de sus problemas, con el agravante que hoy, los medios de comunicación, ponen a la vista de todos los trapos sucios de toda la gavilla de funcionarios que hoy gobiernan, algunos con aroma de mujer.

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