El hoyo tremendo que hicieron, alrededor del mundo, los grandes bancos globalizados, especulando con las inversiones a su cargo y arriesgando a límites insospechados el dinero confiado a su manejo; la manera como esa crisis financiera mundial, que luego evolucionó en crisis económica al involucrar otros aspectos en una vorágine pocas veces vista, y la manera diferente de impactar en Centroamérica, ahora que en Estados Unidos de América, origen de esa contaminación global, se centra ahora el debate, como una secuela inevitable, en las instancias políticas, me permite hacer algunos comentarios debido a mi experiencia de poco más de cuatro años en el Banco Centroamericano de Integración Económica, BCIE, que además de ser un banco de desarrollo funcinaba, en esa época, como banco de segundo piso, financiando a los bancos locales de los países beneficiarios pero, a la vez, ejerciendo una cercana y sana supervisión.
Debo comenzar indicando que existe una doble moral por parte de los países ricos, industrializados, porque son ellos quienes, con sus grandes participaciones mayoritarias de capital en las grandes instituciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, FMI, el Banco Mundial, BM, y otras, proceden a dictarle a los países pobres, en vías de desarrollo (lo cual muchas veces es discutible, como el caso de Haití, cuyo desarrollo ha estado estancado por décadas), las normativas que ellos mismos diseñan para que nosotros, en nuestros pequeños países, que así nos han de ver, las cumplamos, pero a ellos les cuesta comprometerse con lo que nos recomiendan.
Es así como en 1974, los Gobernadores de los Bancos Centrales del G-10 se reunieron en Basilea, Suiza, constituyendo lo que ha dado en llamarse el Comité de Basilea, el cual emitió las primeras recomendaciones para la banca, como montos de capital mínimo, requisitos, capacidad de absorción de pérdidas, protección ante eventuales quiebras, riesgos devenientes del crédito, del propio mercado o el cambiario, dado que muchos bancos se endeudan, asumiendo riesgos en monedas duras, para prestar en moneda local. Estas recomendaciones, que por este carácter no eran obligatorias, están hoy vigentes en muchísimos países.
Sin embargo, como el BCIE funcionaba, por lo menos entre 1996 y 2000 en que conocí estos aspectos de primera mano, como banco de segundo piso, es decir, como fuente de crédito de los bancos locales en los países beneficiarios, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica (aunque hoy, por gestiones que hice posteriormente desde el Parlamento Centroamericano, también son beneficiarios Panamá y República Dominicana), me tocó ver de cerca la supervisión técnica y eminentemente profesional que, aprovechando la normativa de Basilea, hacía el banco regional de desarrollo sobre la banca local, como requisito previo para aprobarles líneas de crédito o para continuar con el programa de desembolsos de éstas.
Eran, según recuerdo, doce índices que se medían matemáticamente que, además, permitían darle a los bancos un seguimiento en el tiempo, pudiendo analizarse gráficamente el comportamiento de dichos índices, y el banco beneficiario de las líneas de crédito del BCIE tenía que estar por encima de los estándares internacionales que la normativa de Basilea especificaba, caso contrario los expedientes para aprobar nuevos créditos o las solicitudes de nuevos desembolsos se quedaban congelados, provocando, con esto, un círculo virtuoso que, aunado a lo conservadora que es, frecuentemente, la banca centroamericana, presiento que fueron las razones fundamentales para que, cuando se dio la debacle a nivel internacional, el sistema bancario de nuestros países estuviera mejor preparado para resistir los embates que se dieron, ocasionando un beneficio en general a la población, dada la estabilidad y solvencia del sistema, el cual no se contaminó como en la mayoría o la totalidad de países que, para nuestro bien, aprobaron las reglas que ellos, por lo visto, no cumplen todavía.
Existe doble moral, también, en este tema, porque los grandes bancos, los globalizados, al inflar esa inmensa burbuja inmobiliaria y crear ese enorme agujero en el sistema bancario y financiero mundial cuando aquella estalló, recibieron cantidades nunca vistas de dinero de los contribuyentes de los países ricos para salvarse, pero estando al borde de la quiebra, jamás dejaron de pagar dividendos, y bastante jugosos, a sus accionistas; lo que es peor, no dejaron de repartirse, las personas responsables de ese manejo que paró en desgracia, unos sueldos, opciones de acciones y prebendas que el mismo Presidente Barack Obama, de Estados Unidos, ayer calificó de obscenas.
Luego, la costumbre de los bancos de nuestros países de apegarse a prácticas bancarias sanas, impulsados por el banco más grande de Centroamérica, el BCIE, es un activo intangible de valor incalculable para la región, como quedó demostrado ante todo lo que ha sucedido en el mundo estos últimos dos años alrededor del estallido de la burbuja inmobiliaria.
