miércoles, 18 de agosto de 2010

LAS LIMITACIONES DE HORARIO Y LA PRETENSIÓN DE BAJAR LA CRIMINALIDAD

Hace unos doce años, en 1998, calculo que se ha de haber dado, por la Gobernación de Guatemala a cargo del finado Roberto Stein, la primera limitación, en la ciudad de Guatemala, para la venta de alcohol hasta la una de la madrugada, según recuerdo.

Desde el primer momento fue una decisiónn que adversé porque no creo en el paternalismo sino en la capacidad de los pueblos de tomar, por sí mismos, sus propias decisiones. Muchos padres de familia estuvieron felices con la medida porque el Estado entraba a hacer lo que ellos no tenían la capacidad de hacer, limitar las horas de parranda de sus hijos.

Sin embargo, lo que con el tiempo se dio no fue solamente la limitación del horario en que se expende licor en algún establecimiento, sino el efectivo cierre de los mismos a la una de la mañana, porque no tiene sentido que continúe abierto un lugar, generando negocio, si lo que la clientela busca a determinadas horas no se puede vender.

Uno de los resultados más notorios, entonces, ha sido el cierre de negocios que no aguantaron, el despido de personal para que algunos negocios pudieran readecuarse ante la menor generación de ingresos y, cuando los negocios sobrevivieron, los miles de meseros que se dedican a atender vieron reducidos sus horarios, sus ingresos y, con ellos, su calidad de vida.

Por otro lado, después de tantos años de estar en vigencia esta normativa, hoy podemos asegurar que la tasa de delincuencia ha aumentado exponencialmente con relación a la época en la cual no existían limitaciones de horarios para expender licor en los negocios que funcionan de noche, de modo que todo este esfuerzo es discutible que, como sociedad, nos haya ayudado a combatir el crimen.

Inglaterra, que tiene mucho más experiencia que nosotros en este campo, dio marcha atrás a esta medida, que databa de la época de la Primera Guerra Mundial, porque los ingleses, por generaciones, al tener limitado el consumo de alcohol, me parece que hasta las 11 de la noche, aprendieron a tomar como burros, en ese poco lapso de tiempo, emborrachándose, lo que normalmente, sin limitación de horario, se podrían haber tomado tranquilamente, sin consecuencia alguna. Acaba de ser, hace unos tres años, que derogaron esa antigua medida.

Ahora, por razones un poco distintas, entre paternalismo y la tranquilidad que piden algunos vecinos de Antigua Guatemala para dormir a pierna suelta, el Concejo Municipal de esa ciudad ha impuesto una limitación de igual naturaleza, avalada por la Corte de Constitucionalidad.

Se discute, ahora, si por una normativa local emitida por el Concejo se puede limitar los derechos a trabajar, a ejercer la industria, el comercio, que contempla la Constitución de la República. Ya se verá qué recursos vienen.

Sin embargo, vale la pena dejar establecido que las personas que se desean emborrachar no tienen horario ni están sujetas a que exista un establecimiento abierto para hacerlo, y que no hay estudios serios que respalden el hecho de que la limitación del horario para expender licor incide positivamente en reducir los hechos violentos, ni siquiera los de tránsito.

Tampoco hay estudios que yo conozca en donde se establezca una relación entre la limitación de los horarios y el volúmen de negocio, pero es algo que, sobre la marcha, he podido observar. Es más, en esa prepotencia que a veces caracteriza a los agentes del orden, me tocó estar presente, una vez, en un restaurante, recién empezada la medida en la ciudad de Guatemala, en que ingresó todo un pelotón de la Policía Nacional Civil, armados hasta con metralletas, faltando cinco minutos para la una de la mañana, y obligaron a todo el mundo a terminarse sus bebidas o a botarlas, nos registraron y, seguidamente, sacaron a todo el mundo a la calle, como una muestra de lo cavernícolas que pueden ser algunas veces con la gente indefensa que no está haciendo nada malo.

Lo que sí queda claro en mi mente es que este tipo de medidas, que afectan enormemente lo que un turista llega a contar a otro país, tarde o temprano serán revocadas, como sucedió después de más de setenta años en Inglaterra.

Por mi experiencia como Director por Guatemala en el Banco Centroamericano de Integración Económica, en que se apoyan todo tipo de proyectos de desarrollo, pero se cuenta con estudios serios, sé que la ciudad de Guatemala tiene un problema serio para ofrecer actividades de esparcimiento a los turistas que visitan el país. La mayoría de ellos llega al aeropuerto y, de una vez, se monta a un bus que lo lleva a La Antigua, a Panajachel o a algún otro lado. Cualquiera que tenga acceso a estudios sobre la industria de turismo sabe que nuestros visitantes casi no paran en la ciudad de Guatemala porque no hay mucho qué ver o qué hacer.

Es mejor dejar de ser paternalistas, fortalecer la capacidad de los padres de familia para hablar con sus hijos y tomar otro tipo de medidas para que, quienes viven cerca de los lugares de diversión nocturna, no se vean afectados por la bulla, pero dejemos de pensar que este tipo de medidas mejorarán los índices de criminalidad.

Pensemos, entonces, de qué manera podemos fortalecer la industria del entretenimiento sano sin afectar el derecho al descanso de los demás, y en esa medida veamos florecer los negocios que, si no nos llevan sustento directo a nosotros porque estamos en otra rama de la actividad económica, pensemos que sí se lo lleva a las personas que son o pueden llegar a ser nuestros clientes.

Si soy un maestro de una escuelita, por humilde que sea, debo entender que mi sueldo puede que provenga de las propinas que los padres de mis alumnos se ganan honradamente en alguna actividad que no le hace mal a nadie si se lleva a cabo responsablemente.

Hablando de responsabilidad, recordemos que ésta es personal, no está a cargo del Estado, ni siquiera de los padres de hijos mayores de edad. Por eso, un paternalismo de esta naturaleza, lejos de fortalecer la capacidad de cada quien de ser responsable, la debilita, y son ciudadanos fuertes los que nuestro país necesita.

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