Bien dicen que los pueblos que no aprenden de sus errores tienden a cometerlos nuevamente, y un poco de eso nos está sucediendo, con el agravante que la situación se puede complicar.
Recordemos que Guatemala viene saliendo de un largo conflicto armado interno que se inició, coincidentemente, en la época en que comenzaron a darse claras señales de corrupción en las altas esferas del gobierno.
Es necesario que recordemos, además, que la lucha armada se intensificó no sólo por la lucha de clases fomentada desde La Habana, algunos círculos académicos de México y detrás de la llamada Cortina de Hierro, sino porque las desigualdades guatemaltecas, especialmente en el agro, eran un terreno inmensamente fértil para ese tipo de ideas.
Dentro de nuestros innumerables problemas, hay dos que deseo recalcar hoy: los niveles de corrupción que, especialmente en los gobiernos Portillo-Reyes de 2000-2004 y Colom-Espada 2008-2012 (esperemos que llegue), han sido y siguen siendo exorbitantes; y la desigualdad en todo sentido, ingresos, oportunidades, prestación de servicios, como quiera verse, para las personas del interior del país, especialmente del campo o del área rural, las cuales son más dramáticas, ahora, que hace cincuenta años.
Es decir, bajo las condiciones que vemos, observamos y analizamos quienes salimos de vez en cuando a conversar con las comunidades del interior del país, y la sensación de impotencia frente a tantos actos de corrupción que salen a la luz pública todos los días, existe un caldo de cultivo que bien podría conducirnos a escenarios de violencia armada y clandestina como en el pasado.
La gente normal y corriente que vive especialmente en los centros urbanos difícilmente se da cuenta de esta situación, pero las autoridades del gobierno y los diputados sí debieran estar atentos y darse cuenta que estamos a punto de que, en algún lugar, haya un levantamiento armado.
El despilfarro y la dilapidación de los recursos públicos ha ocasionado un consecuente desmedro en la capacidad del Estado, en su conjunto, de llegar a atender las necesidades de los habitantes que se mantienen en estado lamentable de calidad de vida, tan solo sobreviviendo y esperando el final de sus respectivas existencias.
Pero existe otro sector de población un poco más vigoroso y estudiado, con acceso a los medios, joven, que vive esa combinación de pobreza y pobreza extrema pero se entera de los desmanes de las autoridades, de cómo viven quienes más tienen o lo tienen todo, y ven con rabia hasta ahora contenida cómo entran al preventivo, cómo se hace la payasada de juzgarlos (porque así se ve) y cómo, sin mucho trámite, van para afuera a gozar del producto malhabido, al amparo de la pobre memoria de la ciudadanía.
Es ahí donde prevemos una vuelta al pasado, virulenta, con mejores razones y fundamentos, y nadie parece estar viendo que se nos acaba el tiempo.
Ya no es una respuesta frente a la violencia ni la delincuencia violenta misma, al estilo de lo que hoy sucede en México, la que podría generar otro enfrentamiento, sino esa injusticia crónica, esa falta de acceso a oportunidades que otras personas tienen y, especialmente, esa lenidad de nuestros investigadores penales y administradores de justicia combinada con la deliberada maña que se dan, funcionarios y empleados públicos, alcaldes incluidos que están más cerca de los ojos de las comunidades, para saquear las arcas del poco dinero que les ha sido confiadas a nuestras autoridades.
Cuando decimos que los asuntos que mencionamos lloran sangre se nos acaban las palabras para expresar cabalmente lo que sentimos que esa juventud del interior del país, que se fija en lo que pasa, experimenta en lo más profundo de sus respectivos seres. Podemos percibir su frustración individual y todo su resentimiento ante este estado de cosas, y solo es cuestión de tiempo un acuerdo de voluntades, no para formar una pandilla, una mara o una clica, sino para retornar a ese pasado que no quisiéramos revivir como nación.
Ojalá este esfuerzo por transmitir la interpretación que podemos hacer del sentir comunitario que tan bien conocemos por tener mucho tiempo de caminar senderos de montaña, ya en política, ya promoviendo proyectos de desarrollo, sirva de algo para hacer entender a quienes están en posición de cambiar las cosas, para que reflexionen acerca del poco tiempo que la patria tiene para iniciar a levantarse antes de tener otro tropezón.
El pasado enseña. Sólo hay que tener ojos, oídos y sentido común para interpretarlo.
jueves, 15 de julio de 2010
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