Una de las cuestiones que más daño le hace a la imagen de los políticos y de la política es la falta de credibilidad que las declaraciones de unos tienen y el curso de la otra adquiere. Eso, considero yo, es debido muchas veces a traspiés que el político da por ignorancia, por información incompleta a la hora de hablar, que hace que los temas que interesan a la población tomen un giro e, inesperadamente, tomen otro, causando malestar, indignación a veces y, otras, repulsa.
Un ejemplo de lo que digo es la decisión política de imponerles un chaleco a los motoristas o motociclistas, de evitar el uso de la motocicleta para dos personas y la aplicación general de dichas medidas en la población.
Los políticos a cargo de este tema demostraron crasa ignorancia, carencia clara de objetivos y una desconsideración impresionante para con el público a quien si dirigía la norma, que normalmente son familias de clase media que utilizan este medio de transporte, ya sea para trabajar, ya para llevar sus hijos a la escuela, ya para llevar a la esposa al mercado, etcétera.
Los cambios de varios colores hasta llegar al negro (que, dicho sea de paso, es el menos apropiado para la seguridad de un motorista en la obscuridad), las marchas atrás con relación al transporte de carácter familiar y las modificaciones al ámbito de aplicación territorial de la norma lo único que nos dicen es que las personas involucradas en este tipo de decisiones políticas que tocan a decenas o centenas de miles de usuarios de este medio de transporte, no tienen experiencia, ignoran las relaciones de causa y efecto de las normas legales, así sean de carácter administrativo, y demuestran con su accionar una desconsideración y falta de respeto por las personas objetivo de sus disposiciones que, al final, predispone a la población en contra de sus autoridades, y esto lo digo, además, en respaldo de esa población que se ha visto indefensa ante tales decisiones que le han afectado en su presupuesto, en su calidad de vida, en el riesgo adicional que algunas personas han tenido que tomar al utilizar el actualmente peligroso sistema de transporte público por la prohibición de hacerlo en motocicleta, y otro etcétera.
En el caso anterior no creo que haya habido mala fe sino pura ignorancia y falta de experiencia.
El tema que hoy planteo se da cuando el político o funcionario, entendiendo lo que hace y promete, cambia repentinamente su posición, cual veleta al viento, dándole a interpretar a la población que esa actitud es la de un mentiroso y, lo que es peor, embadurnando la política como asquerosa, cuando en realidad no debiera serlo si los políticos entendieran que es de vital importancia sostener sus posiciones emanadas de las diferentes formas de expresión, a menos que haya una razón poderosa que justifique un cambio, ejemplo de lo cual ha sido mi propio reconocimiento de que, en estos momentos, hay que apoyar a la CICIG en Guatemala, cuando en el tiempo de su instalación no contó con mi respaldo; cambié mi manera de pensar porque siento que se le hace más bien al país apoyando investigaciones independientes, aunque no sean todas las que querríamos, que no apoyándola y, en su lugar, adversándola o desacreditando lo que hace, que creo que es respetable aunque, insisto, incompleto.
Es decir, lo que hace falta es revalorizar lo que de jovencitos nos servía para sellar algo como indubitable: “Palabra de honor”. Sí, el honor, que durante décadas ha sido bandera de academias militares y del ejército, no es patrimonio de unos pocos sino de todos, en general. Debiera ser un estandarte que levantemos los políticos y tengamos siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestras declaraciones, en nuestras actuaciones. Una persona sin palabra de honor puede valer para sí misma pero ¿qué valor tendría para los demás? Un político solitario no lo es, depende de la credibilidad de los demás, de la influencia de la proyección de su pensamiento en el cauce de la actualidad que, eventualmente, será el curso de la historia del país. Un político depende de las personas y de la manera que estas crean en él. Es por eso que la historia de nuestro país está plagada de inconsistencias y de faltas al empeño del honor, especialmente en las esferas más altas de la política, desde antes de la separación de España (recordemos que Gabino Gaínza un día le debía lealtad a España y el otro día encabezaba el movimiento independentista), pasando por la fundación del Estado con Rafael Carrera (que se perpetuó durante poco más de tres décadas en el poder, siendo el único presidente electo a perpetuidad) o lo que ha dado en ser más contemporáneo, la promesa del candidato que este mismo pretende dejar en el olvido, olvidándosele, por su parte, que ahora hay medios de grabación y de reproducción masiva que le recuerda a toda la ciudadanía que el gobernante de turno falta a la verdad, que miente, que es inconsistente o, en todo caso, que no tiene palabra de honor.
El efecto de este tipo de políticos en la población es el asqueo, la animadversión y, cuando menos, la falta de interés por lo político, lo cual considero un error, ya que esta actitud tiende a dejarle el campo libre al político inescrupuloso y falto de palabra; el político falto de honor.
Ahora bien, ¿debe cambiar primero el político? ¿Debe involucrarse totalmente la población en política para no permitir que se le siga mintiendo? Creo que la respuesta no es ni una ni otra sino una conjugación de ambas.
Para cambiar el país es necesario que surja un líder nacional que se haya preocupado por aprender y que siga estudiando, que tenga experiencia en el manejo de la cosa pública, que sea consciente del efecto que sus palabras pueden causar en la población, que tenga una escala de valores, tal, que le dé enorme importancia al valor de sus declaraciones; que haya demostrado en su trayectoria de vida ser enormemente consistente en su línea de pensamiento y en las acciones detrás de ella y que, finalmente, en cada paso político que dé o que haya dado, piense en primer lugar en el ciudadano de a pie.
Todo lo anterior debe darse a la par de una renovación nacional en donde esos ciudadanos de a pie se preocupen por enterarse de lo que sucede, por opinar, por apoyar o no apoyar propuestas y personas, pero principalmente por no dejar las cosas en manos de los otros.
Sólo así, en una nueva alianza político-ciudadana, podremos marcar un nuevo rumbo de nuestra historia patria. ¡Palabra de honor!
martes, 12 de enero de 2010
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