Guatemala estaba, originalmente, divida en territorios de las diferentes etnias que los ocupaban, desde los pequeños territorios de los achíes y xincas, hasta los más vastos de los tzutuhiles, kichés y kakchikeles. Hubo territorios que, debido a la instalación posterior de las fronteras, quedaron divididos entre varios países, tal el caso de los mames y de los lacandones, quizás los chortí.
Pero es especialmente el centralismo el tema que viene a colación en este momento. Desde que Santiago de los Caballeros, la actual Antigua Guatemala, era la capital del Reyno de Goathemala, hubo un centralismo tanto administrativo como comercial que, en alguna medida, tuvo que ver con que, a la hora de independizarnos de España, resultara con mayor apoyo un proyecto federativo que uno centralista.
Con el terremoto de Santa Marta en 1773 y la consecuente destrucción de la capital del reino, se trasladó la nueva capital a donde hoy está situada, pero las cosas no cambiaron. Siguió el centralismo administrativo del cual eran muy celosos los costarricenses y, en alguna medida, los nicaragüenses, que se sentían relegados, situación diferente a lo que sentían los comerciantes de Quetzaltenango y de San Cristóbal, en Chiapas (que entonces era todavía parte de Guatemala), que lejos de sentirse abandonados se sentían competidos deslealmente por la élite comerciante de la Nueva Guatemala, que a través de la Sociedad Económica del País influía políticamente en las medidas que coadyuvaran al mantenimiento de sus privilegios. Por ejemplo, a través de estudios, medidas administrativas, colocación de personas allegadas en puestos clave, lograron retrasar la construcción del puerto de Champerico, tan anhelado por los comerciantes quezaltecos en una época en que casi no había carreteras, todo por evitar que estos compitieran con los de la capital, que tenían un acceso más directo a la importación de mercaderías, primero por lo que hoy es Iztapa, luego por San José, ambas en Escuintla.
Pero ésta no es una entrega para hablar sólo de historia, aunque sea historia política. Lo que trato de demostrar con estos argumentos es que, tradicionalmente, hemos sido un país estructuralmente centralista, y que este centralismo, lejos de ser ciento por ciento beneficioso, en sus orígenes dio al traste con la patria grande, Centroamérica, ya que causó, por la animadversión de muchos hacia las élites políticas y comerciales de la capital, su fragmentación, siendo la simiente, además, de la proclamación del Estado de los Altos, el sexto Estado de la Federación, que fue conformado por lo que hoy son Totonicapán, Sololá, Suchitepéquez, Huehuetenango, Retalhuleu, San Marcos y Quetzaltenango. También provocó la misma situación la anexión de Chiapas a México (aunque en este caso hay otros datos interesantes que no vienen hoy a colación pero que muy bien los recogió Clemente Marroquín Rojas) y, posteriormente, en alguna medida, la pérdida del Soconusco.
Después de todo esto y de la finalización del último intento independentista del Estado de los Altos, en 1849, prácticamente todo ha seguido igual, con relación al tema del centralismo, a excepción de la inclusión, en 1985, de la normativa constitucional de situar cierta parte del presupuesto de la nación a favor de las municipalidades, la cual llevaron a la Asamblea Nacional Constituyente Luis Pedro Quezada y Álvaro Arzú, quien había ganado la Alcaldía de la Ciudad de Guatemala en 1982, cargo que ya no asumió por el rompimiento del orden constitucional el 23 de marzo de ese año (el único medio impreso que recogió esa visita fue, paradójicamente, Diario el Gráfico, del extinto candidato a la Presidencia Jorge Carpio Nicolle, un adversario político de Arzú en los años venideros).
El situado constitucional a los municipios ha producido cambios sociales y beneficios como ninguna otra cosa lo ha hecho en nuestra historia republicana.
Sin embargo, es un hecho que hoy, al hablar del abandono del Occidente del país, al hablar del abandono del Norte y, especialmente, el del Oriente, donde la mayoría de personas que mueren de hambre habitan, lo hacemos como una reflexión profunda que pretende ser un llamado de atención para quienes ocupan puestos de dirigencia y, especialmente, para quienes tienen aspiraciones políticas por dirigir la cosa pública.
Guatemala no es solamente su capital y la costa sur. Qué bueno que tengamos una bonita capital y que se invierta en ella y en algunas partes del país, mas no a costa de abandonar al resto. Para quienes vamos de vez en cuando al interior del país a conversar con la gente, a aprender de las comunidades, vemos las condiciones de vida de las personas, el estado de las cosas, el olvido y abandono en que están, y no podemos menos que hacer un llamado de atención a través de este medio.
No basta llegar a inaugurar chorritos o repartir bolsas de víveres para tomarse la foto. Hay que pensar que ya tenemos más de 150 años de venir haciendo mal las cosas, y que si no cambiamos la manera estructural de verlas, de entenderlas y de hacerlas, las cosas, en teoría, podrían seguir igual.
Pero mi teoría, en este caso, es que la teoría simple no se aplica, aunque la oración sea redundante. Me explico: las condiciones del interior del país son terribles para la población más necesitada, que es la mayoría. Pero poco a poco la televisión por cable les abre los ojos a las personas acerca de la manera como se vive en otras partes. Ya no son las poblaciones “conformadas” con lo que tienen quienes ocupan esos territorios abandonados por las autoridades centralistas. Hoy ven, comparan y quieren. Es natural. De tal manera que es posible que dicho segmento de población comience, en poco tiempo, a reclamar, de la manera que sea, el acceso a oportunidades que, por generaciones, no han tenido.
No basta con hacer la pantomima de hacer Gabinetes Móviles, que es la idea puesta en práctica del famoso Libro Azul del candidato Jorge Carpio en la década de 1990 y que ahora se llama Gobernando con la Gente. La misma tomadura de pelo para las personas y las comunidades mientras no haya una decidida voluntad política de cambiar esa situación.
Guatemala es linda, pero es como una olla de presión que cada día adquiere más y más presión, y si no encontramos una válvula de escape, podría reventarnos en la cara y hacer pedazos todo alrededor de nosotros.
Por eso digo y sostengo que el occidente, el norte y el oriente del país no pueden seguir abandonados. La visión política debe cambiar y los políticos tradicionales, las cúpulas empresariales, los sindicatos, las iglesias, debiéramos todos de llegar a acuerdos y entender que las estructuras de manejo de la cosa pública deben, de alguna manera, cambiar, dejar de ver y tratar de solucionar las cosas de acuerdo a la coyuntura, y comenzar a darle a esos grandes segmentos de población la alternativa para buscar y encontrar el tan deseado desarrollo al que todos tenemos derecho.
Ojalá que algún día podamos ver este amadísimo país gobernado por un equipo de personas que entiendan que hay que atender el occidente, el norte y el oriente del país, sin olvidarse de la costa sur, de la importante capital y su área metropolitana que brinda las condiciones para la urgente creación de puestos de trabajo, así como los centros urbanos del interior del país, que merecen convertirse en alternativas serias de inversión para nacionales y extranjeros.
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Gran amigo, me gusta mucho que hayas abordado este tema pues, para efectos de solucionar los males que nos aquejan en Guatemala, debemos tratar de entender sus causas históricas. De tu nota se desprenden algunas ideas sugerentes, por ejemplo cómo ese centralismo cultural, forjado con los años, puede ser la causa fundamental de nuestro caudillismo, del mesianismo de nuestros políticos y presidentes, y de la falta de "virtud cívica" del pueblo. Sigue adelante analizando las implicaciones que se derivan de este escrito. Saludos
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