El 23 de abril de 2010 escribí unas reflexiones sobre la revalorización que debemos hacer de la palabra “honor”.
Traigo estas ideas a cuenta, nuevamente, porque si algo es detestable, en política, por lo menos por nuestra parte, es la falta de palabra, la palabra sin honor, el honor sin valor y un valor depreciado, en general, de nuestra escala de valores, valgan todas las redundancias.
Hay quienes han visto, en nuestra trayectoria política, esa característica de mantener la consistencia de valores y líneas de pensamiento, al grado de morir, muchas veces, con las botas puestas, por unas mayorías a veces trogloditas que han sido capaces de pasarnos encima, pero intactos en nuestros principios.
Quienes han observado estas características y se han atrevido a hablarnos abiertamente las ven, a veces, como una debilidad de nuestra parte porque somos perfectamente predecibles, pero nosotros que sabemos cómo manejarnos de esta manera y que hemos sufrido en primera persona los embates de esas mayorías, a veces ignorantes, a veces alevosas y la mayoría de veces ideologizadas, pretendemos ver, en nuestro actuar rectilíneo, una fortaleza.
Todo esto ronda nuestros pensamientos en momentos en que la cúpula empresarial organizada tiene la paciencia de sentarse, nuevamente, a negociar, con el Gobierno de la República, alrededor de una mesa que le han denominado “de gobernabilidad”.
Por un lado, si se hace necesaria una mesa de gobernabilidad es porque el gobierno no ha sido capaz de gobernar, y desde este punto de vista, se discuta lo que se discuta en una reunión a puerta cerrada, no le enseñará a quien lleva las riendas, que en este momento no se sabe a ciencia cierta quién es, cómo hacerlo.
Un gobierno que gobierne no necesita mesas de gobernabilidad, sino que inicia, desde el primer momento de su gestión, provocando un ambiente donde se generen negocios, donde todo el mundo pueda crecer y desarrollarse y donde menos se fastidie a los demás. Si estamos viendo que reviven una mesa de gobernabilidad es porque el Gobierno de la República ha hecho exactamente lo contrario con su constante confrontación, con los saqueos, con la doble moral, con la amenaza permanente de subir impuestos; y la misma línea ha llevado el partido oficial, que desde el primer año de mandato que le dio el pueblo de Guatemala se viene desgranando y desangrando.
Ahora bien, desde nuestra perspectiva no entendemos qué hace el sector privado organizado discutiendo qué con un gobierno cuyos integrantes y representantes no tienen ni credibilidad, ni palabra ni sentido del compromiso y del honor.
Desde nuestro ángulo, el sector organizado empresarial del país se baja un peldaño y, en lugar de negociar la innecesaria gobernabilidad (desde el punto de vista que si cada quién hiciera lo que le corresponde, no estaríamos hablando de élla), se convierte en instrumento gubernamental para que “La Cueva de Alí Babá” siga funcionando; es decir, en productores de tiempo.
No tenemos idea quién o quiénes dirigen o le dan un norte al sector empresarial organizado, pero sí sabemos que, últimamente, pareciera no tener claro su importante papel dentro de la sociedad.
Por ejemplo, y esto nadie nos lo contó, pudimos ver cómo el comunicado que hicieron público frente a unos 50,000 ardorosos ciudadanos, en mayo de 2009, en la Plaza Italia, desarticuló o, por lo menos, desinfló un movimiento cívico sin precedentes, el cual hubiera logrado, con su apoyo, algunas cosas que hoy no son el tema central.
Por supuesto, cambios personales renuevan las instituciones.
Pero el tema, hoy, es cuestionarnos qué hacen sentados a la mesa con un gobierno que busca, reiteradamente, confrontar, que en los acuerdos más simples del pasado ha demostrado terminar haciendo lo que le da en gana y, encima, con interlocutores que públicamente dejaron de ser parte de dicho gobierno desde hace unas semanas.
¡Que no le canten, mañana, a los empresarios e industriales de buena fe que hoy negocian, que no se les advirtió que son simples instrumentos para prolongar, en el tiempo, la confrontación, el saqueo y el desgobierno!
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