martes, 19 de enero de 2010

JUSTO BALANCE ENTRE LO RURAL Y LO URBANO

Históricamente, Guatemala ha sido un país rural. Habiendo albergado la capital del Reyno de Goathemala, al final de la colonia el mayor centro urbano, Santiago (fundada el 10 de marzo de 1543), quedo destruida por un terremoto cuyas huellas todavía podemos apreciar en esa ciudad que hoy se llama Antigua Guatemala, y se dio un fenómeno pocas veces visto: el abandono de una capital y la fundación de una nueva (la Real Cédula tiene fecha 21 de julio de 1775), lo cual se concretó finalmente el 2 de enero de 1776.

La ciudad de Guatemala actual apenas tiene poco más de 230 años; poco si lo comparamos con otras ciudades.

Mientras esto sucedía, otros centros urbanos crecían, como Quetzaltenango, cuya pujanza industrial (especialmente en el ramo textil) y comercial, en momentos es que había declinado Santiago y Guatemala estaba en franca construcción, dieron pie a la declaración de independencia, formando el sexto Estado dentro de la Federación de Centroamérica, el Estado de los Altos.

Desde entonces, todos los centros urbanos han cobrado mayor importancia, donde destacan Escuintla, Coatepeque, Santa Lucía Cotzumalguapa, Cobán.

Quien toma la ruta a occidente, por ejemplo, no puede dejar de notar el crecimiento que ha habido en El Tejar y Chimaltenango, por ejemplo. Todos los centros urbanos han crecido en cifras considerables, especialmente después del terremoto de 1976, corriente que se acentuó todavía más a raíz del conflicto armado interno, ocasionando ese fenómeno de migración del campo hacia las ciudades, en búsqueda no sólo de seguridad y amparo sino de oportunidades que el área rural no brinda.

Sin embargo, desde el punto de vista de las políticas públicas, las características de nuestra nación hacen imprescindible que la visión que se tenga de país tienda a crear una especie de balance entre lo urbano y lo rural.

Es innegable que las personas que viven en el campo enfrentan mayores dificultades para acceder a servicios esenciales, como el agua potable, los drenajes, la energía eléctrica, los servicios de salud, la educación de los niños y niñas, la seguridad social, el abastecimiento de productos diversos, de medicinas, de ropa, etcétera.

La bancarización, los programas de electrificación rural y la telefonía móvil son proyectos concretos que han ayudado a acercarse algunos servicios a los pobladores remotos, pero eso no es suficiente.

Si el Estado no cumple con un propósito firme de sacar del olvido a las comunidades del ambiente rural de Guatemala, nuestro lindo país seguirá condenado al subdesarrollo.

La visión de una ciudad capital cosmopolita no elevará los índices de desarrollo humano del país.

Sin embargo, no puede olvidarse que los centros urbanos, en general (es decir, no sólo la capital), albergan, hoy, a las grandes mayorías. Es en los centros urbanos en donde existen grandes cinturones de pobreza que contrastan con las comodidades que la vida moderna pueden brindar a una clase media, por ejemplo, y esa gran cantidad de gente, jóvenes y niños especialmente, son el semillero de las pandillas organizadas para delinquir, de manera que no pueden dejar de atenderse si en el futuro queremos vivir en una sociedad sana.

Por eso debe haber un balance entre la atención que las políticas públicas le deben dar al desarrollo en el ambiente rural y en el ambiente urbano.

La justicia de las políticas públicas podemos decir que puede medirse en la medida que no olvidan a persona alguna, viva donde viva.

Pero las políticas públicas no proceden de internet. No hay un lugar dónde ir a escogerlas. Éstas se dan como un producto de la discusión y la toma de acuerdos de alguna diversidad de voluntades.

Quienes encarnan esas voluntades deben ser personas que hayan recorrido su país; que conozcan los problemas del área urbana; que hayan trabajado de la mano con las comunidades apartadas, que por el abandono del Estado son las mejores organizadas para atender sus propias necesidades y las más solidarias.

Sólo estando del lado de la gente puede uno darse cuenta de sus carencias, de sus necesidades ingentes, del anhelo de oportunidades, del engaño que generaciones de líderes políticos, tanto locales como nacionales, les han producido; de la frustración por ver pasar el tiempo y no lograr sus metas, que las tienen claras.

Es en parte por esa falta de atención que hoy tenemos el problema de las pandillas, las famosas maras. Otra cosa sería la historia si todos esos pandilleros, cuando eran niños, hubieran tenido la oportunidad de encausar sus sueños dentro de un sistema que les permitiera el mínimo desarrollo.

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