martes, 5 de enero de 2010

CREDO

Se inicia un nuevo año y, con él, la renovación de un esfuerzo especial por dar a conocer algunas ideas que tenemos alrededor de la política y cómo, con el transcurrir de los años, nos hemos dado cuenta que hacer buena política va de la mano de la legalidad y del sentido común. Hacerlo de otra manera es equivocar el sentido, es darle a la política un sentido nefasto y, con ello, hacerla asquerosa a los demás, cuando no debiera serlo.

Germinan mis ideas este año sobre la fértil base de afirmar que soy político, que me enorgullezco de serlo, que este año, en agosto, cumplo 23 años de haberme iniciado en la misma y que he navegado sus sinuosidades sin contaminarme. Estoy metido en esta profesión con la idea que nací para cambiar el mundo, y no soy fácil de convencer para "taparme con la misma chamarra", de tal manera que, siendo más fácil estar de acuerdo con la mayoría, siempre le he dado prioridad a mis principios por encima de la conveniencia, a los intereses del país o de una gestión pública por arriba de la comodidad.

Valoro la valentía, la integridad, la honradez, la verdad, la hombría de bien (que en términos modernos debe entenderse en la amplitud de los dos géneros), la consistencia y la congruencia, así como la libertad, el estudio, la preparación, la visión de largo aliento, el compromiso, la constancia.

En otro sentido, desprecio la doble moral, la mentira, el engaño (que ambos tienen diferentes matices), el autoritarismo, la inconsistencia, la falta de preparación y sus compañeras eternas, la arrogancia y la ignorancia. Detesto el paternalismo o maternalismo que cohiben el emprendimiento individual y la iniciativa de las personas, tanto como el dogmatismo y los fundamentalismos de cualquier etiqueta.

La política es como la vida. Ambas tienen un fin y tienen medios, los cuales tienen que ser los mejores y más limpios para que el primero sea elevado. En ambas hay desvíos y estos traen consecuencias. La diferencia es que los desvíos individuales ocasionan la ruina de uno o, a lo sumo, de la familia cercana, mientras que los desvíos en política ocasionan la ruina de naciones y de los ciudadanos que las conforman.

No se puede concebir la historia de nuestro planeta sin vida o sin política. Podemos prescindir de muchas cosas, pero dentro de la cultura humana no hay tribu, clan, secta o poderoso imperio, aunque existan actualmente bajo férrea dictadura, que vivan un día sin hacer política.

Luego, no es acabando con los políticos o aborreciendo la política que mejoraremos las cosas. Esas pretensiones sólo favorecen a los malos políticos, a los aprovechados, porque los espacios que debieran ocupar funcionarios bien intencionados tienen, a fuerza, que ser ocupados, y si no es por estos lo será por aquéllos. ¿Alguien tiene otra solución?

Es por eso que se hace necesario que por cualquier medio, por este sencillo blog, si es necesario, o por cualquier otro medio, vayamos identificando escalas de valores, líneas de pensamiento, firmeza de actitudes, inteligencia de razonamientos, trayectorias de vida que ayuden a separar los políticos de altura, bien formados, y lo corta o larga de su experiencia, de los que quieren aprovecharse de la política y, a través de élla, de la ciudadanía y del erario público.

Muchas cosas están malas o no funcionan lo mejor que debieran. Muchas no tienen que ver con política y se le suelen atribuir; otras corresponden a esferas de una influencia política secundaria, como la administración de justicia, de tal manera que hay que ayudar a diseccionar las cosas, los temas, las agendas, para ir formando una clara corriente de opinión que ayude a que, quienes hoy están, justificadamente, en una etapa de su vida en que no quieren saber nada de políticos y de política, cambien su actitud y participen, si no activamente, sí opinando con altura, para darle otro giro a lo que no podemos prescindir y que, a la larga, procurará un mejor legado para sus hijos y sus nietos.

Por esto, al escribir, lo haré como he cumplido siempre cualquier función pública que he asumido: pensando en el ciudadano; pensando en el usuario; pensando en el elector y en el mandato que creo haber recibido de éste. Escribiré pensando, entonces, en mis lectores, calzándome sus zapatos con la esperanza de que se me entienda, pero pidiéndoles a estos, desde ya, que no sean simplemente contemplativos; que se atrevan a opinar, que mediten sobre mis aseveraciones, que disientan con mejores argumentos, que expresen los puntos en los cuales no hay conformidad con los planteamientos; que me exijan que los convenza sin duda alguna pero, a la par, me lean con mente abierta, dispuestos a romper paradigmas muchas veces devenidos ancestralmente; que, al juzgar mis opiniones, lo hagan con el beneplácito que lleva implícita la buena fe de quien escribe y de quien lee; y, finalmente, que se sirvan comentarme abiertamente en la tertulia, en el café, en el trabajo, en el seno del hogar.

Como ofreciera a mis seguidores y lectores desde hace algún tiempo, comenzaré, ahora, a opinar acerca de cuestiones generales que tienen que ver con la política nacional, así como temas puntuales cuando los mismos se vayan presentando, más que por señalar lo mal que están o que se hacen las cosas, por marcar la ruta de lo que debiera ser para progresar como nación y superar los grilletes que matan de hambre a nuestros niños o mantienen una terrible sed de oportunidades en el territorio nacional, sin que esto obste por que, de vez en cuando, también conjuge algún tema puntual del quehacer centroamericano, hemisférico o mundial.

Con los mejores deseos por que los anhelos de todos y todas se vean cumplidos en el transcurso del presente año, y que todos arribemos a la siguiente Nochebuena en paz y con buena salud,

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