Tanto el político como el entrenador tienen algo en común: ambos son líderes. El primero puede liderar una comunidad, un distrito o un país; el segundo lidera un equipo de deportistas. Tan rebeldes y cargados de energía y de testosterona pueden ser los ciudadanos o los deportistas, de tal manera que, para poder encausar las cosas de la manera que el líder desea, es necesario que este se levante por encima de la generalidad de las personas, tenga la visión requerida, la vitalidad y las herramientas necesarias para conducir las cosas por el sendero deseado.
Hoy que el famoso entrenador del Barcelona Futbol Club, Pep Guardila, galardonado hace pocas semanas como el Mejor Entrenador de Futbol del Mundo, está cumpliendo 39 años, las estaciones de televisión de España hicieron una síntesis de su trayectoria con dicho club de futbol.
Fue interesante ver las imágenes de un chiquillo saltando de emoción a la par de los jugadores regulares, en la banca del equipo, y escuchar al locutor explicar que Pep Guardiola se inició como recoge bolas, un puesto normalmente honorario, es decir, que cumplen sin salario alguno, con el afán de poder entrar al estadio, conocer a los jugadores y, como se dice, "estar en la jugada".
Luego, la televisión sacó imágenes de un Pep Guardiola jugador, con pelo y todo, para finalizar felicitándolo por su cumpleaños a la par que mostraban algunas imágenes del ahora entrenador, con la cabeza rasurada y agachada, notándosele que estaba por soltar el llanto; sin duda alguna, escenas de cuando su equipo ganó alguno de tantos recientes campeonatos.
¿Qué tiene que ver todo esto con la política y el sentido común? Lo que deseo hacer llamar la atención de mis lectores es el largo aliento de una carrera deportiva, en sus diferentes fases, que hoy este famoso entrenador puede cumplir a cabalidad precisamente porque ha estado, "en la jugada", en todas las posiciones posibles del equipo. Eso le da una capacidad, por encima de quien no ha estado en los zapatos de quienes ocupan otros puestos dentro de un equipo, pero lo dirigen, de entender mejor cómo se mueven internamente algunos hilos, dónde debe estirarlos, dónde debe aflojarlos, dónde simplemente desentenderse de ellos.
Para dirigir, cualquiera, pero para dirigir exitosamente, hay que entrenarse primero, hay que hacer tareas menores, prepararse. Solamente así tiene el dirigente, sea deportista, sea político, la capacidad de ver más lejos, de entrever las diferentes rutas, de identificar las sinuosidades que cualquier camino impone, y así poder encausar el mayor acuerdo de voluntades posible hacia determinados fines.
Sería imposible que Guardiola fuese el mejor entrenador de futbol del mundo, en estos momentos, si la trayectoria de su vida hubiese transcurrido, digamos, en un cuartel. La formación que ahí se da tiene sus fines, es otra, que produce experiencias positivas, pero no lo prepara para dirigir jugadores.
Tampoco veríamos el éxito del humilde Guardiola (que ahí radica su mayor grandeza), si su experiencia anterior hubiese sido la de un ministro de la iglesia, de cualquier iglesia. Es indudable que los pastores, los sacerdotes, ejercen algún liderazgo en beneficio de la población, pero no los prepara para sacar las mejores cualidades de un grupo de deportistas.
Si los años anteriores a su llegada a ser entrenador hubiesen transcurrido, digamos, como catedrático universitario, probablemente se hubiese dicho que la Universidad perdió un gran catedrático pero el deporte no ganó un regular entrenador, precisamente porque el desarrollo de aptitudes para enseñar en un aula son diferentes que las de liderar un equipo deportivo.
Así, de igual manera, nuestros políticos deben formarse en el ambiente donde se hace política. El sentido común lo clama. No nos quejemos, entonces, que tengamos un mal gobernante y no entiende a los gobiernos locales si nunca ha tenido experiencia municipal. No nos quejemos, tampoco, de que no entiende a los diputados y opta, mejor, por comprarlos, si no ha tenido la suficiente experiencia en un foro parlamentario en donde no hay superiores, donde todos son iguales y la palabra de uno vale tanto como la del otro. No protestemos si tenemos un gobernante que nunca ha tenido experiencia alguna en las instituciones públicas y no conoce la "o" por lo redondo de hacer gobierno cuando el pueblo, iluso, lo lleva a la primera magistratura.
Para tener un gobernante de clase mundial, al estilo de este respetado entrenador, hay que hacer experiencia en donde se hace política desde joven, hay que conocer la idiosincrasia de las instituciones, desde adentro. Es fácil decir que hay que componer esto o aquello. Lo difícil es liderar los cambios necesarios para componerlo, lo cual involucra personas, leyes, instituciones, opinión pública, todo al mismo tiempo.
No puedo terminar de escribir este ensayo sin mencionar la escuela impresionante que el el famoso Barça, desde la formación de niños en un semillero inmenso, la consecución de trabajo para los padres de los niños para que crezcan en un ambiente integrado y reconfortante, las ligas de jóvenes que aspiran a ser de las famosas y millonarias estrellas, hasta la formación de asistentes de entrenador, que cuando llegan a ser titulares, como el caso que hoy analizo, es porque tienen años de "chupar llanta", de estar pegados al entrenador asimilando muchas cosas, aprendiendo el oficio.
Esto, en términos políticos, no es pensable. No se puede pensar que el gobernante de turno tenga de pespuntes a los aspirantes a ocupar su cargo. Pero la próxima vez que le toque elegir entre, seguramente, un montón de candidatos, pregúntese qué ha venido haciendo los últimos bastantes años para aprender el oficio. Recuerde que, para gobernante, no se estudia porque no hay dónde hacerlo. Se aprende haciendo.
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