viernes, 20 de agosto de 2010

EL MURO DE BERLÍN O EL DESIERTO DE ARIZONA. VEMOS POCAS DIFERENCIAS.

Las barreras las crea la Naturaleza o las construye el ser humano, ese habitante de este planeta que encabeza la serie de especies que, de forma natural, migran buscando mejores pastos, mejores climas, agua o mejores oportunidades, lo que en cierto modo es sinónimo de menores riesgos.

El curso del ser humano en el planeta lo ha parcelizado, territorializando la tierra que utilizan las demás especies o creando esas ficciones jurídicas que llamamos países; y desde que, a través de esa serie de normas que apenas tienen un puñado de miles de años de haberse comenzado a dar, el libre tránsito de homínidos y bestias quedó cortado, interrumpiendo el curso natural de la evolución de todos los habitantes de esta bella esfera azul.

Ejemplo de barreras creadas por los hombres son las murallas de Jericó o de cualquier ciudad que, en previsión de ataques y para poder dormir tranquilos, fueron levantadas alrededor de ciudades enteras. Algo similar pero en otra enorme escala fue lo que sucedió con la Muralla China, que también es de carácter defensivo pero no de una ciudad sino de un territorio, que es muchísimo más amplio.

Hasta acá, fueron obras enormes destinadas a impedir el paso de agresores y a preservar el ámbito de libertad de sus creadores, hasta que llegó el Muro de Berlín, esa serie de obras grises, de alambradas, campos minados, fosos con lagartos y torres de vigilancia con hombres armados diseñado a impedir el paso de las gentes en búsqueda de su libertad, de sus parientes, de otras oportunidades.

También se le llamó "Cortina de Hierro", abarcó varios países y, como todo en la evolución del planeta, finalmente cayó, de modo que ahora, donde antes existía, hoy transitan libremente, de nuevo, los habitantes de los países de involucraba y cualquier visitante que tenga los medios para hacerlo.

Pero esa evolución, como un péndulo que a veces se inclina hacia el bien y otras hacia el mal, también ha venido a producir otras barreras.

La migración del ser humano hacia América del Norte no es de ahora. Comenzó a darse desde el siglo XVII en que Inglaterra y Francia comenzaron a poblarla sistemáticamente, incrementándose la misma, con el paso del tiempo, en este caso un poco más de dos siglos, en que fue aprovechada por alemanes, irlandeses, escoceses, italianos, polacos, holandeses, chinos y de muchísimas nacionalidades, hasta dar con la formación de algunos de los países y de las economías más robustas del planeta.

Ahora que son las grandes masas de población provenientes de América Latina las que pretenden migrar, como ha sido natural en millones de años de evolución del ser humano, uno de los pasos del flujo de esa migración es el Desierto de Arizona o Desierto de la Muerte, uno de los lugares más inhóspitos del planeta, lugar en donde, en un año, mueren casi más seres humanos que todos los que murieron durante las décadas en que duró el Muro de Berlín.

Mientras en Alemania o en Polonia, quienes buscaban vivir en libertad eran ametrallados por la espalda o perseguidos y mordidos por los perros entrenados, en Estados Unidos muchos se ahogan al cruzar el río que sirve de frontera con México, o se asfixian en un contenedor sellado en donde, peor que ganado, son transportados seres humanos, especialmente mujeres y niños, o fallecen extenuados por el sol y la sed del desierto.

Ahora bien, ese Estados Unidos que, desde lejos, luchó en contra de la idea abominable del Muro de Berlín, en lugar de hacer algo al respecto de lo que sucede dentro de su territorio, que podría ser llevar inversión a los países pobres de América, ha comenzado un proceso, que ya anunciáramos hace meses, de creación de una serie de normas jurídicas igual de oprobiosas en contra de la población migrante del planeta.

Por eso, entre un muro creado por hombres opresores y leyes opresoras creadas por los hombres, entre tantos centenares de muertos y la vista indiferente de los líderes del mundo occidental, no vemos muchas diferencias.

Urge la Reforma Migratoria en Estados Unidos y, con élla, la humanización de una situación en donde mucha gente sin voz está perdiendo la vida y la dignidad.

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