Hay que entender que los bancos, en cualquier país, tienden a ser elementos de equilibrio en la economía, y en el pasado reciente hemos podido ver cómo la crisis económica mundial nos ha afectado pero no llegó a situaciones dramáticas. Otra cosa habría sido si, además de la reducción del monto de las remesas, la rebaja de los ingresos por exportaciones, las dos ocasionadas precisamente por lo mal que estaban otros países, y el desempleo que estas pequeñas fluctuaciones a la baja en dos renglones sensibles ocasionaron, hubieran sido acompañadas de la quiebra de uno o varios bancos del sistema por haber sido contaminados, como sucedió en otros países.
Ahora el debate, en Estados Unidos, está en manos de los políticos, quienes tratarán de ponerle freno a instituciones que, asegura el Presidente Obama, se han olvidado de los ciudadanos promedio. Este debate por supuesto que estará ligado a dos temas importantes: la reciente resolución de la Corte Suprema de Justicia de ese país de permitir que las empresas inviertan capital, directamente, en las campañas políticas, y no como ha sido durante las últimas dos décadas, a través de un Comité, lo que augura una defensa publicitaria increíble por parte de quienes manejan los bancos para mantener el statu quo y sus privilegios; la otra, la campaña de medio período, con elecciones en noviembre de este año 2010, en donde se renovarán algunos diputados del Congreso, algunos Senadores y algunos Gobernadores, la cual prácticamente comenzó con la reciente elección senatorial de Massachusetts en la cual, con el triunfo del candidato republicano no sólo rompió con la tradición estatal de casi 5 décadas de apoyar a los demócratas, sino dio por terminada la mayoría del partido oficial, el Demócrata, en el Senado estadounidense.
El Comité de Basilea, ahora, entiendo que tiene 13 miembros. No estoy seguro que Estados Unidos sea parte del mismo, pero sí estoy claro que siempre ha sido parte del G-7, del G-8 y, por supuesto, del G-10 (que son los países más industrializados del mundo). Luego, si tiene la moral para dictarnos esas recomendaciones, ¿por qué, en tantas décadas transcurridas, no ha sido capaz de implementarlas en su territorio? Ya quedó demostrado que creerse especiales no los salvó de la bancarrota y el fracaso, sino el dinero de todos los contribuyentes estadounidenses, sin el cual hubieran tenido que dar por finalizadas sus operaciones y los funcionarios salir a la calle a buscar trabajo, pero si se optó por inyectarles esas sumas enormes de dinero es porque también allá se piensa que la banca es un elemento de equilibrio de la economía, y no podían, en medio de los problemas en que estaban de despidos por todos lados, de cierre de enormes industrias, como algunas de fabricación de automóviles, permitirse el lujo de que los bancos se fueran por el canal del desagüe.
Yo no soy partidario más que de la opinión de que, en estos momentos, no es la banca sino el Presidente de Estados Unidos quien está hablando con sentido común. Si la mayoría de políticos estadounidenses y la misma población no están de acuerdo con él en su política de salud y, como dicen, ese 51% de la población de Massachusetts que no pertenece a partido político alguno, apoyó al candidato republicano (que sólo tiene 12% de afiliados en ese Estado), en franca oposición a las políticas presidenciales hasta anteayer, hoy sí debieran apoyarlo, ambos partidos y la población independiente que genera opinión a través de encuestas, en el establecimiento de normas claras, transparentes, comprobables matemáticamente, para el sistema bancario, todo en favor del público usuario.
La envergadura de la banca estadounidense y la influencia económica y financiera que puede producir en el mundo cuando funciona mal, nos hacen desde este humilde espacio, y por el sentido común, apoyar toda medida que tienda a impedir futuras debacles. Además, también hace sentido que si una empresa está siendo rescatada, no pague dividendos ese año; como lo es también que los "genios" que inventaron nuevos sistemas para burlar los índices de riesgo no sigan ganando lo que antes ganaban o se vayan a la calle en lugar de que se les siga considerando genios de la banca, lo cual es discutible ante el daño que ocasionaron.
Por de pronto, lo que veo es que el Presidente Obama ha venido defendiendo una política disociadora, como lo es su propuesta de reforma al sistema de salud, pero seguramente encontrará una veta donde pueda volver a unir a la nación en contra de unos pocos pero muy poderosos avorazados. Ojalá que la reforma legal que plantee incluya a las empresas calificadoras de riesgo, cómplices desde mi punto de vista de todo lo acaecido.
viernes, 22 de enero de 2010
LA BURBUJA INMOBILIARIA, LA CRISIS FINANCIERA, LA DEBACLE ECONÓMICA, LA NORMATIVA DE BASILEA Y EL BCIE
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