lunes, 3 de mayo de 2010

LOS MIGRANTES GUATEMALTECOS SON HÉROES, NO CRIMINALES

Para un aficionado de las ciencias sociales es interesante ver el comportamiento de los estadounidenses frente al tema del heroismo. Un niño que salva una mascota, una mascota que marca el 911 (número de emergencias en ese país) --por increíble que parezca--, una madre que rescata su hijo levantando, quién sabe cómo, élla sola, el vehículo bajo el cual ha quedado atrapado.

A la sociedad estadounidense le fascina hacer reportajes, escritos y televisivos, de cómo los bomberos y la comunidad entera se afanan en el rescate de unos cachorritos que han caído en un pozo abandonado.

Desde casi todos los lugares del mundo los acompañamos haciendo justos homenajes a todos los bomberos y policías que, en cumplimiento de su deber, fallecieron por cientos aquel desafortunado 11 de septiembre de 2001.

Pero, ¿qué les pasa, ahora, cuando el héroe es un indígena originario de Centroamérica? ¿Es que en Arizona escribieron la infame ley que criminaliza al migrante y permite a las autoridades detener a alguien por el color de su piel, pero en el alma sajona y negra de las ciudades del norte, también discriminan al indio, al mestizo, sin necesidad de promulgar ley alguna?

Desde este espacio virtual me atrevo a calificar de infames, también, a los miembros de esa sociedad de uno de los países del primer mundo, como antes les llamaban a lo que hoy se denomina países desarrollados, que al pasar al lado de una persona herida en el pecho no tuvieron ni siquiera la delicadeza de llamar a los servicios de emergencia.

Esa indiferencia es punible, y desde acá me atrevo a pedir cárcel para todos esos peatones que, con su indiferencia y desdén, mataron a un buen guatemalteco, quien estuvo tirado más de una hora con veinte minutos, según quedó documentado en las cámaras de vigilancia del lugar, y que no cometió falta alguna sino se entregó y dio su vida defendiendo la integridad física de una mujer.

La fiscalía del Estado de Nueva York, además de la persecución del criminal que apuñaló a Hugo Alfredo Talé Yax, está en obligación de identificar a cuanto transeúnte pasó a la par del indefenso herido y no le proveyó el socorro necesario, con la finalidad de hacerlos pagar con la pena de prisión su desprecio por la vida humana, la cual toda persona tiene la obligación de proteger y salvaguardar.

En mi indignación me atrevo a decir que ésta es una mancha social que habrá de acompañar por siempre a la ciudad de Nueva York. Sus frías calles ahora están manchadas de sangre inocente y heróica por causa de la frialdad, desdén y desvalorización del ser humano de sus pobladores. Para que me entiendan: shame on you!

Por otro lado, causa un enorme contraste ver la manera como su comunidad, Totonicapán, recibió el cuerpo del héroe y lo despidió con aplausos, vivas y un acompañamiento generalizado a su familia. Su féretro y sus restos mortales siempre estuvieron cubiertos por las banderas de Estados Unidos y de Guatemala, las cuales, antes de sepultarlo, le fueron entregadas a su padre. Las declaraciones, tanto de su padre como de su madre, nos hacen ver lo orgullosos que estuvieron de su hijo, un hombre honrado y trabajador, y del final que tuvo, porque se fue con el pecho desgarrado entregando su vida por defender a una dama, a quien no culpo porque ha de haber huído aterrada.

Esto me permite hacer algunas reflexiones acerca del más de un millón de migrantes guatemaltecos que viven en Estados Unidos, quienes a su manera, labrándose un futuro decente frente a tantas adversidades, me atrevo a calificar de héroes.

Se van sin dinero, endeudándose muchas veces con "coyotes" que se los llevan en las peores condiciones que uno pueda imaginarse; otras veces la emprenden siguiendo la línea férrea mexicana, hacia el norte, donde son ultrajados y explotados por todos lados. Pasar ilegalmente la frontera más vigilada del mundo, á veces por el río sin saber nadar, sufriendo tremenda sed en uno de los desiertos que más vidas cobran al año, muriendo muchas veces asfixiados en los vehículos en que los meten como latas de sardinas, todo por conseguir una vida mejor, no por llegar a delinquir, los convierte en héroes. Por lo menos para mí.

Llegan a vivir hacinados en casas que alquilan entre muchos para poder cubrir la renta. Son los más madrugadores y muchas veces son los últimos en acostarse cuando ya casi todos descansan en los centros urbanos o plantaciones en donde laboran.

Mientras todo el mundo tiene sus papeles en regla, lo cual les permite manejar, tener crédito, acceder a la seguridad social o tener cualquier beneficio impensable, ellos son los parias de la esfera jurídica. Mientras no tengan papelería legal que lo sustente, prácticamente no tienen derechos como las demás personas (sí, insisto, son personas).

Son esos migrantes, hombres y mujeres honrados, quienes con su esfuerzo cotidiano hacen que los baños de los colegios estén limpios cuando llegan los estudiantes; son los que muchas veces están detrás de los jardines remozados, de las cosechas de verduras y de frutas que están en cada tienda y supermercado. Si de cargar bultos se trata, seguramente serán indocumentados. Si de sangre en un rastro, también. Si de limpiar excrementos y suciedades, le entran porque no le temen al trabajo honrado. Oficinas, centros comerciales, viviendas familiares han sido construidas con sudor migrante, con esfuerzo de indocumentado. ¡No son delincuentes!

Son poquísimos los connacionales que, habiéndose aventurado, no se dedican al trabajo honrado y se dan a la vagancia o a la delincuencia. Yo no conozco caso alguno pero otorgo el beneficio de la duda. Han de existir algunos casos, pero eso no justifica el trato denigrante y el desprecio racial que hoy prolifera.

El Congreso y el Senado de los Estados Unidos se han tardado muchísimo en reconocer estos héroes anónimos que hacen de todo lo que los que tienen papeles no quieren hacer. Al no haber actuado a tiempo el Organismo Legislativo Federal, los Estados, en lo individual, especialmente los fronterizos, se han inquietado, y eso ha dado paso a la conformación de leyes estatales de corte neonazista o neofacista, en donde hacen dudar al mundo que ese país sea la reserva moral de la democracia, y a los demócratas del mundo nos da pena ver qué bajo caen en su afán por detener algo que es inevitable porque está escrito en los genes del ser humano: la migración.

Ahora no se trata de Arizona. Es evidente, con lo que le ha pasado al héroe guatemalteco en Nueva York, el desdén con que la sociedad estadounidense, en su conjunto, voltea a ver a los seres humanos originarios de este continente, y mediante leyes elaboradas por diputados ofuscados o a través de las llagas que llevan muy dentro de su alma, hacen alforar un racismo rampante del cual sólo se han desprendido del diente al labio, pero lo llevan muy arraigado en su corazón.

La ley que penaliza a los migrantes, en Arizona, predigo que será efímera. El mundo entero, incluyendo a muchos estadounidenses, dentro de ellos los magistrados de las cortes federales, le ha de pasar encima y obligar a su derogación.

En cambio, el heroísmo de tanto migrante, guatemalteco o de otros lados del continente y del mundo, ese heroísmo cotidiano, no tendrá fin, y estará reflejado en el brillo de tablas de inodoros y urinales, en pisos de hospital y de colegios, en verduras frescas y bien lavadas, en frutas de temporada especialmente empacadas.

Sin los héroes migrantes, quién sabe en qué problemas estaría el poderoso Estados Unidos de América, cuya bandera fue honrada por toda una comunidad de personas dolidas pero dignas, que saben reconocer el valor del país del norte, quién sabe si esperando alguna reciprocidad.

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